Hay acontecimientos decisivos, tanto en la vida individual como en las sociedades. No sólo por el momento histórico o su solemnidad, sino por el poso que dejan: son un antes y un después. Ya se ha escrito casi todo lo escribible sobre la vida, obra y “milagros” – a tenor del sentido duelo - de Fidel Castro tras su muerte el pasado mes de noviembre de 2016. No seré yo quien glose a un dictador, poco amigo de la libertad de expresión. No existen dictadores de primera o segunda clase. Él mismo dijo que la Historia le juzgaría. Seguro que lo hará. Alguien que es el artífice principal de la emigración forzosa y la separación de miles de familias durante más de 50 años no merece ser un héroe. Da que pensar que se celebrase su muerte (y no sólo en Miami). Es una prueba terrible y tangible de su obra en vida.
Tras escuchar la noticia, casi de forma inmediata, me vino a la mente la música de una gran diva cubana: Gloria Estefan. Aquí admito que en la diversidad está el gusto, pero el mérito de alguien que creó la industria de la música latina – más de 100 millones de discos vendidos- y llevó por medio mundo sus letras alegres con el son de su tierra es incuestionable. Es curioso el juego del destino, ¿quién decide quién es más patriota? ¿Alguien que, aunque no ha podido vivir en su país de nacimiento, lleva su patria por bandera en canciones a lo largo y ancho del mundo o un dictador? Además de la mítica “Mi Tierra”, un canto nostálgico de emigrante al recuerdo y los lazos de su lugar de origen, ella también escribió una canción que supone un grito a la esperanza, al optimismo y al futuro: “Abriendo Puertas”.
No soy una experta antropóloga, pero, como simple observadora, puedo comprobar que hay estructuras que calan haciendo daño a la convivencia y al tejido social mucho más tiempo que el que pueda sobrevivivir un sistema o la misma persona que haya ideado ese sistema político. Los cambios posteriores, aunque sean positivos, siempre son lentos porque el autoconocimiento y la fe conjunta de ese pueblo en su propio destino – algo parecido a la confianza en uno mismo – se transformó en fe ciega en una sola persona o sistema. Socialismo o muerte. Conmigo o contra mi. Transformar esto en libertad es una tarea dolorosa y ardua. Lo sabía bien el padre del existencialismo, Jean Paul Sartre.
Volver a encontrarse con uno mismo para afrontar el futuro sin ataduras es complejo. Analfabeto no es sólo quien no sabe leer o escribir, sino que, según la propia definición de la RAE, es aquel ignorante, sin cultura o profano en alguna disciplina. Así, el pueblo cubano ha podido aprender a leer y escribir, pero no a tener opiniones propias para enfrentarse a un sistema poderoso y establecido durante tanto tiempo que controla todos los aspectos de la vida. Más aún, adaptarse a un mundo global, interconectado, con problemas complejos supondrá sin lugar a dudas un shock para su estilo de vida. El sistema de mercado es más complejo que el marketing y ser libres no significa abrazar “Coca Cola” como en la mítica imagen de Goodbye Lenin! o ver desfiles de Chanel en la calle. Es una forma de responsabilizarse de tu destino.
Una parte singular de la esencia del pueblo cubano es una sabiduría ancestral reflejada en su incomparable música. Su sones, guantanameras o salsas son reflejo de su historia. Un pueblo tan abierto, multicultural y positivo por naturaleza seguro que “hallará la salida” a tantos años de aislamiento. Porque “después de la noche llega una nueva mañana” en la que el miedo y la incertidumbre dejarán paso a un futuro próspero, abierto al mundo.
La estela de Celia Cruz, “La Lupe”, Compay Segundo, Bebo Valdés, Pablo Milanés – entre miles de grandes artistas de la canción cubana- y la misma Gloria Estefan les ayudarán a cantar sus “versos del alma” y encontrar su camino en este año que se inicia. Mucha suerte.