Había una vez una hermosa joven de nombre Cenicienta. Vivía, desde la muerte de sus padres, con su madrastra y sus dos hermanastras, quienes la celaban y la trataban muy mal.
Cenicienta debía hacer la mayoría de los trabajos desagradables de la casa y recibía muy poco de los bienes materiales y del afecto de su familia. Esto porque la madrastra de Cenicienta resentía su belleza y el efecto especial que el difunto marido sintió por su hija.
Un día se anunció un evento fenomenal en el reino. El rey ofrecía un baile al que estaban invitadas todas las solteras disponibles. Ahí conocerían al príncipe, quien elegirá entre todas a su afortunada esposa.
En la casa de Cenicienta se empezaron a realizar los preparativos para el baile. La madrastra decidió que una de sus hijas debería ser la nueva princesa. Ella sabía que su fortuna estaba reducida y no contaba con los atributos para conseguir un nuevo matrimonio. Su esperanza de un futuro confortable radicaba en las perspectivas matrimoniales de sus dos hijas.
A Cenicienta se le obligó a trabajar sin descanso en el arreglo de sus hermanas. Como la pobre no tenía siquiera los papeles de residencia, a nadie le importaba su situación. Ella, desesperada, le suplicó a la madrastra que la dejara asistir también. Pero ésta, más celosa que nunca por la belleza de Cenicienta, le negó el permiso y se encargó de que no contara con la ropa adecuada para el evento.
Dos semanas antes del baile, Cenicienta se sentó, triste y desconsolada, frente a la ventana de su cuarto a soñar con una mejor vida. De repente se le apareció su Hada madrina. La mujer era sabia y no usaba maquillaje. «Soy tu Hada Madrina y vengo a escucharte», le dijo.
Después de oír la versión de Cenicienta, la Hada Madrina decidió convocar a las cuatro mujeres de la casa a un taller de género para analizar los problemas familiares. Ella sabía que necesitaba ayudarlas para que dejaran de pelear entre sí.
Las hermanas empezaron a compartir sus sentimientos y sus temores. Cenicienta se enteró de que la envidia de sus hermanas se debía a las propias inseguridades con respecto a su capacidad de gustarles a los hombres.
Las hermanastras oyeron las quejas de la heroína acerca de su soledad y de la falta de cariño. Ellas reconocieron que aun con papeles, las perspectivas no eran buenas. Relataron que cuando buscaban trabajo en el Reino, los hombres les hacían propuestas indignas. La madrastra pudo expresar que sus decisiones eran producto, no de un genuino odio contra Cenicienta, sino de sus temores de envejecer y quedarse sin dinero.
Como resultado de esta sesión, Cenicienta y sus hermanas decidieron hacerle caso a la Hada Madrina y hacer, en vista de que no tenían resentimientos verdaderos, ciertos cambios. Todas aprobaron los siguientes acuerdos:
Dejarían de depender de otros económicamente y trabajarían por la autosuficiencia del grupo. Se comprometerían a no ver más programas de amas de casa.
En vez de competir como fieras por los hombres, empezarían a vivir con más solidaridad.
Desistirían de valorarse sólo por sus atributos físicos y éxitos con el sexo opuesto y se dedicarían a desarrollar su vida intelectual.
No permitirían que su poder y posición social se determinara por su relación con el hombre, aunque la sociedad así lo hiciera.
Para llevar a cabo esta política, las cuatro mujeres decidieron solicitar un préstamo al banco. Ahí les aconsejaron que crearan escobas con Bluetooth y Wifi. La industria sería un éxito y las ventas de escobas fueron tan buenas que para el día del baile, las cuatro habían adquirido las prendas en Ropa Americana.
Cuando ingresaron en el castillo, el príncipe se trastornó por la belleza de Cenicienta y corrió a sacarla a bailar. Se dio cuenta de que ésta era la mujer de sus sueños y la mejor candidata para esposa. Sin embargo, al príncipe no le hizo mucha gracia enterarse de que Cenicienta pensaba matricularse en la carrera de Derecho.
Cenicienta, por su parte, se sintió la mar de aburrida con este hombre tan narcisista que sólo hablaba de llevarla a bailar a Dancing with the Stars y optó por escabullirse y buscar a alguien más interesante en la fiesta.
El príncipe se encontró con la madrastra de Cenicienta y ésta, ante el asombro general, lo invitó a bailar. El monarca, sin salir aún de su conmoción, empezó a sentir una gran atracción por la atrevida dama. Se dio cuenta de que esta mujer, segura de sí misma, madura y de mucha experiencia, resultaba más interesante que todas las otras adolescentes juntas. «Huyamos, –dijo él- antes de que el rey se entere». Decidió entonces realizar un viaje con el príncipe a Nueva York, en el que combinaría el placer con los negocios. En esa ciudad tuvo su romance y pudo, al mismo tiempo, estudiar los nuevos modelos de escobas.
Cenicienta, por su parte, se matriculó en la universidad y decidió postergar sus planes matrimoniales hasta obtener su doctorado. Sus hermanas crearon un albergue para Hadas Madrinas pensionadas. También recogerían fondos para apoyar a los vampiros que se infectaron con el VIH por su trabajo en otros cuentos.
Y así termina el cuento, todos felices y comiendo perdices.