Viajar es salirse de un mundo para entrar en otro y mientras más diferente es este último del primero, más lejos viajamos. Pero viajar así requiere coraje, ya que descubrir el lado opuesto de la humanidad nos confronta con nosotros mismos y nos hace sentir nuestra propia e innegable fragilidad. Por otro lado, si no la afrontamos, no conocemos nuestros límites y no dejamos atrás esa zona de confort, que es una cómoda ilusión, que no representa en absoluto la realidad. Una vez leí que uno empieza a vivir en el momento en que abandona la zona de confort y afronta brutalmente una nueva versión de la humanidad, exponiéndose a la intemperie sin protección.
Tengo un amigo que hace estos viajes con una cierta frecuencia y cada vez que regresa, para partir de nuevo, es otra persona, que nunca ha dejado de cambiar, crecer y experimentar. Lo conocí como tenor de ópera, ya casi famoso con sus primeros contratos en las grandes escenas y al momento de alcanzar la cúspide misma de su carrera, descubrió que tenía un nudo en las cuerdas vocales y que no podría cantar. Se hizo traductor, fotógrafo, marinero, pintor, psicólogo, filósofo y artista en el sentido más profundo de la palabra, reinventándose cada vez y llegando siempre más allá.
Siempre lo atrajo lo esotérico, lo místico, lo religioso y espiritual. Después de haber estudiado, siguiendo las tradiciones de la ciencia moderna, como otras menos convencionales, sea en el Occidente que lejos del presunto “centro”, se sumergió en rituales de iniciación, cosmologías, “culturas marginalizadas”, sectas y congregaciones de todos los tipos, con la misión de conocer finalmente a los chamanes, saber de sus vidas, técnicas, cultura, modo de vivir y entender lo que nuestra sociedad excluye como posibilidad, tocando con manos “lo sobrenatural”, esa parte mágica del ser que nuestra civilización ha olvidado o negado.
Pierre estuvo recientemente 6 semanas en Burkina Faso, en el corazón oscuro y salvaje del África, que nos muestra, al mismo tiempo, luz y una profunda humanidad. Allí entrevistó personajes extraordinarios, intelectuales, “brujos”, medios, magos y adivinos, que lo acompañaron a descender en el mundo invisible y literalmente subterráneo de los espíritus y almas ya idas. Uno de sus objetivos en este viaje era encontrar un grupo de mujeres forzadas a abandonar sus pueblos y familia para salvar sus vidas por haber sido acusadas arbitrariamente de brujería y cuyo destino se reduce, de un momento al otro, o al “sacrificio mortal” o a la protección encerradas en el centro de Delwende en Ouagadougou, de donde no podrán salir jamás.
Las mujeres rechazadas por la comunidad pierden el nombre, su historia e identidad, convirtiéndose en muertas vivientes y en esta situación descubrimos que el límite absoluto a nuestra libertad e individualidad lo fijan los prejuicios, la intolerancia, la ignorancia y esa forma de fanatismo extremo, que no reconoce ni acepta la diversidad. Este duro destino lo comparten con niños que huyen de los sacrificios humanos y los albinos, que son excluidos por ser pálidos. La relación entre la comunidad y el individuo, mediada por conceptos imprevisibles e implícitos, la llamada cultura, puede cambiar repentinamente la vida de una persona, convirtiéndola en una tragedia y la única salvación es aceptar ser muertos en vida, abandonadas y sin proyectualidad.
Pierre, mi amigo Pierre, que a menudo desaparece y, sin avisar, vuelve, me trae estas historias crueles e inhumanas y, a la vez, tan humanas y palpables, que me hacen reír, llorar y reflexionar. Nuestro sentido de realidad está fundado en una exclusión brutal, la no realidad, que negamos ofuscadamente como posibilidad. Pero esta “no realidad” está presente, viva y trasuda, no sólo en nuestros miedos, sino que además en hechos concretos, que son parte de nuestro mundo inhumano, perverso y sobre todo real.
En Burkina Faso, existen mundos paralelos, el oficial, con el Parlamento y sus leyes, y el oculto de reyes sin corona con el control directo sobre las comunidades, donde las órdenes las dicta el brujo, que está en contacto con los espíritus y que define el comportamiento social, estigmatizando a los insubordinados. El Rey de los Reyes, el “Mohro Naba”, se opone a esta exclusión social, pero ante la superstición de las mayorías tiene las manos atadas. Las creencias y el miedo son la barrera sobre la cual se funda la humanidad e inhumanidad.
La cultura en general está basada en un mito que excluye otros mitos, no porque estos últimos no sean reales o no existan, sino porque niegan nuestra frágil realidad y a veces, pocas veces, inundan nuestro mundo, nuestra vida y sueños, amenazando todo lo que creemos y amamos, todo lo que aceptamos como parte constituyente de nuestra cotidianidad.
Esta realidad destronada y excomunicada muestra su rostro oculto y transformado hasta lo irreconocible en la locura, en la psicosis, en el miedo y en las realidades marginales, donde nuestro mundo insostenible deja de ser real y se impone la muerte, la tortura, la mutilación, la magia negra, el vudú, el sacrificio humano y nuestra zona de confort se desmenuza en pequeñas migas sin forma ni sentido, confundiéndose por siempre con la ilusión y la irrealidad.
Pierre contándome de su último viaje concluyó diciendo que, según su experiencia en el mundo sobrenatural, el bien y el mal no existen, como no existen los espíritus, si no crees en ellos. Pero al creer, lo sobrenatural se hace presente y objetivo, definiéndose como realidad. Es el individuo, la intencionalidad, la que divide el mundo en dos, en un universo maniqueísta fundado en la lógica de los opuestos y la brujería es sólo un instrumento para realizar fines u obtener favores por los cual pagamos por una eternidad, enajenándonos en el pacto.
Cada vez que me encuentro con Pierre, después de uno de sus viajes, lo percibo diferente, lo escucho hablar con otra voz, de otras experiencias, siempre más cerca sea de la vida y de la muerte, siempre más ancho, más duro, más humano y brutal en su modo de ver y recontar la humanidad. El conocimiento técnico aumenta rápidamente, aumentan nuestras posibilidades y riesgos, pero lo que no aumenta es la sabiduría de poder usar estos conocimientos en el bien de todos y saber vivir en armonía con nosotros mismos, el resto de la humanidad y la naturaleza. Al terminar nuestra larga conversación me pregunto y tú dónde viajaras y quién serás cuando vuelvas, si jamás volverás.
A Pierre
Piedra de camino sin huella,
explorador de horizontes olvidados.
Por tu camino de sombras, la muerte,
sembró de olvido los campos.
Allí, donde la vida es muerte
y la muerte es vida, con la mirada perdida
en preguntas sin respuestas,
piensas en dioses, milagros y diablos
y por horas sin tiempo, has meditado
sobre el sufrimiento, la dicha y el dolor causado.