Luego de tomar el poder, Juan Vicente Gómez (1857-1935) decide residenciarse en Maracay, ciudad estratégica del Centro Norte de Venezuela, localizada a pocas horas al oeste de Caracas, cercana a la entrada a los llanos y en ruta fácil a Los Andes. Con los puertos de Ocumare de la Costa y Turiamo cerca, el viejo camino hasta Maracay es remodelado.
En lo alto de esa carretera había una hacienda cafetalera con varias casas. Una de estas, llamada Rancho Grande, ofrecía abrigo a los comerciantes que viajaban entre Maracay y Ocumare. El nombre intentaba diferenciarla de otra, más abajo, llamada Rancho Chico. A Gómez le gustaba el lugar ya que desde allí podía admirar la laguna de Tacarigua (hoy Lago de Valencia), los Morros de San Juan, los sembradíos de Aragua. El dictador y algunos familiares construirían casas vacacionales en el lugar. Alguna vez le visitaría el ingeniero francés André Potel, quien le plantearía la posibilidad de construir un hotel.
Gómez acepta y ordena su construcción. Este hotel formaría parte de una red de servicios para atender emisarios gubernamentales, de gobiernos amigos, y turistas. Sobre la orden de ejecución nos comenta Alberto Fernández Badillo:
«El 31 de enero de 1933, se produce la Resolución Presidencial que ordena la construcción del Hotel Rancho Grande. [...]. Con el fin de fomentar eficazmente el turismo en Venezuela, [se] resolvió construir en el lugar denominado Rancho Grande, sobre la carretera de Maracay al puerto de Turiamo, un confortable hotel».
Potel es encargado de la obra, un edificio al estilo francés y norteamericano modificado art déco, de moda para la época. Comienza la construcción en el terraplén al margen derecho de la carretera hacia Ocumare. Varias estructuras son demolidas, talándose 8,5 hectáreas de bosque. Inmediatamente se siembran unas 12.200 casuarinas o pinos australianos, plantas ornamentales y frutales. Se construyen muros de contención para evitar que el cerro se desbordara sobre el edificio. Partes de esos muros con apariencia de piedra serían destruidos varias veces por las lluvias. Potel reporta:
«El hotel se levanta en el sitio denominado Rancho Grande, Km 22 de la carretera que une a Maracay con Ocumare de la Costa y el puerto de Turiamo, casi en el punto más alto de dicha carretera. Situación privilegiada, tanto por su clima siempre fresco, como por las bellezas naturales que rodean al edificio y las más lejanas que de allí se divisan: del hotel se dominan la llanura de Maracay en toda su extensión y la Laguna de Tacarigua».
La edificación, de tres pisos, es diseñada en forma de hoz o signo de interrogación, adaptada a la topografía del lugar. Gómez inspeccionaría la obra varias veces y se dice que alguna vez ofreció una fiesta en sus inconclusas instalaciones. A pesar de varias modificaciones al diseño original y problemas relacionados con el clima, para diciembre de 1935 el hotel estaba muy adelantado. El martes 17 de diciembre, a las 23:45 fallece Gómez en su casa de Las Delicias, en Maracay. Temprano, al día siguiente, unos 200 obreros iniciaban labores rutinarias en Rancho Grande cuando llega la noticia. Inmediatamente abandonan el trabajo. Nunca más regresaron y la obra quedó abandonada, a merced de vándalos y la intemperie.
Al edificio lo invade la vegetación y sus paredes se cubren de musgos, helechos, bromelias, orquídeas, arbustos y árboles que crecen entre las grietas. Los cuartos se convierten en refugio de murciélagos, ratones, alacranes, insectos y otros animales.
Debido a la insistencia del geógrafo y botánico Henri François Pittier (1857-1950), una sección de la cordillera de la costa es declarada Parque Nacional en 1937 por el Presidente Eleazar López Contreras (1883-1973). Muchos llamarán a esta primera área protegida del país «Parque Nacional de Rancho Grande».
Ese mismo año, llega a Venezuela el ornitólogo estadounidense Alexander Wetmore (1886-1978), interesado en estudiar aves tropicales. Por cuatro semanas se aloja en Rancho Chico descubriendo que el abandonado edificio de Rancho Grande es ideal para observación y recolecta de aves. Valora así, sin proponérselo, el uso científico de dicha construcción.
