Si el universo, que consiste en materia, espacio, energía, tiempo y vida, fuese la obra de un ser «todopoderoso», tendríamos que encontrar en su obra pruebas de su existencia y poder deducir su plan y, a través de él, sus intenciones. Una obra tiene un objetivo y una funcionalidad. Es decir, una razón que la estructura y define.
Si observamos la inmensidad del universo, la pregunta sería: ¿por qué estas dimensiones «casi infinitas»? Sobre todo, si partimos de la premisa que fue creado para los seres humanos. Si después pensamos sobre lo que sabemos de su origen y las fuerzas que inciden en él, como agujeros negros, explosiones, embudos, materia negra y la posibilidad que el sol se apague por falta de hidrogeno, deduciríamos una «aparente falta de plan»
Si luego pasamos a la química, la biología y la anatomía de los seres vivientes, el uso de los mismos moldes en todos los vertebrados compuestos de cuatro extremidades, una espina dorsal y una cabeza con dos ojos en la parte frontal u otro molde para los insectos, seres unicelulares y multicelulares, descubriríamos que los mismos principios fueros utilizados de una especie a otra y la única lógica perceptible sería la de una evolución gradual, opuesta a la creación casi espontanea por parte de un creador omnipotente, que seguramente hubiera, usando moldes específicos para cada especie, optimizándolos para su propia vida y función. Esto último, la función o la falta de una función predefinida en la vida misma de cada especie, también niega la posibilidad de un plan. Esto se hace aún más evidente si consideramos el origen de las mitocondria. Un agente externo asimilado a las células de todos los organismos multicelulares.
A la luz de estas observaciones, los conocimientos demostrables, lo que sabemos sobre el mundo físico y viviente, sobre el movimiento de galaxias, estrellas, planetas y satélites y sobre la expansión del universo mismo, la única conclusión posible sería el caos, y su consecuencia lógica, la ínfima probabilidad de la existencia de un creador. A mayor conocimiento, menos probable es esta presencia, condenándonos a un mundo y una existencia sin plan y sin razón preexistente y definida, dejándonos a nosotros mismos, a pesar de nuestras limitaciones, la responsabilidad de buscar el porqué, la causa y la razón.
La única alternativa factible a este escenario sería suponer un juego perverso por parte del creador con el objetivo de confundirnos y desorientarnos completamente. Aunque si así fuese, no cambiaría ni la probabilidad de la existencia de un ser supremo con un plan deducible, ni nuestra propia situación.
Sé perfectamente que este escenario no es fácil de aceptar para muchos, pero la negación de hacerlo, es decir, no aceptar el caos, no es en sí un inconveniente mayor, ya que es una realidad innegable, que se impone a sí misma. Por el contrario, aceptarlo, nos lleva a una conclusión ineludible, la religión es un problema de fe y sólo fe y ésta, la fe, no está de acuerdo con la razón. Por este motivo y también por otros, me declaro personalmente agnóstico, implicando, al decirlo, que sólo acepto argumentos fundados en una demostración metodológica cierta y con pruebas irrefutables, ya que el resto es un problema personal y, en muchos casos, una mera elucubración, que hay que eliminar del espacio público.
Y esta dolorosa afirmación, la de prescindir de un ser supremo, nos obliga a ser abiertos, mentalmente flexibles, lejanos a cualquier forma de fundamentalismo absolutista y tolerantes, porque ni en el universo ni en la vida existe una razón superior a la vida misma, a la persona, a la naturaleza y al amor, que es en sí el respeto a la vida.