Quienes le conocieron coinciden en señalar que Ronald Reagan fue un tipo divertido, casi siempre de buen humor, que nunca se tomó en serio. De la política, considerada como el segundo oficio más viejo del mundo, Reagan dijo: «Comienzo a pensar que se parece cada vez más al primero». Visto adónde llegó, tenía fundadas razones para saberlo.
Nuestros políticos parasitarios son tan o más reaccionarios que Ronny, pero contrariamente a quien se describía diciendo «Soy el Errol Flynn de la serie B», son siniestros, sórdidos, no tienen ni una pizca de imaginación ni de humor, y para más inri se toman muy en serio.
Todos coinciden, con una sospechosa unanimidad, en que la deuda pública es una suerte de pecado mortal, y estiman que para ser respetables y respetados deben rechazarla como la cruz a Lucifer.
Los republicanos –la derecha estadounidense– pasan de esas idioteces. Ronald Reagan triplicó el déficit del gobierno Federal, llevándolo de US$ 900.000 millones a US$ 2,7 billones. Más tarde, George W. Bush duplicó esa cifra a más de US$ 5,4 billones (actualmente la deuda Federal de los EEUU supera los US$ 20 billones).
Si le buscas una explicación a lo que nuestros tristísimos ministros de Hacienda calificarían de inconmensurable irresponsabilidad, ella es simple como una de tus manos: no todas las deudas se pagan. Entre los deudores insolventes los EEUU ocupan un lugar privilegiado. Para no ser menos, la Unión Europea hace denodados esfuerzos para calificar, mientras Japón sigue encabezando el ranking de los would be deadbeats.
Desde luego no son los únicos y, como queda dicho, suele encontrarse algún irresponsable divertido, como Ronald Reagan, que interrogado por un periodista sobre el enorme déficit del presupuesto Federal respondió: «A mí no me inquieta el déficit. Ya está bastante grandecito para cuidarse solo».
Más tarde, cuando Paul O’Neill –Secretario del Tesoro de George W. Bush– le advirtió al vicepresidente Dick Cheney que el déficit se iba de las manos, Cheney le espetó: «Reagan probó que el déficit nos vale madre». Un mes más tarde el impertinente O’Neill fue destituido.
Sin embargo los ex pertos intentan convencernos de que todas las deudas deben ser pagadas religiosamente, lo que es perfectamente contrario a la teoría y a la práctica económica. Si fuese el caso, no habría necesidad de alimentar esa estafa pública que son las Agencias de Calificación de Deuda, ni de inquietarse por la inútil noción de riesgo país que le quita el sueño a nuestros serviles ministros de Hacienda.
La comunidad financiera suele explicar las tasas de interés y el spread que afecta a tal o cual país recurriendo al riesgo que se corre al prestarle plata. Si ninguna deuda quedase impaga, es decir si no hubiese riesgo… ¿cómo justificar los intereses que cobra quien ofrece el crédito?
En alguna ocasión te conté que la usura –prestar plata con intereses– fue considerado durante siglos un pecado mortal por la Iglesia católica. Más de algún piadoso teólogo pasó años intentando encontrar una justificación que le permitiese a los banqueros cristianos seguir cobrando intereses sin terminar en la hoguera (ninguno lo fue: el Papa figuró siempre entre los endeudados…).
El economista estadounidense John Kenneth Galbraith, en su libro Money – whence it came where it went, cuenta que, visto que nadie quería pagar impuestos, la Revolución americana fue financiada con emisiones monetarias sin ningún respaldo, o en otras palabras con dinero de Monopoly:
«Fue así que nacieron los EEUU, portados por una marea no de inflación sino de híper inflación, el tipo de inflación que se termina el día que la moneda pierde la totalidad de su valor».
John Kenneth Galbraith agrega: «Sin embargo, permanece una sola certidumbre: no existía otra solución». Nunca nadie pagó esa deuda. ¿Quién se queja? Benjamin Franklin comentaba irónico:
«Esta moneda, como la administramos, es una gran maravilla. Cumple su cometido cuando la emitimos, pagando y vistiendo las tropas, procurando víveres y municiones; y cuando nos vemos obligados a emitir una cantidad excesiva, se reembolsa sola mediante la depreciación».
¿Te sorprendería saber que la Revolución francesa también fue financiada por papelitos sin valor ninguno? Les assignats, una suerte de vale por que estabas obligado a aceptar para que los ejércitos de la República tuviesen todo lo necesario para defenderse de la agresión monárquica europea. Nunca nadie pagó esa deuda. ¿Quién se queja?