En 1942, el naturalista William Beebe (1877-1962) y zoólogos del Departamento de Investigaciones Tropicales de la Sociedad Zoológica de Nueva York, viajan a Venezuela, estableciendo su acostumbrada expedición de verano en Caripito, Estado Monagas. Aunque esos bosques fueron productivos científicamente, estaban en un campo petrolero y mucha gente interrumpía el trabajo de los investigadores.
Buscando un lugar más idóneo, Beebe y su grupo viajan el siguiente año a Kartabo, en la entonces Guayana Británica. Pero directivos de la Standard Oil Company de New Jersey y la Creole Petroleum Corporation de Venezuela le expresan su deseo de apoyarlos si regresan a Venezuela. Beebe envía a Jocelyn Crane (1909-1998) a Suramérica para encontrar un lugar adecuado donde establecer una estación biológica de campo.
Visita Crane varias zonas en Venezuela, Colombia, Ecuador y Panamá. El sitio ideal resultaría Rancho Grande, por sus características naturales y las conveniencias logísticas, que incluían al edificio con secciones fácilmente recuperables. La obra estaba enclavada en un bosque nublado tropical rico en fauna, protegido como Parque Nacional, relativamente cercano a Caracas y a minutos de Maracay, desde donde podían abastecerse los investigadores. Estos trabajarían allí durante tres temporadas: 1945, 1946 y 1948. Publicarían numerosos trabajos científicos y Beebe escribiría el libro High Jungle del cual leemos esta reseña:
«My favorite naturalist with a unique book on (…) the jungles of Venezuela. […]. He makes it fascinating to read of the adventures, the techniques of the jungle naturalist- and the things he learns as he watches the teeming life around him. […]. He never brings in humans except as catalysts at times, observers chiefly, interpreters and learners, from the warfare of the plant world, the animal world, the insect world, the bird world».
Beebe intentaría comprar el edificio para establecer una estación biológica permanente, pero al no acceder el Gobierno venezolano, decidió no regresar. Sin embargo, el lugar no permanecería abandonado y en 1950 se contrata al Zoólogo Ernst Schäfer (1910-1992) para fundar la Estación Biológica y Museo de Flora y Fauna Henri Pittier, mejor conocida como Estación Biológica de Rancho Grande. En 1953, el Parque Nacional sería nombrado Henri Pittier, honrando a quien logró su protección y el establecimiento de la estación.
Rancho Grande será fundamental en la formación de numerosos naturalistas, incluyéndome. La memoria de un amigo cuya vida se truncaría prematuramente, está sembrada en el lugar.
Andrew “Andy” Matthew Field (1955-1984) llegó a Venezuela en 1980. Nació en Londres, tenía una hermana mayor y su padre los abandonó siendo Andy un infante. En octubre de 1979 comienza estudios de Doctorado en Botánica en la Universidad de Reading, U.K., con el biólogo Vernon Hilton Heywood (1927- ). Andy se enamoró del trópico gracias a los programas del ambientalista Inglés David James Bellamy (1933- ). Heywood lo guiaría hacia Venezuela como sitio de estudio.
En 1980 llega a Caracas. Habla con botánicos de la Universidad Central de Venezuela y el Jardín Botánico de Caracas, quienes sugieren Rancho Grande como base para su pesquisa. Quería estudiar la reproducción de Gyranthera caribensis Pittier, árbol indicador de la Selva Nublada, endémico de la Cordillera de la Costa. Estas plantas alcanzan hasta 60 metros de altura, tienen ramas que se abren por encima de los 30-35 metros. Son coloquialmente conocidas como “cucharón” (sus frutos son cápsulas secas, dehiscentes, de cinco piezas. Cada una, al separarse, toma la forma de una «cuchara», de allí el nombre). También es conocido como «candelo» gracias al color rojizo de su madera. Irónicamente, otro de sus nombres es «árbol niño» o «niño», en referencia a su enorme tamaño.
Viaja a Maracay, contacta a Alberto Fernández Badillo, encargado de la Estación Biológica de Rancho Grande de la Facultad de Agronomía de la Universidad Central de Venezuela. Luego de las presentaciones de rigor y las explicaciones sobre el proyecto, Andy se alojará en el lugar.
Para investigar la biología y reproducción de los «Niños» debía llegar hasta la copa de alguno de ellos, donde están las flores. Luego de meses intentándolo, no lo había logrado. Por casualidad contacta al ingeniero, espeleólogo y entomólogo italo-venezolano Carlos Bordón Azzali (1921-2012), residenciado en El Limón, cercano al Parque Nacional.
