Las rigurosas condiciones climáticas y orográficas de esta comunidad autónoma parecen impregnar de un halo especial, mágico y carnavalesco, a sus tradicionales ceremonias folclóricas. La celebración gastronómica no es excepción y, si bien es comúnmente aceptado que esas tradiciones, más que ancestrales, son recreaciones mitológicas recuperadas de tiempos remotos, lo cierto es que los productos más representativos de su despensa, como pueden ser sus quesos, el orujo o el cocido, se nos antojan expresiones de un recetario ciertamente histórico y eminentemente rural. Su alhacena regional, tanto la marina como la terrestre, parece determinarse por el carácter autárquico de costumbres que, en su manifestación festiva y culinaria, adquiere rango de Interés Turístico Regional.
En Castro Urdiales y otras villas costeras, a finales de noviembre, durante las fiestas de San Andrés, patrón de los marineros, se desarrollan jornadas gastronómicas con protagonismo absoluto del besugo y los caracoles, que son preparados al modo típico y marinero, “a la pebre”. También, en el tránsito del otoño al invierno, es reseñable la celebración folclórico-gastronómica del magosto –común, por otra parte, a muchos otros pueblos de la cornisa cantábrica y del tercio septentrional castellano– que tiene por protagonista a la castaña y en la que lo natural y lo humano se unen en simbólicas hogueras, a través de las castañas, el fuego, la carne de cerdo y el vino, de manera parecida a como parece ser hacían ya pobladores celtas muchos siglos atrás.
En cierta manera nos estamos introduciendo en el siguiente argumento lúdico; una receta tan contundente por su valor calórico como por su alcance sensorial, el cocido. Bien sea llamado montañés, como en Ucieda, o lebaniego, este manjar es motivo de suntuosas jornadas gastronómicas entre los más prestigiosos restaurantes, también entre los más humildes mesones, todos ellos respetables y representativos escenarios de la honesta restauración pública de esta pequeña comunidad uniprovincial. Así es en la propia Liébana, terruño asimismo de quesucos y otras delicias, así sea en Vargas, donde se oficia la Fiesta de la Perola, impresionante cocido multitudinario declarado de Interés Turístico Regional, o en las localidades de Mataporquera y de Reinosa, donde tiene lugar un concurso de la Olla Ferroviaria. De fuegos y cocciones, con el mismo rango institucional y turístico de interés, también se disfruta en septiembre el Sorropotún, a base de patatas con bonito, en la Fiesta del Mozucu en San Vicente de la Barquera.
Toda manifestación gastronómica en Cantabria parece tener como germen primigenio la caza de bisontes de los prehistóricos pobladores de Altamira, aunque se da por entendido y extendido que lo habitual son las romerías, como “espacio” al aire libre donde compartir diversión y gastronomía, desde sencillas rosquillas dulces a completas comidas campestres con convecinos y paisanos. No obstante, hay que destacar por su carácter cosmopolita a la Feria Internacional de Queso Artesano, celebrada a mediados de agosto en el municipio de Pesquera, con participación de maestros queseros y artesanos de Cantabria (Denominaciones de Origen Protegidas “Queso de Cantabria”, “Quesucos de Liébana” y “Picón-Bejes-Tresviso”), del resto de España y de Francia; además de la organización de talleres infantiles, demostraciones a cargo de destacados restauradores y sesiones didácticas como la de “Maridaje del queso y el vino”.
Multitud de mercados agropecuarios salpican la agenda semanal de los pueblos y ciudades de Cantabria, con representación destacada en Santander (La Esperanza o Plaza de Méjico), sin olvidar el Día de Campoo en Reinosa ni el Mercado de los Santos, en noviembre, en Potes. Por cierto, pretexto magistral para referirnos en esta misma villa, capital de la comarca de Liébana, a la Fiesta del Orujo, también proclamada de Interés Turístico Regional. Así, a falta terminar de consolidar los emergentes vinos en la región, desde 1991 todos los segundos fines de semana de noviembre tiene lugar una espectacular degustación de este destilado de producción monacal y secular desde la Alta Edad Media, junto a manzanas autóctonas; marco de expresión igualmente de los habituales mercados populares y galas folclóricas, con la proclamación de “orujeros mayores”, el tradicional encendido de las alquitaras y el galardón de la "Alquitara de Oro" al mejor orujo del año.