La Iglesia Católica y los evangélicos y un montón de defensores de la «naturalidad» del sexo se están uniendo para luchar contra la «ideología del género». Agustín Laje y Nicolás Marquez son dos escritores y ensayistas argentinos autores de un libro publicado en julio de 2016, titulado El Libro Negro de la Nueva Izquierda: Ideología de género o subversión cultural. Estos supuestos académicos han viajado por América Latina para atacar a todos los que opinamos que el género es una construcción social. Junto con ellos, los enemigos del feminismo y de la diversidad sexual se han aliado para lanzar una campaña de odio.
En mi caso personal, han basado sus críticas contra los gais en un libro mío (Homofobia y Psiquiatría, se puede descargar de forma gratuita aquí) en que utilizan mi análisis de la homofobia interiorizada para atacar a los homosexuales. O sea, tratan de argüir lo que yo digo al revés: los gais son enfermos. Mi tesis, al contrario, es que la homofobia es el problema, no los gais.
Aunque se ha popularizado la idea de que la sexualidad es heredada y por razones biológicas (los hombres son de Marte y las mujeres de Venus), esto no se ha probado nunca. Ni John Wayne nació masculino, ni Marylin Monroe lo hizo femenina. La única excepción es Donald Trump, pero él no cuenta porque el fijador para el pelo, se sabe, aumenta la testosterona.
Cordelia Fine (The Delusion of Gender) hace un estudio sobre cada una de las investigaciones sobre las bases biológicas de la homosexualidad y el género y no encuentra una sola que no esté viciada por problemas de metodología. No se ha podido probar, entonces, que la sexualidad humana, ya sea hetero u homosexual, sea natural. Tal vez tu chihuahua sí sabe, por instinto, lo que tiene que hacer pero, en tu caso, llegaste a la sexualidad por la cultura.
Como especie, a diferencia de los animales, no tenemos instinto sexual. El ser humano necesita lo simbólico (el lenguaje) y lo imaginario para sentir deseo.
Freud creía que el niño tenía fantasías sexuales porque su cuerpo no estaba preparado para ello. Y que cuando uno crecía, no necesitaría de ellas. Pero la realidad es lo contrario: nadie en su edad adulta deja de fantasear, aunque esté con Jennifer López o con Rafael Amaya. El sexo humano sin fantasía no es sexo. Dicen que cuando dos personas tienen relaciones con los anteojos de Google terminan viéndose a sí mismos y este es el mejor sexo de sus vidas porque es la única vez que no necesitan fantasear.
El género no es la consecuencia sino la causa de la sexualidad.
Según Freud el niño establece su sexualidad en la fase edipal, una vez que pasa el narcisismo de satisfacerse él mismo (en psicoanálisis a esta se conoce como la etapa Bill Clinton) y en la que los órganos genitales adquieren importancia. Para el psiquiatra que infirió esto de su propia familia, el varón se da cuenta que su pene es privilegiado. En el caso de la niña, ella siente envidia porque aprende que carece de él (Freud no pensó que la niña lo que resentía era todos los privilegios que el pene otorga, principalmente que papá ahí cuelga las llaves del auto).
Para Lacan, el Edipo no se da por un pene sino por un falo. O sea, que lo que se busca no es el órgano en sí sino el poder social que representa. Esto es lo que él llamó El Gran Otro.
Ambos psiquiatras están equivocados: para el niño, no hay nada de elogiar de sus órganos sexuales.
La fontanería es bastante primitiva. ¿A quién se le pudo ocurrir unir los fluidos humanos con los sexuales? ¿No sería lógico pensar que más bien fue un demonio quien nos puso a orinar con el mismo instrumento que usamos para otra cosa?
La verdad es que para sentirnos atraídos por los órganos sexuales de otros tenemos que hacernos los locos (o sea, usar el imaginario de Lacán) con las otras funciones que tienen porque, si lo hiciéramos, ¿tendríamos ganas de acercarnos a ellos sabiendo lo que hacen a otras horas? ¿Quién en su sana mente le gustaría hacer el amor a algo que orina? La verdad es que cuando niño uno ve los órganos sexuales estos se miran tan feos como los cachetes de Nicolás Maduro, pero con pelos.
El sexo es tan natural como el primer cigarrillo que te fumaste, el que te supo a diablos y que después de muchas fumadas, te llegó a gustar.
Lo que crea la sexualidad no es el cuerpo ni los genes ni las hormonas sino el género. Desde que nacemos, nos lo imponen cuando nos visten de diferentes colores. Cuando se aprende el género es que se adquiere el deseo. Y el género se construye con el poder.
En el momento en que el género desaparezca y todos seamos iguales, como fantasea Judith Butler, el sexo será el primero en salir por la ventana.