«La hipocresía es el homenaje que el vicio rinde a la virtud»
La Rochefoucauld
Durante los dos primeros años de vida, los niños aprenden a hablar. Antes de los 5 años, aprenden a mentir. Conforme pasan los años, afinan el arte de mentir hasta llegar a la sofisticada hipocresía.
La hipocresía, de sobra conocida y experimentada por todos ya sea como benefactor o beneficiario, consiste en una disonancia entre nuestras ideas y nuestro comportamiento.
Consta de dos operaciones: la simulación y el disimulo. La simulación consiste en mostrarse como algo distinto de lo que verdaderamente se es, mientras que el disimulo trata de ocultar aquello que no se quiere mostrar. Si uno es infiel y se vende como el más devoto marido, simula; cuando el mismo marido, calla ante su mujer su actos (o viceversa), disimula.
En psicología, el comportamiento hipócrita se relaciona con el error fundamental de atribución: los individuos tienden a explicar sus acciones por su ambiente mientras que atribuyen las acciones de otros a "características innatas". Por ello juzgan a los demás mientras justifican sus propias acciones. Es decir, cuando tras criticar a alguien ausente mostramos simpatía a su llegada, nos justificaremos diciendo que no queremos generar mal ambiente. Si por el contrario nuestra lengua viperina apunta a otra persona que ha hecho lo mismo, diremos que es su naturaleza, que es falso e hipócrita.
Muchas personas parecen incapaces de reconocer en sí mismas aspectos negativos que condenan en los demás. La psicología freudiana explica este comportamiento como proyección psicológica. Más bien se trata de un autoengaño que de un engaño deliberado al resto. En otras palabras, consiste en un mecanismo inconsciente de defensa y no en un engaño consciente tal y como reconocemos en la definición clásica que usamos para insultar a esa amiga que. Que nadie disimule.
Claro está que la hipocresía observada en otros genera desconfianza. Otra cosa es la memoria. Si no recordamos que alguien ha sido hipócrita, no podremos tener en cuenta que sus opiniones no eran tan fiables. Bien lo saben los políticos.
Otras explicaciones al por qué de la hipocresía apuntan que la persona hipócrita tiende a disimular aquello que cree que no le gusta a los demás y muestra lo que quiere que los otros vean. Por lo general, es un indicador de una falta de autoestima o de negación de una realidad que puede ser dolorosa y difícil de aceptar. Facebook o Instagram son un vivo ejemplo de todo esto. ¿Quién no ha mudado el gesto al ver el festivo y feliz Facebook de un amigo cuya lectura difiere de la persona que conocemos? Que nadie simule. Y que mire el propio perfil no vaya a ser el protagonista del oprobio.
La psicóloga Patricia Linville (Universidad de Yale) acuñó a mediados de 1980 el término “autocomplejidad” para referirse a la representación cognitiva del “yo”. Cuanto más sencilla sea esta, más extremas serán las fluctuaciones del estado de ánimo y las actitudes de la persona.
Por ejemplo, hay quien se define como una “madre abnegada” o como un “directivo de éxito”. El problema reside en que una definición limitada de uno mismo nos hace más inestables psicológicamente a la hora de lidiar con la complejidad de la realidad y de la personalidad. Cuando nuestros esquemas no coinciden con las acciones que nos exige la intrincada realidad, fingimos.
Lo que está claro es que la hipocresía entreteje nuestras relaciones sociales mezclándose con hilos de verdad. Algunos, incluso llaman educación a alguna de sus formas. Otros, hilan más fino incluso en las desavenencias, pues vengar el odio con una sonrisa no es hipocresía, es elegancia.