Actualmente, la expresión “la forma sigue a la función” no tiene demasiada reputación. Muchos piensan que someterse a la función resta libertad, que el proyecto saldrá poco original. Cada vez estoy más convencido que muchos malos proyectos lo son porque buscan insistentemente la originalidad en lugar de querer comprender la realidad y comprometerse a mejorar los espacios y la vida de las personas. Combatiendo clichés con inmadurez es fácil caer en el ridículo de un rupturismo intranscendente que no aporta nada positivo. Decidir, exige reflexión para relacionar adecuadamente los términos función y forma.
Hay ilusos que se piensan que el objetivo es crear un estilo, y que eso se hace a fuerza de excentricidad, chillando, ¡Hey, estoy aquí! Mirad que atrevido! Un buen profesional, incluso del arte puro, no aspira a tener un estilo. Para evolucionar su obra, quiere pensar libremente y sin trabas, cosa que el estilo no favorece. Picasso dice “el estilo es el peor enemigo del artista”. Las extravagancias formales de muchos interioristas sólo son útiles para confundir aun más a un público desinformado.
La gente no acaba de entender que el buen diseño, riguroso y consistente, que le propone un profesional sensato no tiene nada que ver con las frivolidades formales que el bombardeo visual ha instalado en su mente. Para muchos profesionales lo importante es el espectáculo y que se hable aunque funcione mal. Es poco didáctico, y la aspiración cultural que todo buen proyecto debe tener queda relegada en el olvido. Esto exige esfuerzo, tiempo de dedicación y talento, valores que la pseudocultura mediática substituye por formas absurdas surgidas, muchas veces, de actitudes pueriles que pretenden emular el padre –el movimiento moderno- y que no son nada más que cambios aparentes. No aportan ningún avance y a menudo son ostentaciones técnicas o decorativas que se olvidan de implicar la forma exigiéndole la mejora de las necesidades de la gente.
Implicar la forma quiere decir lo que siempre ha querido decir: no perder el sentido de función, pero de acuerdo con la evolución material y espiritual de los tiempos. Mies Van der Rohe dice: “pienso que la arquitectura no tiene nada que ver con el invento de formas interesantes o con los gustos personales. La arquitectura verdadera es siempre objetiva y es la expresión de su época”.
Con esta actitud, la evolución formal de la arquitectura y el diseño producirá formas más auténticas, porqué seguirá creyendo en la importancia de la forma condicionada y consecuente, más que en la exhibición delirante de formas estériles.
Cuando proyectamos, convertimos nuestras actitudes en formas, por eso es necesario adquirir hábitos que configuren espacios interiores planteados con coherencia. Álvaro Siza propone trabajar con naturalidad, sin enredos ni afectaciones. Para él, proyectar “es descubrir la evidencia, resaltar aquello que estaba disponible” y eso no está reñido con la evolución hacia formas complejas sin sacrificar la función.
Afortunadamente, cuando un cliente encuentra un buen profesional descubre las ventajas del esfuerzo incondicional dedicado a resolver su caso particular y comprende que muchos trabajos de interiorismo promueven valores equivocados basados en nimiedades. Como si se tratase de una revelación, descubre estrategias, ideas y argumentos fundamentales que dan como resultado una forma implicada en satisfacer sus necesidades, una forma amiga.