Finalizamos el artículo titulado Dios, el Hombre y la Religión diciendo que: «Dios sí existe. Solo que no pertenece a ninguna religión. Y ciertamente tampoco pertenece al hombre». Pero no dijimos, ni explicamos, el porqué, sino que lo dejamos para «más adelante».
Pues bien, ahora es más adelante. Desde un punto de vista filosófico consideran los agnósticos que «los valores de verdad de ciertas afirmaciones —especialmente las referidas a la existencia o inexistencia de Dios, además de otras afirmaciones religiosas y metafísicas— son desconocidas o inherentemente incognoscibles» (fuente: wikipedia).
- Incognoscible: «del latín tardío incognoscibĭlis. Que no se puede conocer» (fuente: RAE).
Pues bien, que no se pueda conocer, no significa, ni por mucho, que no exista. En otras palabras, significa que no es válido, ni aconsejable, desde el punto de vista del razonamiento lógico y cognitivo, dejarse llevar por el agnosticismo fuerte (un agnóstico fuerte dirá: «no puedo saber si una deidad existe o no y tú tampoco»), sino, más bien, dejarse llevar y aconsejar por la lógica y el razonamiento del aconsejar por el agnosticismo débil (un agnóstico débil dirá: «no sé si existen deidades o no pero quizás algún día, si hay evidencias, podamos descubrir algo»).
¿Por qué?
Porque el agnosticismo, tanto el fuerte como el débil, se basan en el principio antrópico (del griego ἄνθρωπος, ánthrōpos, «hombre»). Un principio que se suele enunciar como sigue:
El mundo es necesariamente como es porque hay seres que se preguntan por qué es así.
Ah, pero... ¿qué pasaría si en el mundo no hubiese seres humanos que se preguntaran «¿por qué es así?». Y la respuesta lógica y razonables es: ¡nada! ¡Absolutamente Nada!
El mundo sin seres humanos seguiría rotando alrededor de eje y orbitando la estrella que lo ilumina y le da calor. El planeta seguiría evolucionando y la vida que alberga también. Porque ni la vida, ni el planeta, dependen de la existencia o no, de esa insignificante especie llamada Homo sapiens, o lo de lo que llamamos y concebimos como humanidad.
Tristemente es todo lo contrario, la vida podría extinguirse y el planeta ser destruido, gracias a las acciones inconscientes de esa especie que se cree dueña del planeta y con derecho a reinar sobre todas las demás especies existentes. ¡Cómo si fuera un dios!
Pero hay más, pregúntese: ¿qué pasaría si en vez de humanos hubiese otra raza inteligente dirigiendo los destinos del planeta? ¿Quizás más inteligente? ¿Quizás más evolucionada? ¿Quizás más cerca y consciente de Dios?, ¡Y de la Naturaleza de su Creación? ¡Por ser más espirituales y cercanos a Él! ¡Justamente por no ser antropocéntricos!
Pero vayamos más allá: se dijo que el Big Bang explicaba por sí sólo el nacimiento del Universo, sin la necesidad ni la intervención de Dios en la ecuación. Pero resulta que «si las leyes conocidas de la física se extrapolan más allá del punto donde son válidas, encontramos una singularidad».
¡Como la que permitió que hubiera una partícula más de materia por cada millón! Evitando que un millón de antipartículas aniquilaran a un millón de partículas. Y el Big Bang hubiera acabado mucho antes de su primer segundo de vida. En una mutua aniquilación y producción de energía.
¿Habrá sido Dios esa Singularidad?
Pero continuemos: después resultó que el Universo se inflaba. Es decir, se expandía, a una velocidad justamente más allá de lo que las leyes conocidas de la física extrapolan.
Entonces ya no sólo había una singularidad. También había algo Incognoscible que «inflaba» el Universo. Y pensaron que quizás podría ser una partícula elemental con un campo hipotético asociado a ella la responsable de la inflación y la llamaron inflatón.
¿Podrá comprobarse la naturaleza y la existencia del inflatón y de su campo asociado como se hizo con el Bosón de Higgs y el campo de Higgs?
¿O seguirá siendo algo hipotético? ¡Como el principio antrópico!
Y todavía hay más: la expansión del Universo implica como resultado físico la existencia de una fuerza gravitacional repulsiva, a la que, a falta de mayores explicaciones racionales, los cosmólogos llamaron Energía Oscura; la cual aporta casi tres cuartas partes de la masa-energía total del Universo.
Entonces, ¿otra singularidad que no podemos explicar porque nuestro entendimiento, no se acerca, ni por poco, al de Dios? O quizás sea... ¡porque es Dios quien la dirige!
Y para que nada falte, también hay Materia Oscura:
«Un tipo de materia que corresponde al 27% de la materia-energía del universo, y que no es energía oscura, materia bariónica (materia ordinaria) ni neutrinos. Su nombre hace referencia a que no emite ningún tipo de radiación electromagnética (como la luz). De hecho, no interactúa en ninguna forma con la radiación electromagnética, siendo completamente transparente en todo el espectro electromagnético. Su existencia se puede inferir a partir de sus efectos gravitacionales en la materia visible, tales como las estrellas o las galaxias, así como en las anisotropías del fondo cósmico de microondas presente en el universo».
¡Más ignorancia del omnipotente hombre que se cree el centro del Universo!
¡O más evidencia de que no es el insignificante hombre sino Dios quien rige los destinos del Universo! Usted decida. Yo me voy por lo segundo.