«Me clavo en el pecho la espada, que ya no me servirá para combatir. Si el vencido es quien muere y el vencedor quien mata, con ello, confesándome vencido, me intuyo vencedor», así citaba Oriol Junqueras antes de ir a declarar ante el Supremo un texto de Fernando Pessoa.
Tirando de estoicismo, con un recuerdo al Imperio romano, donde el poder político cada vez era más despótico, lo comparaba con el poder de España. Hombre… pues no sé, no veo a Junqueras como un gladiador antes de morir, lo veo más bien como el exvicepresidente de la Generalitat contando otro de sus cuentos y con mucho tiempo libre.
Oriol Junqueras seguirá en prisión. El Tribunal Supremo ha rechazado el recurso que apelaba a sus convicciones religiosas para pedir su excarcelación. Eso sí, la permanencia del líder de ERC privado de libertad preventivamente no impedirá que pueda acceder a la condición de diputado, del mismo modo que tampoco habría impedimento para que lo hiciese Carles Puigdemont, en tanto que el reglamento del Parlament permite que este trámite se haga por escrito, de forma no presencial. Ninguno de los dos está condenado en firme y por tanto conservan sus derechos políticos.
Ambos se disputan ser investidos como presidentes, en el caso de Junqueras el Supremo podría darle un permiso extraordinario para su acto de investidura, pero Puigdemont tendría que regresar a España, eso significaría su ingreso inmediato en prisión, y solo así podría reclamar el mismo permiso excepcional. Al hilo de todos estos supuestos, la cuestión es: ¿cómo se ejerce la presidencia desde la prisión?
La decisión de los tres magistrados de la Sala de lo Penal, al rechazar el recurso de apelación de Junqueras contra su prisión preventiva, significan una aprobación a la actuación del juez del caso, Pablo Llanera, quien decidió mantener en prisión a Junqueras. Gran tragedia para ERC, que pierde a su candidato para presidir la Generalitat y para vencer en la pugna secesionista con Puigdemont. No sabía yo que los oprimidos gladiadores estaban en la línea de aspirar a la presidencia del Imperio, esa parte de Ideas políticas en Roma –asignatura optativa en Ciencias Políticas- me la perdí.
El auto de la Sala de lo Penal del Tribunal Supremo da luz verde a Llanera para que culmine la causa con el delito de rebelión. La investigación practicada permite afirmar la existencia de indicios suficientemente consistentes de la comisión de un delito de rebelión, y subsidiariamente, de una conspiración para su comisión. Este delito, regulado en el artículo 472 del Código Penal, castiga a aquellos que se alzaren violenta y públicamente para declarar la independencia de un parte del territorio nacional. La pena de conspiración es de ocho años.
Por esta imputación, los magistrados acusan a los líderes del proceso independentista ilegal de asumir la presencia de actos de violencia para lograr la independencia de Cataluña, al llamar a la movilización popular para forzar la claudicación del Estado, cuya oposición al desafío era esperable. La aceptación del plan incluía la aceptación de previsibles y altamente probables episodios de violencia.
Esa asunción de la violencia existió el 1 de octubre, cuando los secesionistas celebraron el referéndum por la independencia que había suspendido el Tribunal Constitucional: «Constituye una conducta de extraordinaria gravedad incitar a varios millones de ciudadanos a que acudan a votar ilegalmente a sabiendas de que se van a encontrar necesariamente con la oposición física de los agentes policiales que, en representación del Estado de Derecho, van a actuar con el único fin de asegurar el cumplimiento de sus normas más elementales».
Para sostener el encarcelamiento del líder de ERC, el Supremo señala el relevante riesgo de que Junqueras reitere en los delitos. No existe ningún dato que permita percibir una renuncia de Oriol Junqueras a las vías ilegales, el camino unilateral a la independencia emprendido por medio de hechos impuestos, fuera de la ley.
En el punto donde estos señores se autoproclaman presos políticos, así, a lo Mandela, el Supremo aclara que «no puede hablarse de presos, pues nadie es perseguido por defender una idea, el sistema permite la defensa de cualquier opción». De hecho la Constitución admite la defensa de cualquier posición política, incluso la que defiende la desaparición de la propia Constitución y la instauración de un régimen no democrático. Pero esto no es lo mismo que autorizar un recurso a la violencia o al tumulto.
Todo esto con una victoria histórica de Ciudadanos pero que, pese a ello, la única mayoría absoluta que permite vislumbrar un Gobierno en la próxima legislatura es la del independentismo, con Junts per Catalunya, ERC y la CUP. La lista del Puigdemont quedó primera con 34 escaños frente a los 32 de ERC. Los independentistas llenan 70 de los 135 escaños del Parlament.
Que Junqueras y el expresident bailen juntos es otra cuestión, entre ambos suman 66 escaños, pero la mayoría absoluta necesita 68, y la CUP solo entregará su corazón si la investidura de un president instaura la república y da la espalda a España. Nada de diálogos, eso es lo que tienen los antisistemas, critican el poder –siempre autoritario- y se ponen la túnica de Gandhi.
En el pecado llevan la penitencia, si la CUP y Puigdemont no se entienden, y contando con que el «opresor» sistema judicial español le dejase ejercer como president, el único socio que le queda para poder gobernar es Catalunya En Comú Podem (CECP) de Xavier Doménech y que ya ha dejado claro que no investirá a Puigdemont porque es «blandito» y de derechas. Tampoco apoyará a Inés Arrimadas por lo mismo. Así que, si no cambia la situación, los catalanes tendrán que disolver en abril el Parlament y convocar nuevas elecciones.
Veremos qué pasa en el siguiente tomo con este odio entre divos secesionistas, ya convertidos en cinematográfico. No sé en que género del séptimo arte incluirles... ¿en el melodrama o en la comedia?