Uno de los temas de los cuales se discute poco es la relación que existe, por un lado, entre globalización, entendida como un proceso de integración y homologación de los mercados internacionales determinado por las nuevas tecnologías, acuerdos de libre intercambio y los movimientos de empresas, personas y capitales, junto a las multinacionales, que operan a nivel mundial y, por el otro lado, la región. Es decir, áreas geográficas conformadas por alianzas trasnacionales, con un arraigo en su historia, tradiciones y, sobre todo, un idioma común, que tienden a mejorar las condiciones de vida y de desarrollo, acordando aranceles comunes y constituyéndose como frontera hacia el mundo globalizado.
La estrategia implícita del regionalismo es defender y mejorar las condiciones de intercambio a nivel global para favorecer la región misma, creando sinergias y mercado entre países limítrofes, en modo tal, que en el escenario mundial tenemos: la economía global con sus flujos de tecnología y capitales, las regiones, como por ejemplo, la Union Europea, el Nafta, el Mercosur, entre muchas otras, y los países, que hacen parte cada región.
El regionalismo es una plataforma que permite a los países integrantes obtener ventajas competitivas, mejores condiciones de negociación para beneficiarse de un flujo positivo de capitales y recursos, que mejoren, en la medida del posible, las condiciones de vida de sus habitantes. Positivo en el sentido de que las entradas sean superiores a las salidas, contabilizadas como pagos, intereses y crecimiento o reducción de las deudas, junto con nuevas fuentes de trabajos, más conocimiento y capacidades productivas, mejor infraestructura y servicio y un valor agregado más alto en lo concerniente a la producción local. En este sentido, cada país y región tendría que definir su propia estrategia, que favorezca el desarrollo local, participando activamente en el mercado global. Y es en este contexto en el que tenemos que entender el regionalismo como realidad, posibilidad y perspectiva en un sistema de intercambios globales.
Otras dimensiones importantes del regionalismo concierne a la identidad, el desarrollo humano y la calidad de la vida. La identidad es personal, cultural y, en cierta medida, nacional y comprende condiciones concretas para la vida de todos los días, tradiciones, lenguas y recursos humanos para proyectarse en la economía global. De otra manera, la suma total de los esfuerzos individuales para sobrevivir y prosperar en esta economía, que impone nuevos valores, espacios, cambios y exigencias culturales y tecnológicas específicas, como la capacidad de internacionalizarse y moverse libremente en un espacio cultural más amplio y, a la vez, anónimo. Estos aspectos pueden ser positivos o negativos, cuando se hacen las sumas en relación a los costos y beneficios.
La economía global, además, impone esquemas comportamentales precisos, que reflejan las culturas tecnológicas y productivas dominantes en el mundo globalizado, aventajándolas. Tenemos que reconocer, además, que, por el momento, el inglés como idioma es imprescindible, ser blanco una ventaja, tener contactos sociales y económicos es importante a la hora de manejarse bien, con los conocimientos apropiados, en aquellos escenarios donde se definen las estrategias y juegos vencedores que, en la mayoría de los casos, envuelven personajes y entidades cuyo capital, tecnología y conocimientos son mayores. Esto implica una neocolonización, que podría ser comparada a la conquista de América con sus dos bandos: los colonizadores y las poblaciones autóctonas que sufrieron en carne propia este proceso.
Visto de esta perspectiva, el regionalismo tendría además una función defensiva o protectora de las poblaciones locales en las áreas periféricas. Al mismo tiempo, asistimos a una nueva realidad, donde el valor relativo del conocimiento y de las ideas innovadoras aumenta en relación al valor del capital y esto obliga a las regiones y países a invertir en la medida del posible en educación y formación, creando condiciones a nivel local para que los más preparados, en vez de emigrar, contribuyan al desarrollo en su entorno y esto representa una nueva tarea para el regionalismo.
En una cierta medida, podríamos decir que la esencia del regionalismo es crear rápidamente las condiciones, que permitan un beneficio mayor a las economías y pueblos locales en el contexto global y visto fríamente, la tarea es ardua y las posibilidades de hacerlo son siempre menores y después de algunos decenios de economía globalizada, sólo unas pocas regiones han invertido, a su favor, el flujo de capitales.
Una de estas regiones es China, pagando un precio ambiental y humano enorme. India, por otro lado, ha cedido una parte importante de sus profesionales y científicos al centro de la economía global. África ha quedado casi completamente aislada y Latinoamérica, en general, cuenta con un balance de pérdida entre entradas y salidas, por el momento, con un aumento considerable de las deudas, lo que significa mayores salidas o pagos en un futuro próximo, demostrando que las estrategias del regionalismo en las zonas periféricas han fallado, parcialmente.
Como posibles modelos de “desarrollo” y participación tenemos, en consecuencia, como alternativa: una economía autárquica, basada en la producción de alimentos y una emigración de la ciudad al campo con un posible turismo; una industrialización forzada con márgenes de ganancia, que permita una capitalización; o la creación de todas las condiciones necesarias para una economía del conocimiento, que seguramente será un proyecto a largo plazo y sin beneficios visibles a breve o medio término, implicando una fuerte inversión en educación. Estas alternativas y otras pueden ser combinadas en soluciones mixtas o intermedias.
Independientemente de esto, para el 60% de la humanidad la responsabilidad es redefinir el regionalismo y sus propias estrategias de desarrollo. Un tema que la política actual y el debate público ignora completamente, como si no existiese una comunidad y un mañana, subordinando todo a la lógica incontrolable de la globalización dominante. Una autarquía total, es decir, desvincularse completamente de la economía global, no es una solución viable, basta pensar en los jemeres rojos de Camboya décadas atrás y el enorme costo social y humano que su política representó destruyendo las ciudades.