Me pillas casi sin batería en mi móvil, en el portátil y en la tablet. Hasta sin pilas en el mando a distancia. Me niego a ver más penurias y personajes recién salidos del anonimato gracias a estúpidos reality shows. Esos mismos líderes de audiencia, pero que nadie ve cuando preguntas.
Estoy al 1% y quiero estar apagada cuando el mundo se vaya al garete. Porque lo estamos conduciendo a eso, sólo hace falta ver las teledesgracias y darte el tortazo con la cruda realidad. Bagdad, Isis, Pioz, brexit, Charlie Hebdo, una economía que no levanta, Donald Trump…
No da tiempo ni a quitarse las legañas y ya tienes ocho alertas en el móvil de ‘El País’ y no con una buena nueva, como las que el cura dice en la iglesia por estas fechas, precisamente.
Mientras los medios de comunicación nos absorben, nos olvidamos de lo que tenemos a tan sólo unos metros de nosotros. Ese perrito que te mira con cara de inocente y reclama una caricia. Esa madre que está planchando tu ropa para que al día siguiente no vayas con la camisa hecha una pasa. Ese abuelo que lleva dos días sin verte y tiene que recurrir a los benditos audios de Whatsapp para saber si por la tarde tienes tiempo de echar una partida de cartas entre copitas de vino. Algo bueno que tiene la tecnología al fin y al cabo…
Y no es que quiera ignorar lo que pasa en nuestro mundo, no es que le quite importancia ni relevancia mediática a las tragedias que nublan, o mejor dicho, ennegrecen nuestro día a día. Pero es que tampoco me quiero perder lo extremadamente bueno que tiene la vida.
Por eso si me quieres ver estas navidades, o como si el mundo se quiere ir a la mierda, me pillarás en casa atragantándome con polvorones de estepa y con los míos. Pero no me llames, no me mandes un WhatsApp, porque lo siento, pero me pillas sin batería.