«Me encontraba (…) en lo más alto de un árbol, cosechando mangos (…) cuando llega una vecina y (…) me grita : ‘Este joven (…) viene de Inglaterra y desea hablar con usted’. »Andy llevaba algunos meses en Venezuela. […] su objetivo era llegar a la copa de uno de [los grandes árboles de la selva nublada]. Tenía una idea muy vaga de como [sic] poder lograrlo (…) lo máximo que había alcanzado era una altura de ocho metros, ayudándose con palos, cuerdas y escaleras de aluminio, y lo único notable que había conseguido (…) era caerse y aporrearse algunas veces».
Carlos jamás se había subido a un «cucharón», pero le sugirió hacerlo con técnicas espeleológicas y de alpinistas. Andy viaja a Caracas para entrevistarse con miembros de la Sociedad Venezolana de Espeleología, entrena con ellos y aprende a usar el equipo de rapel. En unas semanas ya estaba en la copa del primer árbol.
«Tirando la cuerda con la ayuda de una honda a una rama de un árbol vecino más bajo, y después a una horqueta más alta. Poco a poco llegó arriba. […]. Mientras estaba montado a caballo de una rama, rodeado de un universo de bromelias, orquídeas, epífitas (…) que le impedían el paso y volvían peligroso cualquier movimiento, (…) maduró otra idea: había que hacer algo más práctico (…) una plataforma».
Omar Linares, reconocido mastozoólogo venezolano, fundador de la Sociedad Venezolana de Espeleología recuerda:
«Conocí a Andy porque Carlos [Bordón] me lo presentó […]. Todo un chamo buena nota y guerrero al que tuvimos que enseñarle el uso de las cuerdas de alpinismo, ascensos y descensos, escaleras de electrón, diseñar plataformas, toldos, seguridad (…) más de una vez se cayó y había que curarle las heridas, pero volvía y volvía (…) era muy testarudo pero sabía lo que quería».
Para Septiembre de 1981, Andy había armado una plataforma que le permitía contacto directo con el dosel de un árbol. Logró percatarse que los frutos, de hasta dos kilogramos de peso, no se desprenden del árbol. Al madurar, los cinco elementos que lo forman, se abren, permitiéndole a las semillas, una vez secas las membranas que las contienen, ser diseminadas por el viento al desprenderse. Las semillas poseen una «hoja» alargada en un extremo y al caer dan vueltas. Tal movimiento contribuyó a nombrar al género de estas plantas Gyranthera.
Una vez entendida la dispersión de las semillas, tomó varios frutos, pintó sus semillas de rojo, subió a la plataforma y fue soltándolas poco a poco. Posteriormente recogería del suelo las semillas pintadas, determinando dirección y lejanía al árbol. Con la nueva floración, pasaría varias noches en la plataforma observando flores. Una de esas noches se quedó dormido, al despertarse la flor que observaba ya estaba polinizada. Al agotarse las flores cercanas a la plataforma, comenzó a hacer puentes para acercarse a flores de ramas cercanas. Fue así construyendo un enramado de puentes de cuerdas del cual alguna vez casi se cae.
Decidió hacer una segunda plataforma y unirla a la primera, tendría mejor acceso para estudiar la siguiente floración. El sistema de plataformas y puentes colgantes permitiría permanecer largos periodos en el dosel sin necesidad de bajar.
Andy se convirtió en presencia casi obligada en Rancho Grande. Varios amigos pernoctábamos en la estación para recolectar organismos diversos o realizar alguna investigación. Andy se involucraba con todos, tenía buen conocimiento sobre insectos, conocía sobre sus interacciones con el bosque. Nuestra amiga común, Alicia Castillo me comenta:
«Andy (…) hablaba con las hormigas y otros insectos y podía pasarse horas embelesado en la selva. Siempre estaba maravillado con la fauna y la flora (…) quería replicar en su cuarto [en el Limón] el ambiente de la plataforma (…) había traído hojas en estado de descomposición, nidos, ramas, y líquenes (…) en su cuarto se mantenía un olor a humedad típico de Rancho Grande».