Lo curioso es que los EEUU han usado ese procedimiento –emisiones sin respaldo– varias veces a lo largo de su Historia, sin que los distinguidos economistas tengan la debilidad de recordarlo. He ahí ejemplos notables de deudas que nunca se pagaron. Como la deuda alemana generada por la Segunda Guerra Mundial. En 1953, por razones discutibles, lo que quedaba de los Aliados anuló el 62,6% de la deuda teutona, una «quita» no necesariamente guiada por la generosidad, sino por imperativos políticos. Entre quienes aceptaron no cobrar estaba Grecia, inmensamente dañada por la invasión, la ocupación y las exacciones nazis. Ahora, Angela Merkel parece sufrir de Alzheimer…
Dicho esto… ¿pagó la comunidad financiera los billones de euros y dólares emitidos para rescatarla cuando la crisis de los subprimes? Tanto la Reserva Federal como el Banco Central Europeo mantienen en sus balances una masa gigantesca de «activos» podridos comprados a precio de oro, forma de liberar la banca privada de sus propias responsabilidades. Esa deuda nunca será pagada. Otra más.
Como la de Bankia, –eminente institución financiera española, dirigida por Rodrigo Rato, exgerente general del FMI, un delincuente–, que hizo desaparecer 40.000 millones de euros en menos tiempo del que tardó en contarlo. El Gobierno de Rajoy ha reconocido que ese billete no se recuperará jamás. Ni tampoco los dineros que Rodrigo Rato y sus amiguetes malgastaron en trago, restaurants y putas gracias a tarjetas de crédito premium cuyos débitos pagaba Bankia.
En nuestro caso hay dos o tres ejemplos que merecen el viaje: la quiebra de las instituciones financieras en el año 1982, la deuda que El Mercurio y Copesa tenían con el Estado, y la deuda histórica a los profesores. Cuando los admiradores del milagro económico operado por la dictadura, como Alejandro Foxley, ensalzan a su gran conductor («eso sitúa a Pinochet en la historia de Chile en un alto lugar»), omiten hablar de estos detalles menores.
Estafa a los profesores
La deuda histórica a los profesores resultó del traspaso de las escuelas y liceos públicos a los municipios. El Decreto Ley 3551 había establecido un reajuste de salarios de hasta un 90% para todos los funcionarios públicos a partir de 1981, pero los flamantes nuevos sostenedores desconocieron el Decreto Ley (lo que de paso prueba que la dictadura no era tan dura para todos), provocando un significativo daño no solo salarial, sino también previsional a miles de maestros chilenos.
Un cálculo efectuado por el Colegio de Profesores (2014) estimó que había más de 93.000 docentes afectados, 61.000 de la enseñanza básica y 32.000 de la enseñanza media. La pérdida global para esa masa de asalariados fue del orden de los 14.000 millones de dólares. La nada misma. Los Gobiernos dizque democráticos han rehusado hasta ahora pagar esa deuda sin afectar su nota riesgo país, porque saben que para las Agencias de Calificación de Deuda solo cuenta lo que se le debe a los poderosos.
Quiebra de los Bancos
La quiebra de las instituciones financieras chilenas en el año 1982 tuvo lugar en el marco del cambio de política monetaria de los EEUU mencionado en la primera parte de esta saga:
«…durante la crisis petrolera de los años 1970 los países de la OPEP habían depositado una parte tan grande de su nueva riqueza en los bancos occidentales que estos se preguntaban dónde invertir ese dinero: Citibank y Chase enviaron entonces emisarios a todas partes para intentar atraer a los dictadores y a los políticos del Tercer Mundo a tomar créditos (en esa época bautizaron ese activismo como “go-go banking”); muy bajas cuando la firma de los contratos, las tasas de interés subieron después a un nivel astronómico, en torno al 20% anual, como consecuencia de la política monetaria restrictiva impuesta por los EEUU a comienzos de los años 1980; fue esta situación la que, en los años 1980 – 1990 provocó la crisis de la deuda del Tercer Mundo».
La crisis de 1982 fue la peor sufrida en Chile desde la Gran Depresión (1929). El PIB se redujo en un 14,3% y el desempleo aumentó al 23,7%. Si los asalariados sufrieron las atroces consecuencias sin ningún tipo de protección (a menos que se estime que el Plan de Empleo Mínimo fue una «protección» con salarios iguales a un tercio del salario mínimo…), los Bancos y sus accionistas recibieron un trato muy especial.
El peso chileno, ¿gracias al gran conductor?, se mantuvo estable frente al dólar (1 US$ = 39 pesos) entre 1979 y 1982. En ese período, la mayor parte del gasto consistió en el consumo de bienes y servicios. Entre el golpe de Estado de 1973 y 1982 la deuda externa aumentó de 3.500 a más de 17.000 millones de dólares. Eso es lo que le permite a Alejandro Foxley decir: «eso sitúa a Pinochet en la historia de Chile en un alto lugar». Bastó que el imperio modificase brutalmente su política monetaria para que el paraíso del consumo se viniese al suelo.
