Las tres religiones monoteístas más nombradas en nuestras sociedades occidentales aun cuando no siempre conocidas, desde la más antigua a la más reciente y aún vigentes, son la judía (hebrea o israelita con sus diferentes tendencias), las cristianas (y sus diversas expresiones y organizaciones) y la islámica (o musulmana en sus diversas tendencias).
Basaremos estas reflexiones en dos aspectos: a) ¿Cuál es la «misión» que deberíamos esperar de parte de las religiones?, y b) ¿Cómo se ha caracterizado desde un punto de vista histórico la acción de cada una de estas religiones en estos últimos 2.000 años?
De la «misión» que esperaríamos de cualquier religión
¿Cuál es la misión institucional o personal, que podríamos esperar desde la aplicación de los valores y principios que sustentan al ser humano en su mejor versión?
El concepto de misión a estos efectos la podríamos definir como «la tarea esencial o el fin fundamental» que cabría esperar de una institución o que se da a si mismo alguna persona.
Tratemos de destacar cuales serían «los valores y principios que sustentan al ser humano en su mejor versión». Estos «valores y principios» se relacionan con los Derechos y Responsabilidades humanas que apuntan a la sociedad planetaria que la mayor parte de la gente sin duda anhelamos. Me atrevo a nombrar algunos valores o principios, como referencias básicas sin por ello pretender agotarlos:
La inclusión del prójimo en su diversidad;
El respeto a la libertad de pensar, sentir y creer;
La conciencia fundamental de que nadie es «dueño de la verdad» y que en esencia somos pequeños, limitados y bastante ignorantes ante el misterio de lo creado;
La capacidad de dudar, de investigar, de dialogar libremente con respeto y sinceridad;
La solidaridad, que nos lleva a salir del «sí mismo» considerando al otro/a;
El respeto por el medio ambiente;
La apertura mental que nos permita revisar nuestras opiniones y creencias;
La convicción profunda de que los esfuerzos del ser humano han de apuntar al bienestar, equilibrio y respeto a todo lo existente;
El esfuerzo por liberarnos de nuestros prejuicios y precavernos de la adhesión a ideologías cerradas y dogmáticas.
El lector podrá sin duda agregar varios otros. Pero por allí va la idea central.
En este sentido, la misión de cualquier religión vigente en pleno siglo XXI, en que suponemos tener mayor conciencia, debería priorizar el enseñar a respetarnos y validarnos mutuamente, entregándonos herramientas prácticas que nos alienten a aprender a ser «mejores personas o seres humanos en su mejor versión».
Ser una «mejor persona», es un esfuerzo consciente de tratar de vivir de acuerdo a los valores y principios antes señalados, que implican sanidad en un amplio sentido, equilibrio mental y conductual y una espiritualidad que apunta al amor al «prójimo» entendiendo como tal a cualquier ser humano en el planeta y a todo lo existente.
Las religiones, en lugar de apuntar a profundizar en aquello que nos separa, tendrían que apuntar hacia el priorizar en lo que nos une. Parte de esto se traduce en que en lugar de priorizar el repetir ciertos ritos, dogmas y doctrinas, optar al mismo tiempo, por rescatar y destacar lo que tenemos en común, tratando de aprender de las diferencias, dándole ese sentido a sus doctrinas. Se trata de transformar la religión en un camino de desenvolvimiento que enseñe a relacionarnos de un modo directo sin intermediarios, con la religiosidad, la mística y el amor que nos conecta con lo «trascendente», siendo trascendente aquello que nos da sentido en cuanto seres humanos que vivimos en sociedad. En lugar de alimentar los egos, alimentar las vocaciones de servicio de cada cual, aquello que a cada ser humano le da su sentido existencial.
Me arriesgo señalar que el aporte de las religiones al desenvolvimiento del ser humano es actualmente prácticamente nulo. Esto, si entendemos como desenvolvimiento el desenvolver nuestra capacidad amorosa y una visión trascendente, consciente de nuestra ignorancia y pequeñez, con sentido de apertura mental.
Ninguna de las tres religiones monoteístas antes señaladas está exenta de aspectos que puedan generar fanatismo, exclusiones doctrinarias que generan dolor y a veces destrucción y muerte. Sin embargo, cada una de esas tres religiones en sus consecuencias doctrinarias ha tenido y tiene efectos prácticos muy diferentes en la conducta de sus adeptos. Esto se puede apreciar a la luz de su comportamiento relacional histórico.
La acción de cada una de estas religiones en los últimos 2.000 años
Es importante destacar entre las que tienen doctrinas que alientan el proselitismo de las que no tienen dicho afán. Las religiones cristianas y la musulmana en sus diversas expresiones son religiones doctrinalmente proselitistas: buscan adeptos, aumentar la cantidad de sus seguidores. La religión judía doctrinalmente no es proselitista. Esta característica marca profundamente la historia y el legado de cada una de ellas.
Cuando el proselitismo se hace de manera pacífica, en base a documentos, conferencias, conversaciones personales y así sucesivamente, estamos refiriéndonos a métodos «civilizados» que apuntan hacia la voluntad de cada cual a adherir a ciertas doctrinas o creencias. Cuando ese proselitismo utiliza la coerción, la presión a través de la amenaza, el temor, la tortura y/o la violencia estamos refiriéndonos a métodos «no civilizados» que atentan con los valores y principios que sustentan lo mejor del ser humano.
Tanto la religión cristiana como la musulmana doctrinariamente señalan tener la palabra de Dios o que son «la única verdadera en esta tierra». De allí suelen surgir los términos «herejes» o «infieles» a quienes se debe «convertir a la verdad» a como dé lugar o simplemente eliminarlos.
