Es difícil creer que, en la época de los emojis, los vídeos tutoriales en youtube, los hashtags sobre programas de televisión, puede seguir existiendo una figura tan controvertida como un intelectual. Me alegra confirmar que siguen vivos.
Más allá de bytes y redes sociales, hay personajes que se esfuerzan por retratar lo más interesante de su época y, como en un espejo, mostrarles sin tapujos a sus coetáneos lo que son. Son unos pocos elegidos, en su mayor parte incómodos tanto para el poder establecido como para los ciudadanos. Porque la capacidad de autocrítica es difícil de manejar. Y mucho menos el sentido del humor o la capacidad de reírnos de nosotros mismos y corregir nuestros errores. Somos demasiado intensos.
Hace un mes que tuvo lugar el duelo electoral en el que se eligió a la persona más poderosa del planeta: el presidente de EEUU. Tras una campaña especialmente bronca hay un gran escritor como Tom Wolfe que sale a poner en entredicho dos pilares de la cultura occidental: la teoría de la evolución de Darwin y que Hillary Clinton fuese una mejor candidata que Trump, alias “el magnate esperpéntico”. Y no es sólo afán de polémica. Es una llamada de atención de alguien que conoce muy bien a los medios de comunicación y a la opinión pública. Vivió el despertar del espíritu hippie en Ponche de ácido lisérgico, denunció en 1984 la cultura “yuppie” del pelotazo en La hoguera de las Vanidades y, en 2016, se atreve a relativizar el contenido de las redes sociales como “ruido”. Meros susurros constantes sin contenido ni información útil.
Lo que este gran periodista nos viene a decir es que, en contra de etiquetas simplificadoras, la visión de la realidad que nos puedan dar desde el poder establecido en la política o los medios es eso: sólo una visión. Que ambos candidatos no son tan opuestos al final: ambos siguen perteneciendo a élites establecidas, aunque él dé mucho más miedo por sus exabruptos, su pose televisiva, su falta de formación y experiencia para el cargo y sus afirmaciones esperpénticas. Cuesta creer esto en un país noble, inculto como España, en el que la visión del bueno y malo siempre debe estar cristalina, pero hace unos años se desarrolló una encuesta que demostraba que uno de los personajes más “kitsch” del panorama televisivo nacional, Belén Esteban, podría salir elegida como candidata a presidenta del país si se presentase. Nadie se echó las manos a la cabeza entonces, probablemente porque este hecho resume el desencanto de la ciudadanía ante una situación sociopolítica que les supera. Todo lo que no tenga tufillo político es válido. Llegó el momento de plantearse si quienes deben de introducir ideas clave para fomentar el debate político tienen la talla para ello. Por eso necesitamos a los intelectuales.
Frente a los ataques del sinsentido, de la violencia, de la estupidez, de la vanidad fatua sin contenido, contamos con la lucidez de grandes observadores como Wolfe, que nos espolean para que reaccionemos y no nos dejemos llevar en la corriente. Porque como decía el gran Oscar Wilde, “sé tú mismo, ser cualquier otra persona ya es un rol que está cogido”. Seamos verdaderamente originales.