En noviembre de 1981 el Estado intervino dos bancos que habían tomado «riesgos excesivos». El Banco de Talca (muy conocido del flamante presidente electo y delincuente financiero Sebastián Piñera) y el Banco Español-Chile. Otro tanto ocurrió con el Banco de Linares y el Banco de Fomento de Valparaíso. Las sociedades financieras Compañía General, Cash, Capitales y del Sur, también fueron intervenidas. Curioso ¿no? Tratándose de ex pertos en riesgos…
Banco de Talca y Español-Chile fueron nacionalizados en virtud de la conocida Ley Socializar las pérdidas y privatizar las ganancias. Más tarde, el 13 de enero de 1983 el Estado intervino masivamente los bancos, controlando cinco y disolviendo otros tres. Uno empieza a comprender las razones por las que Foxley pone a Pinochet «en un alto lugar de la historia de Chile».
Lo cierto es que la intervención del Estado tuvo como excusa impedir que toda la comunidad financiera se fuese al diablo, incapaz como era de pagar los créditos que había obtenido en dólares. En otras palabras, el Estado dictatorial pagaría las deudas con dinero público, gracias entre otros a esa masa de trabajadores pagados a un tercio del salario mínimo. Lo cierto es que después de la catastrófica crisis bancaria de 1982 el Estado controlaba más la economía que el Gobierno de Allende, antes del golpe cívico-militar. Pero… la banca, ¿le pagaría a su vez esa masa de dinero al Estado? Es lo que conocemos como «deuda subordinada».
El Mercurio, poco sospechoso de animosidad hacia la comunidad financiera, entrega algunas pistas:
«Tras el rescate a la banca durante la crisis de 1982-1983, trece instituciones tenían compromisos con el instituto emisor. Entre 1989 y 1995, siete las pagaron…».
El mismo Mercurio precisa:
«…a fines de 1995 cinco bancos que mantenían obligaciones pendientes de pago por una suma de UF 145,4 millones. Monto equivalente en esa época a US$ 4.459,3 millones, que –para traerlo a moneda de hoy– tendría que incorporar una tasa de interés de 5% real anual que la ley fijó como recargo».
Si conoces el cálculo de los intereses compuestos ya te haces una idea. Al día de hoy, esos US$ 4.459 millones se habrían triplicado llegando a unos US$ 13.377 millones. Lo simpático es que El Mercurio confiesa: «La tasa de 5% real estaba muy por debajo de las tasas de mercado, que en esos años llegaron a estar en torno a 12% real anual para los créditos hipotecarios».
Si el Estado de Chile hubiese aplicado las tasas del mercado, la deuda bancaria – al día de hoy– estaría en más de 43 mil millones de dólares. Actualmente, cuando un cliente cualquiera no paga una cuota de un crédito, los bancos pueden aplicar penalidades con tasas que exceden el 50% anual. ¿Ves la diferencia?
Siempre según El Mercurio, cuatro de los cinco bancos pagaron sus obligaciones entre 1996 y 1997. El único que mantiene una deuda pendiente –unos US$ 520 millones– es el Banco Chile (comprado por Luksic gracias… a un crédito del Banco del Estado: dios es grande), deuda que se extinguiría hacia el año 2019. No fui a examinar el DICOM ni la lista de deudores bancarios del SBIF, pero apuesto mi pensión de 150 lucas que Luksic no figura ni en una ni en la otra.
Como puede verse, cuando la comunidad financiera se muestra irresponsable e insolvente, no se le aplica la dura pero justa ley del mercado: el Estado asume las deudas y luego le ofrece un plazo indefinido para recuperar ese dinero, aplicando tasas de favor.
El Mercurio, una vez más, nos ofrece una valiosa información:
«En un informe de agosto de 1996, el Banco Central señaló que en cuatro de los cinco bancos que mantenían obligación subordinada a fines de 1995, los excedentes de esas instituciones no alcanzaban para cubrir el recargo o interés de sus obligaciones, y tres de los cuatro bancos no podrían pagar su obligación ‘en ningún plazo previsible’».
Si tienes pagos atrasados, no te inquietes: pide pagar como los bancos no pagaron su deuda subordinada. No lo digo yo, lo dice El Mercurio:
«Ninguna de estas instituciones pagó la totalidad de la deuda pendiente».
