Los atentados de las últimas semanas se han multiplicado en Afganistán, y nada indica que podrían cesar. El foco de atención mundial ha vuelto a fijarse en ese país, hoy en pleno caos, y sin encontrar alguna vía de solución, tanto interna como internacional. A pesar de que, desde el 2001, los sucesivos Gobiernos parecieron lograr un mayor control sobre los variados grupos en pugna, el actual presidente Ashraf Ghani, debe afrontar una nueva escalada violentista, que dejó más de 2.000 muertos el 2017, y aumentan este año.
No sólo actúan los conocidos talibanes, que por tantos años controlaron vastos territorios, sino que han resurgido otros movimientos representados por los llamados Señores de la Guerra, originados en poderosas tribus y etnias, que se combaten continuamente, desde siempre. Resulta difícil saber con certeza quién es el verdadero autor de los recientes atentados, que igualmente se atribuye ISIS. Buscan, entre otros objetivos, controlar ricos territorios mineros, así como un tráfico ilegal de drogas que se expande y produce enormes ganancias, que se ocupan, sobre todo, en más armas y más guerra.
Tanto los Estados Unidos, como China y Rusia han procurado ponerse de acuerdo y encontrar soluciones negociadas, reflejadas en consultas internacionales bajo el mandato del Consejo de Seguridad de Naciones Unidas, y también han visitado el país, sosteniendo reuniones con sus autoridades. Sus resultados han sido escasos, si bien constituyen un punto en que tales potencias han logrado mayores coincidencias, dentro de sus muchas divergencias. Otro tanto ha hecho la Unión Europea, que adoptara una larga Resolución en apoyó al Grupo de Coordinación Cuadrilateral, compuesto por Estados Unidos, China, Pakistán y Afganistán. Un acuerdo en que se analizó la situación afgana, más como diagnóstico que traducida en soluciones de fondo. A manera de paliativo, ha decidido aumentar el número de militares entre 13.000 y 16.000 efectivos.
Las consecuencias para la región son muy variadas. Se ven amenazados países como Tayikistán, Uzbekistán y Turkmenistán, vecinos. Lo mismo vale para Pakistán, y sus consecuencias para India, ambos confrontados política y religiosamente. Y debemos mencionar al otro vecino, Irak, empeñado en materializar definitivamente, la derrota y expulsión de los terroristas de ISIS. Diezmados y expulsados de los territorios que controlaban, pero todavía lejos de verse extinguidos. Lo grave es que podrían encontrar en Afganistán, no sólo refugio, sino que una manera de reagruparse y reclutar nuevos adherentes. Los talibanes son sus enemigos y aseguran que podrían derrotarlos definitivamente, pero el precio sería muy alto, y volverían a dominar el país, imponiendo sus rígidas normas a mujeres y niños, como ha sido tradicional, tal y como lo aplican en las zonas en que han podido establecerse nuevamente en las recientes semanas. Tampoco debemos olvidar otros actores, como Irán y los desafíos que representa, sobre todo para Estados Unidos, con la administración de Trump, mucho menos contemporizadora y tolerante que la de su antecesor. Ha prometido aumentar su presencia militar en Afganistán.
Hay que observarlo más allá de su situación actual, sumida en un descontrol creciente, y ponerlo en perspectiva regional, como un nuevo gran problema que se ha reactivado gravemente en los últimos días, y que puede constituir un lamentable detonante para una región altamente sensible para la paz mundial. La historia de Afganistán lo comprueba, y en verdad, casi nunca ha conocido verdaderamente la estabilidad que tanto necesita. Sus riquezas, continuas confrontaciones internas, y su ubicación estratégica, lo han impedido hasta ahora. Los recientes actos de violencia, alejan todavía más esta remota posibilidad.