Una vez más, tenemos casos de corrupción política en America Latina. Nuestros dirigentes se las ingenian para buscar nuevas formas de sacarnos la sangre. ¿Qué pueden buscar más que ya no tengan? Si ya han hecho, gracias a todo tipo de matracas, sus millones, ya sea con pensiones inmerecidas, puestos con salarios desproporcionados o negocios dudosos, ¿qué los hace querer más?
Igual que todos nosotros, ellos se imaginaron felices con los millones. Después de todo, ¿no es «la Felicidad» la meta por la que todos luchamos? ¿No es la etapa mayor que Maslow propuso en su teoría sobre la realización personal? Pues no. Para Zizek, «la Felicidad» pertenece al dominio de la fantasía. Podemos soñar con ella pero no tiene asidero real. No está en la realidad de todos los días, o sea, no pertenece al dominio de lo simbólico (lo social, el lenguaje). Es una idea como la vida eterna, que aunque creamos en ella, nadie sabe cómo será.
¿Si no existe, por qué la deseamos? Porque «la Felicidad» funciona como la envidia: creemos que existen personas verdaderamente felices (las Kardashian) y queremos lo que ellas tienen. O sea, «la Felicidad» es una ideología que se construye por medio de la cultura, por los anuncios comerciales, por los valores sociales y por la basura que vemos en la televisión. Al ser una fantasía, «la Felicidad» nunca llega a nuestros puertos. Cada vez que adquirimos el objeto del deseo, nos damos cuenta que no hay peor castigo que la vida nos otorgue lo que soñamos.
¿Qué es entonces la realización personal? Para Zizek, no tiene nada que ver con «la Felicidad» sino con el sufrimiento. Lograr algo importante en la vida implica todo menos ser feliz. En primer lugar, uno, y no los otros, es el que tiene que definir su objetivo. En segundo lugar, es una contribución a los demás. Nadie logra la realización personal haciendo una estafa, cometiendo un robo o chantajeando a la gente.
La realización personal, a diferencia de «la Felicidad», es real. Sin embargo, nos guste aceptarlo o no, significa sacrificio y sufrimiento. Pensemos, nos dice él, en los escritores que para crear una gran obra, deben sacrificar su tiempo libre, sus relaciones personales, sus placeres mundanos. O en los científicos como Madame Curie, que, para obtener sus descubrimientos, se expusieron a las radiaciones que los matarían. O el mismo Keylor Navas que, para lograr el estrellato, debe forzar su cuerpo a dar más allá de sus límites. Cuando los seres humanos se sacrifican por los demás obtienen solo satisfacción. No será «la Felicidad» pero sí la paz.
Cuando «la Felicidad» es nuestra meta, es fácil convertirla en un objeto más de consumo. Buscaremos lo que creemos hace felices a los demás y entonces, haremos un millón y queremos otro; adquirimos una mansión y esta no será suficiente.
La lección que nos deja tanto fraude es que si solo buscamos nuestra felicidad terminaremos siendo unos desgraciados.