La «accion proselitista» o «no proselitista» de las mismas se aprecia en la cantidad de adeptos: la musulmana 1.300 millones, las cristianas 1.100 millones y la judía 18 millones (cantidades redondeadas y aproximadas).
Las religiones proselitistas han tenido en su historia y lo siguen teniendo en algunos casos, muestras de fanatismo religioso violento, generando desde sus doctrinas destrucción, dolor y muerte. Sin duda ese resultado es contrario a lo que señalábamos al principio de este artículo: el promover “los valores y principios que sustentan al ser humano en su mejor versión”.
Esas religiones, en su fervor proselitista, han alimentado la exclusión respecto a seres humanos diferentes, con guerras religiosas, (en el nombre de Dios), con persecuciones hacia quienes no tenían o no tienen sus mismas creencias e incluso los mismos modos de practicarlas.
No ha sido esa la característica del judaísmo, que al no ser proselitista ni conquistador ha tenido una historia de «pueblo perseguido» en lugar de ser «perseguidor». Los simples hechos de la historia de estos últimos 2.000 años permiten confirmar lo que estamos señalando. Revisémoslo de manera sucinta:
Por parte del cristianismo, largas guerras religiosas crueles y horrendas inspiradas en el proselitismo, en tratar de prevalecer sobre los otros: asesinatos, esclavitud de indios o de negros amparados en un proselitismo (que denominaban «evangelización»), que al mismo tiempo generaba un sistema socio- económico con seres que, de acuerdo a las autoridades eclesiásticas, «tenían alma» en el caso de los blancos y otros que «no la tenían» (los negros y los indios), a quienes era autorizado esclavizar; la «Santa Inquisición» que aplicaba torturas y quemas de personas vivas si no se convertían al cristianismo; las Cruzadas, guerras amparadas en la religión con todos sus horrores, quellas Bulas Papales excluyentes y odiosas, incluyendo la difusión de odio desde los púlpitos que generaban pogromos en toda Europa... (al menos 32 bulas donde se calificaban a los judíos con el estereotipo de monopolizar en sí todo lo más repugnante de un ser humano).
Recién el 13 de abril de 1986, Juan Pablo II se convirtió en el primer Papa que en 2.000 años de historia del cristianismo visitó una sinagoga: la sinagoga de Roma. La ocasión, calificada de «acontecimiento que pasará a la historia», sirvió al papa Wojtyla para deplorar el antisemitismo dirigido contra los hebreos «en todo tiempo y por quien quiera que sea» y para calificar a los judíos de «hermanos mayores» de los cristianos (crónica del diario El País de España, 14/4/1986).
Por parte del islam, terribles guerras de conquista entre los califatos, y/o de los califatos con otros reinos (principalmente cristianos o contra grupos minoritarios diversos), todo ello inspirado en el proselitismo y fanatismo excluyentes por parte de algunos califas o autoridades religiosas. La exclusión mutua y violenta entre chiitas y sunitas. Más recientemente las organizaciones de terror que limpian de «infieles» a este mundo y se oponen a un mundo en paz, sin violencia.
Creer en ciertas doctrinas, en Dios, o en personajes a quienes se admira, e incluso difundir esas ideas es respetable y lícito, siempre y cuando se respete la integridad de quienes son diferentes. Muy distinto es hacer proselitismo a como dé lugar, incluyendo la violencia, a fin de conquistar adeptos porque se es «dueño de la verdad».
La religión judía, al no ser proselitista, reconoce de manera explícita que todos los seres humanos pueden acercarse a Dios de modo directo, sin intermediarios, tratando de ser mejores personas si así lo desean; que ningún credo, religión o ideología, incluyendo la judía, es dueña de la verdad. No obligan a otros/as a convertirse al judaísmo. Tampoco existe en el léxico de las Comunidades judías los términos «hereje» o «infiel». No existe una «autoridad central» (un papa por ejemplo), que de pautas de gobierno o de doctrina, ya que cada comunidad es independiente. El término gentil que se usa para aquellos que no profesan la religión judía es un término que se usa sólo como expresión de lenguaje, reconociéndose a todos en su legitimidad humana y espiritual. Se nace como parte del pueblo judío al ser hijo/a de madre judía. Para convertirse al judaísmo hay bastantes exigencias de estudio y conocimiento dado que hay que demostrar que se está interesado/a en la conversión. Si bien no ha sido una religión que ha generado masivamente destrucción y muerte, ello no implica que en sus expresiones «ultraconservadoras» no haya generado casos puntuales de fanatismo que en ningún caso son amparados, ni menos promovidos , por doctrina alguna siendo sin duda alguna distorsiones del espíritu de esa religión.
Conclusiones
Las tres religiones señaladas, al centrarse básicamente en las liturgias, al no priorizar otros aspectos vinculados a la religiosidad, entendida esta última como el anhelo de perfeccionar en uno mismo el amor a Dios, traducido en el amor al otro/a en su diversidad y legitimidad, no alientan el trabajo interior de cada cual. Se apunta más a las creencias e interpretaciones de doctrina que a la relación amorosa con lo trascendente que abarca la categoría de lo divino y el resto de lo creado.
El desafío para las religiones sería el priorizar fuertemente el mensaje de la apertura mental, desalentar y no amparar el fanatismo señalando de manera determinante y valiente que nadie es dueño de la verdad y que las creencias que pueda tener cada cual son lícitas y respetables en la medida que los lleven a legitimar y a respetar a quienes creen o piensan diferente. Si eso llegara a ocurrir desaparecerían los conflictos religiosos, estaríamos muy cerca de un mundo mejor y de una religiosidad universal donde todos podríamos tener una visión trascendente totalmente libre en lo individual y al mismo tiempo muy humilde con la clara conciencia y apertura mental de nuestra pequeñez y de nuestra ignorancia. ¿Será posible ese milagro?