Carolina Häfner Jiménez, o KoKo Ché Jota, nació en Granada, aunque sólo tenía dos años cuando sus padres decidieron que la caída del muro de Berlín era buen momento para volver a Alemania.
Estudió arquitectura, pero antes de poder terminar la carrera, la vida injustamente la colocó al frente de un estudio en el que tenía la última palabra y la responsabilidad de las personas a su cargo. Dos complicados años estuvo al mando, hasta que decidió que eso no era lo que quería estar haciendo el resto de su vida. No fue fácil, pero al menos era su decisión, la única que sentía haber tomado por sí misma en mucho tiempo.
Para despejar su cabeza y vislumbrar sus posibles futuros fue a visitar a los familiares que aún tenía en Granada, y lo que pretendían ser unas semanas, unos meses, acabó siendo indefinido. Aterrizando en Sevilla más tarde, donde reside actualmente.
Quizás porque había vivido tanto en tan poco tiempo que no tenía otro remedio que seguir a su alma artística por donde ésta la llevara, acabó haciendo diferentes cursos de artesanía, de moda, y quería entrar también en el mundo de la costura, pero acabó siendo desmotivada por quienes tenían que motivarla a seguir.
Así que Carolina decidió lanzarse sin paracaídas a la página en blanco que tanto temía y al inundarse en ella surgió un trazo, solitario y valiente, y de esa simple mancha aleatoria en el lienzo surgieron los universos artísticos y filosóficos de KoKo Ché Jota.
Su obra, llena de habitaciones vivas, de mujeres solitarias y serenas. Despide una tranquilidad llena de fuerza, como una tensión poética ocultándose en las zonas del cuadro a las que no prestas atención. Mujeres bellas de muchas maneras, que no necesitan sonreír porque no están ahí para complacer. Koko no disfraza la realidad para que sea mas comercial, no maquilla sus ilusiones, ella les da presencia y fortaleza a esas mujeres para que el mundo pueda comprobar cómo son realmente, cómo es la belleza cuando no es un producto, sino una prolongación más de la naturaleza que no tiene nada que ver con la estética Vanity Fair que inunda la cotidianeidad.
Ella compara la vida con un gusano de la madera. Un gusano que vive en el interior de un tronco, alimentándose de su entorno, y cuyos pasos son aleatorios porque no sabe dónde le pueden llevan. Puede ir en todas direcciones, su camino está hecho a la medida de su cuerpo, y siempre deja un rastro, un recorrido por el que no puede volver; el paso del tiempo como una marca física, una cicatriz del universo.
Bajo ese concepto nace su último trabajo, Los gusanos del lapso, cuyos rastros recorren el aire alrededor de sus modelos como metáforas de sus propias vidas expuestas y a la vez misteriosas. Esta serie está realizada bajo un proceso particular que empieza a mano, con una mancha, una textura al azar que va tomando forma, más tarde escanea el trabajo, o lo fotografía y va al ordenador, como ella dice, quizás por su pasado técnico, donde lo modifica para así imprimirlo con tinta acrílica al calor sobre un lienzo para ser terminado a mano.
Su último trabajo ha estado expuesto en No Lugar - The Art Company, una galería/restaurante en el centro de Sevilla, que ofrece de manera altruista la oportunidad de exponer a diferentes artistas. Recientemente, movió su trabajo a la galería Puerta Catedral, donde ha estado expuesto hasta este mes de febrero.
En estos momentos, está yendo de la costura a la pintura, de la pintura al ordenador y de vuelta a la costura en un bucle de búsqueda creativa.. siempre avanzando, siempre en movimiento, siempre aprendiendo…
Lo que Koko Ché Jota no parece conocer de su propio concepto, de su propia visión sobre la vida y los gusanos de la madera, es que, tarde o temprano, a todo gusano le crecen alas. Está envuelta en una crisálida de vivos colores, y estén atentos, porque pronto pasará volando muy cerca de todos vosotros y no os lo querréis perder.