Un pánico bursátil hermano gemelo de los precedentes, que coincide con el proceso de un conocido estafador que operaba en los mercados financieros (construcción pleonásmica), relanza la cuestión del lenguaje. La perversión del idioma se acelera en estos casos, alcanzando niveles olímpicos.
La brutal caída de Wall Street, –caída que dicho sea de paso no previó ninguno de los pitonisos que vienen a la TV a explicar lo que no saben: la economía–, agudiza el mal de la disimulación y el engaño.
Cuando las Bolsas planetarias baten récord tras récord en una fuga asintótica hacia el infinito, nadie habla de especulación desenfrenada, ni de burdel, ni de estafa. Copiando simiescamente el triste ejemplo del inimitable Alan Greenspan, los expertos hablan de «exuberancia de los mercados» con la misma entonación con la que alguna vez la prensa amarilla comentó la exuberancia de las tetas de Jane Mansfield. Ambas «exuberancias» –es el mensaje implícito– constituyen un imparable estímulo a la erección priápica de traders cuyo alto nivel de testosterona es condición sine qua non para ejercer el oficio (no lo invento yo, lo dicen los que saben…).
Nadie se pregunta qué sinrazones provocan la divina ascensión del precio de las acciones y otros productos financieros: lo importante es que los traficantes –sin producir un cuesco– se llenen los bolsillos de oro.
Luego, cuando se termina la fiestuza, aparecen en la tele los huevones analgésicos –si oso escribir–, pagados para calmar la ansiedad y el dolor de las no tan ingenuas víctimas: pequeños inversionistas, cotizantes de AFP, ciudadanos de a pie que pierden el laburo sin saber a qué santo encomendarse, estudiantes que ven desaparecer su chanta universidad sin que el Mineduc haga otra cosa que gesticular.
El huevón analgésico es el economista-jefe (el gurú) de tal o cual banco o compañía de seguros, que hace gala de una inigualada maestría en el manejo de tópicos, perogrulladas, necedades y lugares comunes, y se expresa –satisfecho y seguro de sí mismo– en un volapuk, un guirigay, un galimatías, una jerga de iniciado, salpicada aquí y allí de barbarismos, preferentemente anglicismos mal digeridos, con el propósito convicto y confeso de servir de calmante opiáceo u opioide y la secreta ambición de igualar los efectos de los barbitúricos.
Para referirse a la diarrea generalizada que tiene a las Bolsas apernadas en el retrete, el huevón analgésico habla de «corrección de los mercados». Dependiendo de su nivel de descaro agrega: «eso es bueno», «saludable», porque »los fundamentales están bien, me atrevería a decir muy bien».
Se trata pues de un breve episodio de «volatilidad», de una ligera «turbulencia» que pasará en menos tiempo del que el huevón analgésico tarda en contarlo.
Si, en un arranque de osadía tan improbable como inesperado el periodista osa, no diré cuestionar esta forma de sermón del desierto sino simplemente solicitar una aclaración, el huevón analgésico echa mano al recurso del método: “los mercados” –que el huevón analgésico presenta tan o más omniscientes que el Pulento– «ya habían integrado en sus previsiones la posible corrección, y no hacen sino emprender una fuga hacia la calidad». Al vesré, justo para facilitarte la comprensiva: una gafu hacia la dalicá.
Si toda esta cháchara se revela insuficiente, el huevón analgésico dispone todavía de un Donjon, esa torre rodeada de zanjas llenas de agua y de cocodrilos, último reducto del castillo para impedir el ingreso de los sitiadores: el cuento de la «toma de beneficios».
Poseedor de paquetes de acciones cuyo valor bursátil acaba de subir, el dinámico agente financiero se precipita a venderlos para concretizar el tan ansiado lucro. La contrapartida, evidentemente, es un aumento de la oferta de acciones y por vía de consecuencia la baja de su precio. La ley de la oferta y la demanda explica el consumo de kawa en las tribus del Sahel, las oclusiones intestinales y hasta los cólicos renales. Solo tienes que hacer como Blaise Pascal, quien aseguraba que para creer basta con hacerle empeño.
Dirigiéndose a los cotizantes de las AFP –ganado ovino extremadamente productivo pero sensible, como las vacas, a la proximidad del matadero– el huevón analgésico se cree obligado a precisar que tus miserables fondos de pensión no pierden nada mientras no se haga efectiva la venta de los activos en los que están invertidos, duerme tranquilo, la AFP vela por tus pinches intereses. Acto seguido, sin siquiera ofrecerte la ocasión de una transición de despiste, el analgesic asshole hace un vibrante llamado a la confianza.
