En alguna ocasión he oído que más de la mitad de las personas que dejan su trabajo lo hacen por culpa de su jefe. ¡Más de la mitad! Y muchas de las personas que deciden abandonar sus puestos son, por supuesto, trabajadores con talento, gente formada y lista. Simplemente han tenido la mala suerte de tratar con jefes poco eficientes, nada empáticos o que buscaban la forma de ponerse las medallas que le correspondían a otros. Por supuesto queda la opción de aguantar, pero también es cierto que hay situaciones que, a la larga, son inaguantables. De ahí la drástica decisión de dejar un trabajo.
Esto no solo afecta al empleado que ha decidido unirse a las filas del paro o cambiar de empresa si tiene suerte, sino a la propia empresa que pierde talento, ya formado, por no extirpar –permitidme la expresión- el cáncer que verdaderamente mina su negocio.
Además, lo de ser jefe ya no se lleva. Ahora, las empresas y los empleados quieren líderes. Es decir, referentes a los que imitar, de los que aprender y capaces de motivar al personal. Dirigentes cercanos (ayuda el hecho de que muchos carezcan de despacho propio y se mezclen con los miembros de su equipo en la misma zona de trabajo). Personas empáticas que conozcan y sepan cómo se sienten sus empleados. Líderes con una facilidad innata para dirigir capital humano y, a la vez, enseñar a sus «subordinados» cómo alcanzar los objetivos marcados por la compañía para hacer que el negocio sea rentable.
Pero lo que se desprende de los comentarios que escucho en boca de muchos amigos y conocidos, es que esto no parece ser sencillo. Según estas voces exaltadas, parece que escasean los líderes y abundan los jefes totalitarios, ególatras y trepas. Eso sí, también hay excepciones y, cuando encuentras a alguien que considera a su jefe un auténtico líder, lo notas no solo por cómo le describe sino por la energía, motivación y alegría que irradia.
Hay ciertos rasgos que distinguen a un (mal) jefe de un líder. Desde mi humilde opinión, estos son 10 ingredientes clave para ser líder:
• Humildad: los líderes están en cargos de responsabilidad por méritos propios y disfrutan en ellos. Los (malos) jefes utilizan su situación de poder para beneficiarse de privilegios y consideran que son seres superiores. Suelen tener titulitis, mientras que los líderes presentan a la gente de su equipo como compañeros de su departamento, sin distinguir entre cargos.
• Conocer al equipo: Sentarse de forma regular para tomarle el pulso al equipo es fundamental. Pero no solo para conocer el estado del trabajo que están realizando, sino para entender sus inquietudes, su estado anímico o su motivación. A veces, un buen líder tiene que hacer de coach y es importante saber de primera mano si algún fuego necesita ser apagado antes de que provoque un incendio. de cara a atajar posibles problemas desde el origen. El mal jefe considera a sus empleados máquinas y no quiere tener mucho contacto con el equipo que el estrictamente necesario. Generalmente, eso provoca que se encuentre con problemas cuando ya es difícil atajarlos.
• Compartir información: jefes y líderes suelen estar en esas reuniones en las que se habla de negocio, de estrategia y objetivos. El líder sabe distinguir qué parte de esa información es crucial para que el equipo pueda trabajar en la dirección adecuada. Un mal jefe prefiere quedarse la información creyendo que es la llave para poder brillar o destacar en un momento dado. Además, el líder transmite con claridad cuáles son los objetivos y la responsabilidad de cada uno para que el equipo sepa qué se espera de ellos.
• Rodearse de gente con talento: hace un par de años tuve la suerte de escuchar a Margarita Álvarez, directora de marketing y comunicación de Adecco, en un foro sobre ese sector. Allí dijo que ella siempre se rodea del mejor equipo posible para que hagan un trabajo excelente ¡Bravo! El mal jefe prefiere contratar a gente de perfil bajo «no vaya a ser que me hagan sombra». Pero lo cierto es que líderes de la talla de Margarita saben que cuando su equipo brilla, ella brilla porque, al fin y al cabo, la responsabilidad final siempre es del (buen) jefe.
• Dar ejemplo: hay malos jefes a los que se les llena la boca con consejos pero luego no se los aplican. El líder aplica todo lo que aconseja.
• Formar constantemente al equipo y formarse uno mismo: la formación no debe terminar nunca. Las posibilidades son infinitas, ahora más que nunca. Se puede enrolar al equipo en cursos específicos online y gratuitos de calidad como los que ofrecen plataformas universitarias como Coursera o edeX o incluso Stanford. El mentorazgo es una práctica muy útil que consiste en buscar mentores dentro de la propia compañía. Estos pueden ser personas con un amplio bagaje profesional que puedan reunirse con los empleados con menos experiencia para hablarles de temas concretos como «formas de gestionar una crisis» o «óptima gestión del tiempo» o de temas más amplios como estrategia o, incluso, liderazgo. El líder sabe que incluso él necesita ponerse al día y no deja de buscar formas de aprender. El (mal) jefe piensa que ya sabe de todo.
• Delegar y confiar: el (mal) jefe piensa que solo él sabe realizar el trabajo y no se fía de sus empleados. Curiosamente es el que siempre se queja de la cantidad de trabajo que tiene. El líder delega y deja que su equipo crezcan a base de nuevas responsabilidades.
• No hacer micromanagement: el líder sabe qué temas tiene que conocer y cuándo tiene que estar enterado del día a día. El (mal) jefe quiere estar copiado en cada email que se envía y quiere saber todos los detalles de lo que su equipo hace.
• Celebrar los éxitos y aprender de los errores. A todos nos gusta que nos den una palmadita en la espalda. El líder motiva a su equipo celebrando aquello que se ha hecho bien y que ha traído los resultados deseados o se han superado. Además, no se toma a mal los errores sino que muestra cómo se puede aprender de ellos. El (mal) jefe no da ni las gracias y se enoja cuando algo sale mal.
• Retar al equipo: es importante que el equipo crezca y no hay nada mejor que ofrecerles nuevos retos de vez en cuando. En aquellos trabajos en los que hay diferentes proyectos, es recomendable dejar que cada uno de ellos lo lidere una persona del equipo. Lo importante es que los empleados no se estanquen en el sota, caballo y rey, que sean conscientes de que pueden ir más allá, incluso fuera de su zona de confort. Los (malos) jefes piensan que no tienen equipo sino asistentes.
Nada de lo relatado arriba es fácil… o quizá sí. Solo hay que poner un poco de empeño, ser más empático y pensar que todos estamos en el mismo barco y tenemos los mismos objetivos. Si se cumple el decálogo, el ambiente de trabajo será muy bueno, el trabajo fluirá y seguro que los resultados serán mejores.
Nota: cuando digo líder me refiero a un hombre o a una mujer.