Muchos son los efectos negativos de la obesidad, la cual parece no «respetar» edades, presentándose cada vez a edades más tempranas, lo que lo convierte en un problema crónico para muchos pacientes que lo sufren, ya sea por las limitaciones físicas de llevar un sobrepeso encima, como por las consecuencias médicas e incluso psicológicas de la obesidad.
Existen múltiples causas relacionadas con la obesidad, las cuales se escapan del objeto de este artículo. Únicamente comentar al respecto quizás una poco conocida como es la obesidad postparto, lo que puede llevar a las madres hasta engordar diez kilos después de haber dado a luz, algo sobre lo que existe una escasa conciencia y que algunos autores señalan que podría ser la responsable de que, en poblaciones como Suiza, en veinte años se haya incrementado hasta en un 14% el número de mujeres con sobrepeso.
Para ello, desde el Hospital Universitario de Karolinska, junto con el Instituto Karolinska y la Universidad de Gotemburgo (Suiza) estudiaron a quince madres que habían subido entre diez o más kilos tras el embarazo, cuyos resultados han sido publicados en el 2017 en la revista científica Plus One.
A todas se les realizó una entrevista semiestructurada, para conocer su opinión sobre las posibles causas. Los resultados muestran cómo las mujeres desconocían el riesgo de aumento de peso después del embarazo, así como sobre la existencia de ejercicios orientados a evitarlo, más allá de los ejercicios preparto. Igualmente, las mujeres identificaban un exceso de ingesta de comida después del parto debido a la lactancia, sin pensar en las consecuencias sobre su propia salud; e incluso confesaban que usaban la comida como forma de evasión ante la ansiedad o depresión que les causaba la nueva situación de maternidad.
Desconocimiento que es relativamente «fácil» de «corregir», con políticas públicas para educar sobre una alimentación saludable desde la infancia, pero estos programas deben de realizarse conjuntamente por diversos especialistas orientados a un vida saludable donde incorporar ejercicios diarios y una dieta equilibrado, algo de lo que adolecen algunos programas tal y como ha demostrado con una investigación desde la Universidad de Calgary junto los Servicios de Salud Pública de Alberta y la Universidad de Alberta (Canadá) cuyos resultados han sido publicados en el 2014 en la revista científica The Canadian Journal for the Scholarship of Teaching and Learning.
En el estudio se analizaron 67 programas de concienciación sobre los problemas de la alimentación impartidos en secundaria y universidad, repartido por todo el país.
Se analizó el contenido de cada uno de estos cursos para comprobar la modo en que se trataba el problema específico de la obesidad.
Los resultados muestran una total descoordinación entre ellos, en cuanto a la temática y la forma de abordarlo. Así únicamente el 30% contemplaban la obesidad como un problema de salud pública. Estando el 85% de los mismos orientados a temáticas de enfermería en el ámbito de su desempeño laboral.
Únicamente un 15% de los programas incluía información sobre promoción de la salud, mediante una nutrición y ejercicios adecuados. Siendo escasos los programas que resaltan los problemas sociales y de discriminación que sufren este tipo de pacientes con obesidad.
Por tanto no se trataría tanto de incorporar nuevos programas públicos de prevención, si no de hacer que los que ya existan cumplan su finalidad y estén bien elaborados e impartidos por profesionales cualificados.
Política que deberían de incidir en los «peligros» del consumo excesivo de determinadas sustancias como el azúcar, que ya no sólo van a tener una incidencia directa en la obesidad si no que puede afectar incluso al cerebro tal y como lo ha planteado desde la Universidad de Boston, junto con la Universidad de Tufts y la Universidad de California Davis (EE.UU.) cuyos resultados han sido publicados en septiembre del 2017 en la revista científica Alzheimer's & Dementia.
En el estudio participaron 4.276 personas, a las cuales se les realizaron pruebas de resonancia magnética, además se emplearon los datos recogidos del Framingham Heart Study, para correlacionarlo con la presencia de marcadores preclínicos de la enfermedad de Alzheimer o de los accidentes cerebro vasculares. A todos ellos se les solicitó que indicasen la frecuencia y cantidad de ingesta de bebidas azucaradas a través del Food Frequency Questionnaire (FFQ).
Los resultados muestran modificaciones a nivel de morfología del cerebro a partir de una bebida azucarada al día.
Estos cambios se asocian con un menor volumen cerebral total, del hipocampo y con una ejecución más pobre en las pruebas de memoria episódica.
No se encontraron diferencias significativas en función de la cantidad de bebida azucarada que se consume al día con el padecimiento de accidentes cerebro vasculares.
A pesar de lo anterior, el envejecimiento prematuro del cerebro, con problemas asociados a la formación de nuevos recuerdos en el hipocampo y de recuperación de la memoria episódica, todos ellos factores de riesgo para el desarrollo de las primeras etapas de la enfermedad de Alzheimer.
Hay que prestar atención a este tipo de investigación, pues aunque no es concluyente, si va ayudando a dibujar de forma clara sobre los protectores y aceleradores de la enfermedad de Alzheimer, de forma que se incluyan en la dieta como vida saludable aquellos que cumplen una función de protector del cerebro, y se excluya en la medida de lo posible aquellos que van a facilitar o acelerar la presencia de la enfermedad de Alzheimer.
Por tanto las políticas de públicas deberían de ir encaminadas tanto a la prevención de la obesidad por sí misma y sus consecuencias, como para la forma de prevenir problemas de salud futuros, tanto a nivel vascular como cerebral.