Los tiempos han cambiado y junto a ellos, la edad cronológica del ser humano: la infancia, preadolescencia y adolescencia han comprimido sus límites, así como la juventud, la madurez y la ancianidad han ampliado sus márgenes a partir de un mayor acceso a la educación y al avance de la medicina. Así las cosas, a nadie le resulta extraño que un joven pueda tener más de 35 años y catalogarse todavía como becario o que un señor de 65 sea considerado como maduro, a pesar de poder estar ya jubilado, pero lejos aún de la vejez.
Los grupos de edades se han modificado de manera vertiginosa en este último siglo. Sólo hay que observar que, en España, la esperanza de vida en 1900 era de 34 años cuando actualmente se sitúa en cerca de los 80 años para los hombres y en más de 85 en relación a las mujeres. Todo un progreso pero, ¿a qué se debe?, ¿qué factores han propiciado un cambio de semejante magnitud?
Almudena Moreno, socióloga de la Universidad de Valladolid, lo explica del siguiente modo: “los niños antes recibían los conocimientos de forma vertical, a través de los adultos, de quienes dependían emocionalmente. Ahora su acceso a la información es horizontal, de las manos de las nuevas tecnologías -televisión, tabletas y móviles-, y su conocimiento del mundo es mayor. Esto se traduce en que su periodo de dependencia emocional y de inocencia se acorta”.
Otros expertos también aseguran que “cuando se deja atrás la adolescencia, en esto de las edades todo está muy relacionado con la evolución del mercado de trabajo, con cuándo se inserta y sale uno. De hecho, hay tres transiciones que marcan el fin de la juventud y el inicio de la edad adulta: la económica (valerse por sí mismo), la residencial (dejar la vivienda de los padres) y la familiar (tener pareja y/o hijos). Las tres se están postergando y se siguen retrasando todos los años”.
En este sentido, la periodista Gloria Rodríguez comenta que “ya no es extraño encontrar convocatorias de becas o concursos para jóvenes investigadores o artistas menores de 40 años. Es más, las encuestas oficiales de juventud hasta 1982 estudiaban a los menores de 20 años; en 1985, el Injuve (Instituto de la Juventud) aumentó la horquilla hasta los 30, pero ahora algunos organismos llegan hasta los 35”.
Mientras, Julio Pérez, demógrafo y sociólogo del CSIC, pone de manifiesto que “el periodo de juventud también dura más ahora porque los padres de esos jóvenes se lo pueden permitir y no se ven obligados a trabajar antes. Además, la prolongación de los años de formación influye en este alargamiento. A lo largo del siglo XX se ha visto cómo aparecía y se extendía la educación obligatoria. Ahora ya no solo es habitual hacer una carrera universitaria, sino que es más frecuente hacer también un máster o un doctorado”.
Por otro lado, Pérez subraya que “casi todos los cambios en demografía tienen que ver con la buena alimentación. Los adultos de hoy cuando llegan a la tercera edad no son como los de antes. No porque ahora se les cuide más o tengan más protección del Estado, sino porque ha cambiado su vida anterior, antes de llegar a la vejez, y entran en esta etapa en mejores condiciones económicas y de salud”.
Pero ¿qué ocurre con las personas de 75 años?, ¿se las puede clasificar como ancianas? Miret ofrece su respuesta: “se considera que una persona entra en la vejez cuando ha dejado de trabajar. Le damos el carnet de la tercera edad y otras prebendas por el hecho de ser 'persona mayor', que no es más que un eufemismo. Deberíamos encontrar palabras distintas a ancianos”.
El experto recuerda que “en 1967 se universalizaron los 65 años como la edad de la jubilación a una persona que le quedaban supuestamente solo seis o siete años de vida autónoma por delante. Hoy puede tener dos décadas más, 10 años con autonomía y otros 10 con alguna dificultad pero no impedida”.
Finalmente, Miret concluye que “la edad adulta -aproximadamente, de los 40 a los 65- tendrá que cambiar. A los 40 años hace un siglo se era viejo y ahora se es joven. Este grupo recibe mucha presión laboral, social y familiar, y el apremio sobre la fecundidad ha aumentado también de una manera terrible. Habrá que disminuir la carga sobre esta población y alargarla para después. Mientras el Estado provee el sistema educativo para la juventud y el de sanidad y las pensiones para los mayores, a los adultos les ha dejado solos y están sometidos a un estrés brutal”.