«Lo he dejado todo atado y bien atado» es una frase que se atribuye a Francisco Franco, dictador que mató a media España y adormeció a la otra media a lo largo de 40 años. Lo dijo en referencia a su obra maestra, al que sería su sucesor intelectual en España cuando él muriera, el rey Juan Carlos I. Lo había dejado todo atado y bien atado, pero es curioso, porque se puede presuponer que un régimen dictatorial tendría la expectativa de una continuidad en el gobierno y con las mismas estructuras. Sin embargo, Franco se trajo desde muy pequeño de vuelta a Juan Carlos y a la familia real que décadas antes fuera pateada más allá de las fronteras del país, y cogió a éste bajo su abrazo y tutela.
Francisco Franco había impuesto un régimen fascista asesino al que llamaban franquismo, quien era seguidor, era un franquista; y normalmente se ha visto al dictador como una persona sin cerebro, pero no estoy tan seguro. Logró que su régimen no se viera afectado por la guerra mundial y que las potencias que lucharon contra el fascismo no lucharan contra él, y es más, tenía un plan que cumplió. Arrasó con una república democrática para, después de muerto, dejar atada la ironía máxima, imponer una monarquía, pero: ¿cómo podían sobrevivir las ideas y las formas franquistas una vez muerto Franco, si la idea del régimen de basaba en una adoración personalista a la figura del dictador? No se podía como tal, era contradictorio, y aún así había que dejar todo atado, las ideas sobre los conceptos que hacían a España ser su misma España tenían que ser trasmitidos, y no sólo trasmitidos, sino aceptados por aquellos que habían combatido el franquismo durante el franquismo, y aun antes, tenían que ser aplaudidos. Así que hacía falta recrear la mayor falsa puesta ante en la escena mundial política: la Transición.
Se decía que la Transición había sido todo un éxito, la constatación de que la dictadura había acabado dando paso a una democracia en la que (casi) todos cabían. Se decía que había servido como modelo para países que estaban pasando o pasarían por esa circunstancia, mirando en España el modo de conseguirlo sin derramar una gota de sangre, sin que el pueblo se lanzara a la calle, donde surgían libremente partidos políticos que funcionaban, pero como dentro de una estafa piramidal donde el rey estaba en lo más alto.
Un árbitro, un mediador, una figura de estabilidad decÍan que era el rey y la verdad es que la maquinaria de propaganda interna y externa funcionó a la perfección, muerto Franco se quería dar la imagen de que su halo no tenía recorrido, el cáncer había muerto junto a él. Parecía que el rey era necesario, porque mantenía a los militares bajo control en un momento en que no se sabía cómo podían reaccionar y esa es una estrategia que aún hoy se lleva a cabo para defender la existencia y la necesidad de mantener la figura del monarca aún en el siglo XXI.
Se creó la imagen de rey pantalla, la función que se vendía es que sin el rey estaríamos desprotegidos ante el ejército y la vieja guardia franquista. Fue fácil de aceptar, porque todo había sucedido sin altibajos, sin casi disputas, y con un fusil en la mente de cada político se firmó la tan alabada Constitución Española, nacida como show para escenificar una democracia aún inexistente. No existía porque no se había hecho ningún tipo de criba, se aplaudía tan alto al rey, que nadie escuchaba la letra pequeña que apenas susurraban verdades tales como que los jueces franquistas seguían en sus puestos una vez en «democracia», y ahora eran jueces monárquicos de un día para otro, los policías, los militares en todos sus estamentos, la guardia civil... todas las estructuras se mantuvieron intactas y con las mismas personas; desde el ámbito educativo, pasando por la sanidad y la economía, donde las fórmulas para la adjudicación de obras públicas a los amiguetes se mantienen hoy en día a través de su filial, el Partido Popular, como si la realidad fuera una parodia de la película La escopeta nacional de Berlanga, y no al contrario. Entonces: ¿qué había cambiado? Sólo la cara que aparecía en las monedas.
¿Cómo se acabó gestando la aceptación de la monarquía por parte de toda la sociedad?
España ya había visto como Santiago Carrillo y La Pasionaria habían aplaudido al rey puestos en pie en el Congreso, así que, ¿qué más podía servir más allá de hacer que te aplaudan los que por voluntad personal del rey habían sido legalizados al principio de la Transición y ademas habían luchado por una república tantos años? Pues un buen golpe de Estado, que sacara del sueño de democracia que estaban viviendo y les recordara por qué le necesitaban.
La verdad es que la historia del golpe de Estado del 23-F nunca se ha aclarado, y no ha sido así porque quien estaba detrás del golpe en primer lugar era el propio rey Juan Carlos I. Él era el elefante blanco en clave que usaban los golpistas. Estaban esperando a un alto cargo militar que diera la cara en el último momento, y que nunca se supo quién fue. Hasta que su mano derecha en aquel entonces, Sabino Fernández, que tenía un despacho junto al rey en palacio, enseñara al político vasco Iñaki Anasagasti las transcripciones sobre lo que realmente pasó aquel día. No quería morir sin haberlo escrito, no quería irse escondiendo la mayor mentira que ha orquestado este país, después de la reconquista.