Todo lo que describo, en 30 segundos cronometrados: la televisión exige brevedad y concisión, el minuto de pausa comercial vale lo que vale, para explicar el segundo principio de la Termodinámica y la entropía creciente del universo tienes 20 segundos tic-tac tic-tac, incluida la mención del patrocinador que en Chile llaman «esponsor». Con «e».
No es que servidor tenga preguntas para todas las respuestas, ni media docena de interrogantes para cada explicación, pero sería útil que te contasen que hace décadas que los bancos centrales que importan, la FED y el BCE, desparraman liquidez que es un primor, y que sus tasas de interés se mantuvieron –o se mantienen– en cero %. Dicho de otro modo papita p’al loro.
Billones de dólares y euros –a coste cero– fueron puestos a disposición de la comunidad financiera con el benevolente objetivo de alimentar la inversión productiva. ¿Cómo? Ese dinero debía servirle a los bancos para distribuir créditos en plan regalo de Navidad. El relajo monetario que llamaron Quantitative Easing (QE para los amigos) ¿te dice algo?
Ese billete, en vez de ser utilizado en la economía real, fue capturado por los especuladores de siempre. Si la plata no te cuesta o, mejor aún, si viene con un subsidio (pides 100 y devuelves 98), es muy rentable endeudarse en créditos que te servirán para comprar acciones. La compra de dichas acciones trae consigo el incremento de su demanda, y por vía de consecuencia el aumento de su cotación en Bolsa. De ese modo ganas dos veces: la primera porque hiciste aumentar artificialmente el precio de las acciones que luego revenderás con un pingüe beneficio, y la segunda porque, si cada acción renta un modesto 3%, visto que la plata no te cuesta nada, ganaste 3% sin poner ni uno.
Así, los sucesivos QE alimentaron la especulación financiera y generaron poderosas burbujas, sin olvidar el lucrativo carry trade, una maroma que consiste en pedir plata en los EEUU o la UE a tasas de cero %, y colocarla, digamos en Brasil o en Chile, en donde las tasas de interés estuvieron y están mucho más altas. De ese modo, al cabo de un tiempo Chile o Brasil te pagan, digamos, un 5% de intereses, devuelves el crédito y te quedas con la diferencia sin dar golpe. ¿No es bella la vida?
Por ahí, –eso te lo conté en otra parte–, después de nueve años sin subir las tasas de interés, Yanet Yellen, en ese entonces presidente de la FED, tuvo la genial idea de aumentarlas. Poco a poco, de cero % la FED pasó al 1,5% actualmente, con perspectivas de seguir subiendo el costo del dinero.
El fin del dinero fácil y barato hizo que los grandes operadores financieros comenzaran a recoger cañuela, o sea a vender la masa de acciones que acumularon durante el jolgorio. Al mismo tiempo, la FED, y también el BCE, comenzaron a reducir su intervención que consistió en la compra de acciones para facilitarle el lucro a bancos y empresas (en este momento la FED aun guarda unos 4 billones de dólares de activos en su balance).
Ahora bien, la ley de la oferta y la demanda en materia de activos financieros funciona al vesré: cuando sube la oferta, baja la demanda. Una acción que pierde valor es caca: no la quiere nadie. La cosa se pone negra, y el pánico desata una carrera de venta de activos en plan maricón el último. Como dicen los traders en Wall Street, más vale perder los dedos vendiendo apresuradamente, que perder hasta el hombro por esperar.
Insaciables, los grandes operadores financieros aprovecharon el movimiento de balancín: cuando baja el precio de las acciones, aumentan las tasas de interés de las obligaciones, entre ellas los bonos del Tesoro de los EEUU. Las obligaciones pagan una tasa relativamente modesta, pero fija. Ahí estás tranquilo: pase lo que pase, te pagan lo que te pagan.
Vender acciones libera liquidez que estos linces colocaron rápidamente en obligaciones. Al S&P500, al Dow Jones y a los cotizantes de las AFP les pueden dar morcilla. Who cares?
En lenguaje de huevón analgésico, los administradores de activos «reestructuraron su portafolio». Si el pánico, si la crisis financiera –tú me entiendes: la «corrección»– se transforma en una nueva crisis económica, y esta en una crisis social que desemboca en crisis política, che se la vedano loro… i cretini, gl’imbecili…
Esos que escuchan al huevón analgésico en la tele, sin reparar en que todo es cuestión de semántica