Me he encontrado nuevamente con Pierre en una fiesta navideña. Regresaba de un nuevo viaje, esta vez de Australia, donde visitó los aborígenes. Lo vi decaído, preocupado sería la palabra. Cuando le pregunté cómo había sido su viaje, me respondió con ojos tristes, diciendo que había encontrado un pueblo si futuro, sin valores, sin mañana. Marginalizado en su propia marginalización, víctima del alcohol, la droga y con una vida sin sentido, que no logran entender. La visión del mundo, o los restos de esta, no corresponden a la realidad, ni les deja instrumentos para afrontarla. Para ellos no existía la propiedad y viven en un mundo donde todo tiene un dueño. Para ellos no existe el dinero en un mundo donde todo es dinero, para ellos no existe el poder en un universo donde el poder reina.
Mientras hablaba con Pierre, pensaba en los groenlandeses en Dinamarca, que conocí años atrás y que vivían en un espacio social que no los aceptaba y esto se traducía no sólo en marginalización, sino que también en falta de estima personal, lo que llevaba a una secuela de fenómenos y entre ellos: el alcoholismo y la falta de identidad. Después de una breve conversación, en la que Pierre me hizo sentir toda su decepción y amargura, pensé en la lógica de la exclusión social de la cual todos somos víctimas. Una de sus últimas frases fue: ha vencido la falta de valores, agresividad, inhumanidad, incapacidad de reconocer a otro ser humano, simplemente como ser humano y mostrar empatía. Aquí vencen los que imponen, los que manipulan, los generales del odio y la división. Escuchándolo no pude dejar de pensar en los valores o la falta absoluta de valores que vemos en nuestros países y en cómo está cambiando el mundo, hasta reducir a una persona a los beneficios que nos brinda utilizarla, no como persona, sino como instrumento, para después dejarla de lado. Abandonarla, olvidarla sin preocuparnos más por ella, como se hace con una prostituta o como hacen muchos políticos.
Nos hemos transformado en medios a disposición de otros y el valor del medio es la utilidad que presta y sin ésta no se tiene ningún valor, ningún sueldo, ninguna ayuda y ningún espacio social ni humanidad. Nuestras sociedades se han llenado de «excluidos», de personas consideradas como residuos del progreso, cuya finalidad es enriquecer a unos pocos y empobrecer a muchos y esto es lo que está sucediendo bajo la ilusión de que este rechazo total no nos atañe a nosotros.
Pero no nos engañamos. Las etnias abandonadas en el mundo «moderno» son un presagio de cómo serán tratados los enfermos, jubilados, minorías de todo tipo, los marginalizados que son siempre más, los jóvenes y los desocupados. Lo percibimos día a día sin querer reconocerlo ni oponernos a ello, la maldita lógica de la exclusión social, que se agranda como una ola hasta convertirse en un tsunami que todo arrastra, privando siempre a más personas de su humanidad.
Ya no existe reflexión, no existen valores, no existe búsqueda de un mundo mejor y con esto hemos perdido y dejado de lado la esperanza para caer en el fuego de un infierno sin fin. Pierre me decía, mira a los jóvenes, trata de identificar sus valores y entenderás que no los tienen, ellos están listos a todo, incluso al fratricidio o al parricidio para poder ser un poco más.
Me fui y recorrí calles vacías de una noche de invierno, pensando en estas palabras, mientras alrededor mío, en cada casa, se veían decoraciones de navidad. Una fiesta que debería ser inclusión, reencuentro y que en vez, se ha convertido en una carrera sin fin, donde lo único que tiene importancia es consumir, gastar y así, los pocos baluartes culturales de la inclusión, se han convertido en armas de exclusión social y con esto, hemos perdido casi en pleno nuestros últimos residuos de humanidad. La lógica de la exclusión está alimentada por un monstruo que todos amamantamos, poniendo la avidez por lo material y el dinero en el primer lugar de nuestra escala de valores, olvidándonos de todo lo demás, hasta de nuestra propia sensibilidad.
«Les tropiques sont, définitivement, tristes» decía Pierre y en un mundo globalizado, que ha impuesto su moral sin valores al resto de la humanidad, los débiles, excluidos, marginales han quedado completamente desprovistos de cultura e identidad y su único destino es ser siempre más débiles, excluidos y marginales en una lógica perversa, que persiste, se intensifica y no tiende a cambiar y así todo el mundo se ha convertido en una caricatura fría de trópico bajo el sol oscuro de la desnaturalización.