Profesores de varias universidades del país llevaban a sus estudiantes a aprender sobre la ecología del bosque nublado o sus organismos. Ecoturistas y observadores de aves también tenían como destino a Rancho Grande. Andy se fue convirtiendo en un «embajador» del bosque, explicando su investigación, compartiendo sus conocimientos. Lo hacía con el mayor de los gustos, sin esperar nada a cambio. Mi buen amigo Carlos Rivero Blanco, con frecuencia utilizaba su apoyo:
«Vivía intensamente su presente sin importarle (…) el futuro. Sin dinero, solo con el sueño por conocer mejor la selva.
»Para los estudiantes, un ser humano así, desprendido, soñador, era (…) una inspiración (…) apagábamos las luces, sentados en el suelo, bajo sus árboles para observar y admirar el espectáculo de la selva (…) sobre nuestras cabezas (…) las luciérnagas – como lamparitas intermitentes (…) en el piso de la selva alguno que otro escarabajo elatérido también nos iluminaba (...) esas experiencias para mis alumnos, futuros maestros de biología, fueron siempre memorables».
Omar Linares también frecuentaba el lugar con sus estudiantes:
«Cuando llevaba a mis estudiantes de biología (USB) para hacer prácticas de fauna (…) lo contrataba como ayudante y le pagaba de mi bolsillo. Le mentía diciéndole que eran fondos de investigación, [de otra manera no me los hubiera aceptado]. Trabajo que lo hacía muy feliz».
Richard Fairbanks, observador de aves inglés, lo conoció en 1983:
«A friend of ours who had been to Rancho Grande the previous summer told us he had stayed with him and found him very helpful. […]. He was a botanist rather than a birdwatcher but told us where the best trails were (…) And regaling us with tales of how he got David Attenborough up 100 feet of ropes to his tree platform for the filming of Life on Earth [and the naturalist and filmmaker] being quite scared (…) being winched up to a small canopy platform (…) in [Andy’s] study tree».
Ciertamente, Andy era todo un personaje. Sencillo, interesado en la naturaleza, totalmente desprendido, se daba sin reservas y en su característica ingenuidad era a veces presa de timadores:
«Lo recibían muchas personas y era muy fácil de llevar, pero era un desastre con la plata y nunca tenía nada, la perdía o la botaba, y lo estafaban muy fácilmente. Él se compró un carro en Caracas y no sirvió para nada, y el mecánico lo robó también [...]. Le gustaba caminar e interactuar con las personas, (…) y era un desastre cocinando!».
Almira Hoogesteyn me comenta que algún día Andy invitó a subir a la plataforma a la brillante entomóloga Bohumila “Mila” Springlová de Bechyné (1924-2003),
«Después de mucho 'huff' and 'puff', Mila, quien (…) tenía sus 60 y dele, llega (…) a la plataforma, y Andy le dice: “Espere Mila que le saco una foto” (…) Mila le dice que no porque estaba sudada y despeinada. Andy le contesta: “No importa Sra. Mila, es para que vean que hasta una vieja como usted puede subirse al árbol”. Me parece tan cándida la historia, (…) y la característica falta de tacto de Andy».
Omar lo expresa así:
«Era un verdadero inglés descarado pero muy simpático, con excelente humor negro (…) y al que todos apreciábamos y ayudábamos».
Durante sus últimos meses se dedicó a agrandar y mejorar una vieja trocha de observación abierta posiblemente desde los tiempos de Ernst Schäfer. Este sendero interpretativo sería terminado y bautizado en su nombre.
Andy, en preparativos para regresar a Inglaterra, haría una última visita a sus árboles. Desafortunadamente caería de uno de ellos, muriendo en Agosto de 1984.
Una de las últimas personas que lo vio fue Alicia Castillo:
«La última vez que lo vi iba subiendo a Rancho Grande, a despedirse porque se iba definitivamente. [...] A los 2 o 3 días me llamó Mila, quien fue la que lo encontró».
Apropiadamente, Carlos Rivero Blanco finaliza su relato que distribuía entre ecoturistas que guiábamos en Rancho Grande:
«The young researcher’s audacious thirst for knowledge about the lives of the giants; his intimate relationship with them (…); his teacher’s attitude in showing off his trees to anyone who came to look at the cloud forest and the fact that he dedicated his life to knowing them better, all make us see Andy as one more tree in the forest».
Andy, cual semilla de «árbol niño» caería desde uno de esos gigantes. Su memoria está plantada entre los árboles que amó. Quisiera pensar que más que un duende, Andy es otro árbol de la selva nublada de Rancho Grande.