Supuestamente, el rey celebraba en su despacho los avances del golpe, hasta que se enteró de que los guardias civiles habían disparado en el congreso, cosa que «no estaba prevista». Al escuchar estas palabras del rey, que aquello no estaba previsto, Sabino supo que éste había perdido el norte y estaba dispuesto a liderar un golpe de Estado apoyándolo como mayor representante del ejército español, pero algunos golpistas estaban empezando a decir que aquello lo hacían en nombre del rey y había que desmentir la supuesta mentira. Brindaba con champán el rey con altos cargos militares hasta que Sabino le recordó cómo había salido de España el último rey. Entonces, contactó con la televisión pública, que en esos momentos había sido tomada por militares, y concertó el famoso discurso que lo encumbró como salvador de la democracia y asegurándose de un solo golpe su permanencia, así como su influencia en los estamentos del Estado para las posteriores décadas. Nadie sabía entonces que ese discurso no es el que quería haber dado, pero al no salir como había planeado, le salió todo aun mejor.
El rey Juan Carlos I llegó a España con una mano delante y otra detrás, y hoy en día la revista Forbes dice que tiene un capital de cerca de 2.000 millones de euros. ¿Cómo pudo pasar exactamente igual que con Franco, que al acabar su dictadura era una de las personas más ricas de España? Cuando el rey viaja al extranjero, le acompaña una cohorte de empresarios que hacen sus negocios en estos países y, de los contratos que consiguen, el rey se lleva un porcentaje. Décadas bajo la misma estrategia de comercio y ahora está nadando en dinero... pero también escándalos.
Siempre le rodearon los escándalos, sólo que en España no se sabían. La prensa estaba coaccionada y no publicaba nada que pudiera perjudicar a la casa real y la imagen de España, pero el rey en lugar de dejar de acumular riquezas y amantes, acumuló presiones a periodistas. Así se consiguió que se conocieran las innumerables amantes del rey en todos los países de Europa, menos en España. Para ver imágenes del rey en un barco desnudo con chicas tenías que ir a Italia o Francia y comprar el periódico allí. La única que había saltado ese muro de censura había sido la más famosa de las amantes del rey, Corina, aristócrata alemana, que tenía un pisito picadero donde desde 2008 hasta 2012 estuvo viéndose con el rey. Acusada después de estafa por vender el piso con un extra por unas antigüedades inexistentes, estafa de la que sólo ella fue acusada, por supuesto.
Vivió el rey Juan Carlos muchas décadas de excesos, de festines con dictadores y gobernantes de todo el mundo, usando las reservas naturales como sus cotos privados de caza, y fue en una de estas cacerías que se rompió una pierna y no hubo manera de ocultarlo. Las nuevas tecnologías hacen más difícil para una monarquía esconder sus miserías y se descubrió que estaba en Africa, cazando elefantes. Aquello, unido a los delitos económicos que estaban cometiendo la infanta y su marido, unido a su vez al descaro vergonzoso que fue el ver cómo se han librado de sus condenas, desencadenó un aluvión de críticas que empezó a lanzar la pregunta sobre la necesidad de mantener a una monarquía que, supuestamente, ya había cumplido su cometido de acompañar al pueblo hacia la democracia. Otro golpe maestro, abdicó la corona en su hijo, pasándole los problemas a él, pero en realidad, dándole un toque de modernidad que el antiguo rey había perdido y dando una imagen más aceptable, que mantenía a esa parte de la familia alejada del nuevo nucleo. Ahora, Juan Carlos, puede seguir su vida de excesos sin ser el principal foco de atención, siempre supo como alejar ese foco o distorsionarlo, y el pueblo español siempre supo cómo tragarse cualquier discurso campechano que estuviera dispuesto a dar.
Es tan democrática esta España monárquica que la última noticia reseñable es que un rapero va a entrar en prisión por cometer el delito de «injurias a la corona» en varias de sus canciones. Hay discusión entre partidos políticos sobre quitar o mantener esa ley que algunos ven antidemocrática, que va contra la libertad de expresión, pero yo creo que antes que eliminar esa ley, es más importante eliminar la corona, porque no habría acto más democrático que ese.
La monarquía, cualquier sistema hereditario de poder, es por definición antidemocrático. Aunque sea un sistema donde la persona y su familia queda relegada a ser en el mundo lo que un arreglo floral es en la última comida de un condenado a muerte, no importa, si la capacidad de elección y decisión por parte de las personas que componen una sociedad está anulada.
Me gusta, en realidad, esa tradición de los países de poner un sobrenombre al monarca una vez ha pasado su reinado. Tuvimos a Alfonso X, el Sabio; tuvimos a Juana, la Loca; a Fernando e Isabel, los Católicos; también a Jaime I, el Conquistador; un Pedro III, el Grande... Así que, para cerrar un gran círculo en esto de la herencia, desatar algunos nudos bien atados, y dar pasos hacia la democracia real, mi voluntad y mi corazón estará puesto siempre en conseguir que algún día se conozca al actual rey Felipe VI de España, como, el Último.