No. El título no es uno de los conocidos “clickbaits” por el cual se usa un título morboso y sugerente que hace inevitable el pinchar para, segundos después, darnos cuenta de que el contenido nada tiene que ver con él mismo. No.
Esta afirmación con la que he abierto el texto tiene, lamentablemente, una justificación sólida que hoy me apetece compartir aquí y que, también desgraciadamente, me ha ocurrido en numerosas ocasiones: el micromachismo.
No es ninguna novedad hablar sobre las diferencias salariales entre hombres y mujeres que ocupan posiciones similares en una empresa pero hay algo que sigue pasándonos desapercibido y que es igual de grave: el micromachismo cultural.
El micromachismo se define como «práctica de violencia en la vida cotidiana que sería tan sutil que pasaría desapercibida, pero que reflejaría y perpetuaría las actitudes machistas y la desigualdad de las mujeres respecto a los varones» y, en esencia, se caracteriza, sobre todo, porque son comportamientos totalmente aceptados en el día a día, en las conductas sociales y personales de los que cuesta darse cuenta en ocasiones.
El otro día viví uno de esos episodios que te hacen sentir incómoda y, en el que, lamentablemente, creo que nadie le dio la importancia que requería. Estando en una terraza de un bar de Madrid con un amplio grupo de personas, las cuales, eran todo hombres, nos dispusimos a pedir las consumiciones al camarero de turno. Si, redondeando, éramos 30 personas las reunidas en esa ocasión, fuimos 29 los que optamos por tomarnos una cerveza mientras que la otra persona, recordemos que también era un hombre, optó por un refresco bajo en calorías.
Pues bien, el camarero, una vez reunidas todas las bebidas se dispuso a repartirlas desde su bandeja y… ¡oh, sorpresa! ¿A quién le dio directamente el refresco? Imposible imaginarlo, ¿verdad? Sí. A mí.
Lógicamente, al no tratarse de la consumición que le había pedido previamente, le indiqué, educadamente, que se trataba de un error y que yo no se lo había pedido.
«¡Qué puntillosa eres, Clara! Al tratarse de un grupo tan amplio es evidente que no recordaba quién había pedido qué…» diréis. Bueno, la cara de circunstancias de «algo no me cuadra aquí» que se le colocó en el rostro al camarero me indicó que ese no era el problema. Agradecí también el no ser la única persona que se percató de ese momento ya que algunos de mis acompañantes lo hicieron saber en alto con un «qué momento más incómodo…». Finalmente, la persona que sí había pedido el refresco levantó la mano facilitándole al camarero la vía de escape y poniendo fin a ese momento.
Hago hincapié en que si asocio esta conducta a un acto de micromachismo es porque lo es y no dejó lugar a dudas. Y, sobre todo, porque no es la primera ni, lamentablemente, será la última vez que me ocurra a mí o a cualquier mujer del mundo.
«Menuda tontería» pensaréis algunos. Y no. Ese es el problema. Que no es ninguna tontería ni podemos permitir que se trate como tal.
Que se considere que, si hay un refresco y una bebida alcohólica en una comanda de una mesa en la que se encuentra sentada una pareja heterosexual, la mujer, por obligación, es la que ha pedido el refresco o que la cuenta, cuando se pida, debe dejarse frente al hombre, porque será el que pague, mientras la mujer pone sonrisa de agradecimiento ante tal gesto de “caballerosidad”, es simplemente una señal de que hay cosas que siguen sin hacerse bien y de que estamos demasiado lejos de llegar a un punto de igualdad total.
Y he optado por usar este ejemplo que viví hace escasos días por no recurrir al «¿por qué una mujer es considerada de un modo si tiene una vida sexual activa o con varias personas diferentes y el hombre, si hace lo mismo, es considerado de un modo totalmente opuesto?».
Mientras sigamos viendo algunas conductas como normales y aceptadas será imposible avanzar en esta lucha que, desde luego, nos conviene a todos.