A pesar de que es uno de los países de Oriente Medio con menos conflictos que lleguen a las portadas de los medios de comunicación, Arabia Saudí es uno de los países más importantes de la región y algunos apuntan que, después de todo, pueden estar a las puertas de cambios profundos debido a disputas en la línea de sucesión, presión social por parte de una generación joven cada vez más numerosa y las previsiones petrolíferas que ya asoman en el horizonte.
Todo queda en familia
Esta última semana, el país del Golfo Pérsico ha saltado a las noticias por la decisión del rey Salman de nombrar heredero a su hijo Mohamed bin Salman. En cualquier otra monarquía esto sería lo habitual, pero la corona saudí cuenta con ciertas peculiaridades que hacen que esta designación no venga exenta de polémica.
Desde la conquista y unificación de Arabia Saudí por Ibn Saud, en 1932, han sido sus hijos los que heredaban la corona, en vez del hijo de cada nuevo rey. Hasta ahora, otros seis monarcas han ocupado la jefatura de Estado: Saud, el segundo hijo del fundador; Faisal, tercer hijo; Jaled, quinto hijo; Fahd, octavo hijo; Abdalah, décimo hijo; y el actual monarca, Salman, vigésimoquinto hijo de Ibn Saud.
Sin embargo, Salman ya generó cierta polémica al retirarle el título de príncipe heredero a su hermano Muqrin y apostar por dar el relevo a la generación de nietos del fundador, para lo que se había designado como príncipe heredero a su sobrino Mohamed bin Nayef, que además ocupaba la cartera de ministro del Interior y gozaba de simpatía en Estados Unidos por su trabajo en la persecución de Al-Qaeda en suelo saudí.
El primer movimiento que ya hizo sospechar de si podrían darse resentimientos entre la familia saudí fue cuando Salman nombró hace dos años a su hijo asesor especial, jefe del gabinete real, ministro de Defensa y presidente del Consejo de Asuntos Económicos y de Desarrollo, por lo que en los medios se solía apodar al joven de 32 años como el ‘superministro’.
La prensa extranjera había destacado hasta ahora el aire fresco que Mohamed bin Salman había aportado al aparato estatal saudí, con el plan Visión 2030, que intenta diversificar la economía para no tener que depender del petróleo, aunque también había generado polémica por su dura ofensiva en Yemen contra los golpistas, considerados colaboradores de Irán, gran enemigo de Arabia Saudí en la lucha por la hegemonía en Oriente Medio.
Finalmente, Salman ha decidido cerrar el círculo nombrando a su hijo como príncipe heredero, y aunque el aparato estatal se ha apresurado a decir que no existen resentimientos entre la familia real y que el anterior príncipe heredero, bin Nayef, ha aceptado la decisión, son varios los que se preguntan si este frágil acuerdo en cuanto a las líneas sucesorias sentará bien entre los otros hermanos de Salmán y sus respectivos hijos.
Muchos frentes abiertos
No sería la primera vez que existen desavenencias en este sentido y en las veces anteriores se han producido desequilibrios económicos importantes. Sin embargo, unido a otros asuntos importantes en el país, como la necesidad de responder a la presión demográfica (dos tercios de los saudíes tienen menos de 30 años) y a la diversificación energética, esta vez sí que podrían generarse grietas en el país más represivo y estable de Oriente Medio.
Por el momento, esta decisión sucesoria significa redoblar los esfuerzos por una política exterior más asertiva, con una posible exacerbación de la rivalidad con Irán en la región, lo que no excluye la idea de futuros conflictos más violentos por imponer la hegemonía en Oriente Medio y, por ende, otra inestabilidad añadida a las anteriores.
Durante toda su historia, Arabia Saudí ha conseguido evitar grandes conflictos en el país gracias a ser un país rentista, es decir, que paga una renta a sus habitantes que ayuda a aliviar sus pesares ante la falta de trabajo o potenciales discrepancias con la forma autoritaria del país, además de ofrecer sanidad y educación gratuita y no cobrar ningún impuesto sobre la renta a sus habitantes. Sin embargo, esta aportación proviene, en un 80-90%, de los ingresos del petróleo, que como se ha comentado, es finito y se acerca, al ritmo de producción actual, a su agotamiento, previsto para 2080.
Aún queda mucho tiempo, pero en un país donde las reformas no son abundantes, se haría necesaria una reflexión en el menor plazo posible acerca de cómo diversificar la producción si quieren seguir siendo competitivos a largo plazo y mantener este estricto control sobre el Gobierno y sus ciudadanos.
En conclusión, parece claro que una implosión total de la férrea monarquía saudí parece impensable aún hoy pese a los problemas descritos anteriormente. Pero la suma de las disputas sucesorias, la joven generación más abierta y más contestataria, las disputas regionales con Irán y los retos energéticos constituyen unos frentes para Arabia Saudí que sus gobernantes no deberían desestimar si quieren mantener la estabilidad del país.