Mejor aún, tratándose de bancos el Fisco es extremadamente generoso: los pagos efectuados por la banca insolvente fueron premiados con beneficios tributarios. Es lo que asegura El Mercurio:
«La Ley sobre Deuda Subordinada también estableció beneficios tributarios para los accionistas. La circular N° 41 de mayo de 1996 del Servicio de Impuestos Internos (SII) señalaba: ‘Los pagos de la obligación subordinada que efectúen los bancos al Banco Central de Chile serán considerados gastos para los efectos tributarios’».
En cristiano esto quiere decir que lo que los bancos pagaron era deducible de sus beneficios y por ende traía consigo una reducción de impuestos. ¿No es bella la vida? Si tu pagas lo que debes, exige de ahora en adelante que sea deducible de los impuestos que pagas, por el ejemplo del IVA. En estos casos quienes mangan en Hacienda y el Banco Central son como Santa Claus: vienen cargados de regalos:
«Además… las personas que adquieran del Banco Central de Chile acciones que les fueran entregadas en dación de pago, "podrán acogerse a las normas establecidas en el artículo 57 bis de la Ley sobre Impuesto a la Renta", es decir, eran deducibles de impuesto».
Doble deducción si mis meninges no me traicionan. Los autores de la nota mercurial precisan –a título de excusa– que la intervención del Estado para salvar a la banca «fue tomada para frenar una de las mayores crisis económicas y financieras que haya sufrido el país y que le representó un costo que se ha estimado en hasta un 35% del PIB».
Por si te interesa, el 35% del PIB chileno representa actualmente unos US$ 105.000 millones, casi dos veces los presupuestos anuales del Estado. En este caso ni los ex pertos, ni los políticos, lloraron por un exceso del gasto público. Como quiera que sea, la saga de la deuda subordinada no ha terminado y constituye una prueba de que no todas las deudas se pagan.
La deuda del Mercurio y de Copesa
He dejado para el final la sabrosa historia de la deuda impaga de los grupos El Mercurio y Copesa, cuyas primeras planas suelen estar saturadas de críticas a la corrupción y a la delincuencia no sancionadas.
En abril del 2003, Francisco Herreros publicó una nota en la que, bajo la forma de un epígrafe, resume las manipulaciones que le permitieron a los dos grupos de prensa dejar impaga la deuda contraída con el Banco del Estado que superaba los 25 millones de dólares, o sea más que el valor libros de ambas empresas:
«Permutas de crédito que le ocasionaron pérdidas por 25 millones de dólares al Banco del Estado. Escandalosos convenios de reprogramación que rebajaron las deudas de las dos cadenas periodísticas monopólicas hasta un tercio de su valor. Millonarios canjes de deuda por avisos publicitarios».
Son las premisas que le permitieron a Enrique Correa asegurar poco más tarde que el Estado no debía mezclarse en estas cosas, y que la libertad de prensa la maneja el mercado. Dos pájaros de cuentas, Sergio de Castro, ex ministro de Hacienda de la dictadura (admirado por Alejandro Foxley) y Álvaro Bordón, miembro del directorio del Mercurio – presidente del Banco del Estado – miembro del directorio del Mercurio… en ese orden– fueron piezas clave en el enjuague que le permitió al Mercurio y a Copesa evadir su deuda.
El autor de la citada nota, Francisco Herreros, precisa que la pérdida que sufrió el Banco del Estado:
«…representa una cuarta parte de las pérdidas ocasionadas por Inverlink a la Corfo, casi 70 veces el monto de los sobresueldos imputados a Gate y más de 900 veces el monto de las coimas atribuidas a los desaforados diputados concertacionistas».
Si uno entiende bien, la Concertación robaba poco (en esa época) comparada con los grupos de prensa que defienden el libre mercado. Fracisco Herreros, precisa:
«A los combativos medios de comunicación opositores a la dictadura, los sucesivos Gobiernos de la Concertación los privaron del crédito y la publicidad estatal, y con ello los condenaron a morir de inanición, con el argumento de que no habían sabido adaptarse a la competencia en el marco de una economía de mercado».
De hecho, con motivo del cierre del diario La Época, el 30 de agosto de 1998, El Mercurio publicó en su página editorial: «Tampoco corresponde que el Estado desplegara recursos para asegurar su funcionamiento, tal como lo requirieron sectores políticos y de profesionales de la información, pues ello habría derivado inevitablemente en desaconsejables intervencionismos oficialistas».
Aun cuando en noviembre de 1990 el Banco del Estado entabló una querella criminal por estafa al Fisco, todo quedó en agua de borrajas. La Concertación ya había adoptado la estrategia del consenso y del cogobierno con sus ex enemigos.
Como te comentaba… No todas las deudas se pagan…