Llegada la temporada estival, propongo a un acertijo de piscina, uno de esos que leemos en las revistas bajo la sombrilla, entre sudokus y crucigramas. El que acierte, se lleva la fórmula para modificar sus genes.
¿Qué tienen en común Camarón, Maradona y las víctimas del Holocausto? O mejor dicho, ¿qué tienen en común sus hijos?
Una pista: sabemos que Camarón y Maradona, a parte de destacar en sus respectivas artes, lo hicieron igualmente en las adicciones. Las víctimas del Holocausto podemos decir que sobresalieron tristemente en altas dosis de sufrimiento.
Otra pista: ¿sería posible que la descendencia mencionada se viera influida por los hábitos y vivencias de sus progenitores?
Para responder a esta pregunta hemos de acudir a la epigenética , la cual sostiene que el estilo de vida influye en nuestros genes provocando cambios en ellos que se transmiten a los hijos.
La evidencia científica aceptada afirma que la única forma de transmitir información biológica entre las generaciones es a través de los genes que están contenidos dentro del ADN. Y todos habíamos aprendido en la escuela que por mucha cocaína que tomara Maradona, no por ello sus hijos iban a convertirse en adictos.
Pues bien, desde hace algunos años se vienen realizando investigaciones que han probado cómo través de la influencia del medio, de nuestros hábitos, se pueden producir modificaciones genéticas heredables. Una razón de peso para empezar a cuidar nuestros hábitos. Ya no se trata solo de nosotros, sino de nuestros hijos. Y de nuestros nietos.
Un equipo de investigadores del Hospital Monte Sinaí de Nueva York, en Estados Unidos, concluyó que los cambios genéticos asociados al trauma sufrido por los supervivientes del Holocausto pueden transmitirse a sus hijos y, posiblemente, a las siguientes generaciones.
De acuerdo con el estudio, los hijos de padres con desorden de estrés postraumático son «probablemente más propensos a la depresión», mientras que el efecto contrario parecería darse en los hijos de madres que sufren el mismo desorden.
De la misma forma, los niños con padres y abuelos expuestos a hambrunas, tabaco u obesidad presentarían mayor predisposición a enfermedades cardiovasculares y metabólicas o diabetes
En la misma línea, un equipo de científicos del Instituto de Investigación del Cerebro de la Universidad de Zurich, en Suiza, ofrece en la revista Nature Neuroscience la clave de esta herencia epigenética.
A través de pequeños fragmentos de ARN de los espermatozoides se pueden pasar los rastros de nuestra experiencia a la siguiente generación, a pesar de que la descendencia no estuvo expuesta a ningún estrés postraumático.
El metabolismo de la descendencia de los ratones estresados también se vio afectado: sus niveles de insulina y azúcar en la sangre fueron más bajos que en las crías de progenitores no traumatizados. Estos efectos sobre el metabolismo y el comportamiento persistieron en la tercera generación.
Si bien es cierto que al fin y al cabo uno no puede controlar aquello que le traumatiza, no podemos decir lo mismo de las adicciones.
Un estudio de la Universidad de Fudan, China, efectuado con roedores adictos a dicha sustancia demostró que sus crías tenían más probabilidades de convertirse en adictas. Asimismo, los autores sostuvieron que la heredabilidad de la adicción no dependía del grado de consumo, sino del nivel de motivación para buscar la sustancia.
Estos resultados coinciden con los resultados de diversos estudios epidemiológicos en los que se observó que el consumo de cocaína de los padres tuvo relación con los problemas de ansiedad en los hijos, memoria deteriorada o déficit de atención. Si la madre había sido consumidora de cocaína antes del embarazo, se incrementaba la sensibilidad de los hijos ante esta droga, factor que facilita la adicción.
Respecto a los traumas paternos que hayan traído secuelas genéticas a los menos afortunados, no todo son malas noticias. Los descendientes de ratones traumatizados exhiben comportamientos más ventajosas en situaciones peligrosas. Por ejemplo, huyen mejor de la suministración de descargas eléctricas. Por otro lado, un entorno amoroso y estimulante podría revertir estos efectos perniciosos.
La respuesta al acertijo, está clara: de tal palo, tal astilla (el refranero español siempre va un paso por delante de la ciencia). Ya no hay escusa para no alejarse de la obesidad y de las adicciones si queremos dejar una progenie sana. La otra cara de la moneda, que siempre la hay, es que podemos echar la culpa a nuestros padres por esos kilos de más.