La ciudad alemana de Hamburgo cambió su habitual fisionomía, embutida en su grisáceo devenir, por una localidad blindada. Un campo de batalla en el que se enfrentaban los antidisturbios y los antisistema. Cientos de detenidos y decenas de heridos, además de importantes destrozos en el mobiliario urbano y vehículos, especialmente afectados los de alta gama. Este fue el balance de las reuniones 'alternativas' en las calles.
Esto es lo que ocurría de puertas afuera mientras la cumbre del G20 se desarrollaba en un ambiente de gran tensión. Los líderes mantenían un semblante serio, sus gestos y sus saludos denotaban un evidente nerviosismo. La atmósfera cargada, la escena recordaba a aquel «huele a azufre» que exclamó Chávez en la ONU. Y en la mente de todos, Donald Trump.
El presidente estadounidense volvió a cumplir su papel, ser el centro de todo adornado por sus desaires y rechazo absoluto al protocolo. Dejó claro que lo suyo no es la estrategia, ni externa ni interna.
Donald Trump lleva medio año en el Despacho Oval, su lugar de trabajo, donde otea los límites de la «nación de la libertad», un país con una serie de frentes simultáneos abiertos. Desde la economía a la política pasando por lo militar con un marcado enfoque bélico, es decir, males de todos los colores juntos bajo un mismo techo. La Cumbre de Hamburgo.
Las piedras en el zapato de Trump
Rusia, Europa, Corea del Norte, Siria, Irán, Irak y Afganistán son piedras -no todas- de tropiezo para la nueva Administración estadounidense, problemas para los que no hay todavía una hoja de ruta o al menos es lo que se evidencia. Asuntos que copan titulares a diario y que la cúpula geopolítica buscaba abordar en la cita, cuya agenda se contagió de la personalidad de Trump. Pero analicemos algunos de esos frentes abiertos.
Corea del Norte es sin duda el principal quebradero para EEUU y un golpe bajo en el orgullo del magnate republicano. En el paralelo 38 se toman a sorna las amenazas y ultimátums que Trump escribe a diario en su twitter. El líder asiático ignora a su homólogo cual troll de la red social que busca atención mediática. Kim Jong-un incluso dedicó un bonito homenaje a Donald Trump con motivo del 4 de julio: un misil intercontinental (ICBM) de 5.500 kilómetros de alcance. Un proyectil cargado de ironía y desaire que encendió al "líder del mundo libre", quien aseguró que la «provocación tendrá consecuencias». Un capítulo más de la comedia que protagonizan ambos, con algunos ilustres secundarios, una serie que no hace reír al público.
Pero seamos justos, Trump no creó el problema sino que debemos responsabilizar al bueno de Bill Clinton. Sí, el presidente norteamericano firmó en 1994 un acuerdo con Kim Jong-il para reducir el arsenal nuclear norcoreano a cambio de unas prebendas, unos 4.000 millones de dólares. La república asiática se comprometía a un uso civil de su energía atómica mientras la parte estadounidense acercaría a Corea del Norte a la comunidad global. Pyongyang engañó a Washington y destinó el dinero a seguir desarrollando su potencial armamentístico, siempre con el pretexto de ser en defensa propia.
En ese sentido, China es otra de las vías de agua en el casco de Trump. El presidente estadounidense quiere que el gigante asiático interceda en la crisis y disuada a Kim de sus ansias nucleares. Xi Jinping no ha mostrado mucho interés en los consejos americanos visto el encuentro que ambos líderes mantuvieron y las políticas proteccionistas que impone la Casa Blanca. En Pekín no se olvidan de las asiduas maniobras militares a tres bandas entre Japón, EEUU y Corea del Sur, como tampoco de los sistemas antimisiles (THAAD), las bases y las tropas desplegadas. Un cúmulo de fuerza que empujó a las autoridades chinas a impulsar un fuerte incremento en su presupuesto de defensa, por aquello de prevenir.
Rusia es un socio estratégico firme con China en el ámbito económico, militar y político y sus líderes tienen en mente un proyecto común para restar la influencia del bloque occidental y que garantice su supremacía en los llamados 'socios no alineados'. Las acusaciones sobre la supuesta injerencia del Kremlin en las elecciones y los vínculos del equipo de Trump con Moscú, conllevó dimisiones, destituciones y todo un cuadro de investigaciones que da para una serie. Las declaraciones del magnate en Polonia, horas previas del G20, sobre la «posibilidad de que Rusia estuviera detrás» hicieron saltar todas las alarmas ante el encuentro entre Vladímir Putin y Donald Trump. Las apuestas apuntaban a un choque de trenes mayor que los desencuentros con Obama, pero finalmente la cordialidad y el entendimiento abrieron una nueva etapa hacia la colaboración, como destacaban ambos dirigentes ante la cara de alivio de los líderes presentes en la cumbre. El mundo necesita el entendimiento entre dos potencias cuyos tentáculos son visibles en asuntos como Siria e Irán y otros invisibles como... mejor no citarlos.
Recordemos que la cita del G20 se dio en Hamburgo, una ocasión inmejorable para que Angela Merkel se alzara como líder suprema, siendo el centro omnipresente de la fotografía oficial. Recibió el cariño de sus socios europeos que ahora hacen piña frente al desafío estadounidense. La canciller tiene aún muy presente el trato que le dispensó Trump en su primer encuentro en Washington y que fue bien inmortalizado por los medios. Rematada por el americano en el G7.
Dolida en su orgullo, llegó incluso a denunciar que «Reino Unido y EEUU no eran socios fiables y que Europa debía buscar su propio destino». Así ordenaba Merkel el cambio de ruta asumido por los miembros. El bloque comunitario tiene otro frente en sus tensas relaciones con la Casa Blanca, la OTAN. Trump exige y afea la actitud de los países europeos: «tienen que poner más dinero a la Alianza». Una exigencia que nadie quiere cumplir a sabiendas que el pacto de integración requiere el 2 por ciento.
Estos son a grandes rasgos los problemas candentes que Donald Trump tiene sobre la mesa, papeles desordenados que se amontonan día tras día hasta mimetizarse con el mobiliario. Pero, como en todo, lo más grave, relevante o acuciante es siempre lo que no se ve, lo que se esconde o 'no existe' como el cambio climático. Aquello que el presidente guarda en los cajones del mítico mueble. Allí reposan conflictos de primera magnitud como Siria, Libia, Afganistán e Irak; también los populismos latinoamericanos, la inmigración, el terrorismo yihadista del Estado Islámico, Al Qaeda y los talibanes; sin olvidar el narcotráfico, la xenofobia, homofobia y tantos otros. Un cajón desastre a punto de estallar.