La negritud como herencia de los procesos ideológicos instalados durante la colonización en África y América se convirtió en un estigma, es decir, según el sociólogo Erving Goffman: “un atributo que vuelve al sujeto diferente de los demás (dentro de la categoría de personas a las que él tiene acceso) y lo convierte en alguien menos apetecible –en casos extremos, en una persona casi enteramente malvada, peligrosa o débil-. De este modo, dejamos de verlo como una personal total y corriente para reducirlo a un ser inficionado y menospreciado. Un atributo de esa naturaleza es un estigma, en especial cuando él produce en los demás, a modo de efecto, un descrédito amplio; a veces recibe también el nombre de defecto, falla o desventaja”.
Pero han sido y continúan siendo las mujeres negras quienes se enfrentan con mayor fuerza a la discriminación racial, al articularse con la discriminación por razones de género; en una sociedad donde la mujer ha sido considerada un objeto, por lo cual se encuentra sujeta a las expectativas de belleza que le han sido impuestas.
No obstante, esta expectativa de belleza es europea. Desde esta perspectiva lo negro, lo afro, lo diferente, no es considerado bello, lo cual se hace manifiesto mediante la exclusión o limitada presencia de diversidad racial, étnica y fenotípica en la industria de la belleza, la moda y la publicidad. En las pocas oportunidades en que la diversidad étnica es presentada, será fundamentalmente a partir de representaciones estereotípicas que evocan el primitivismo y el fracaso social, es decir, se presentan como desviaciones que deben ser modificadas e intervenidas.
Los rasgos negroides africanos y afrodescendientes son considerados poco atractivos, desagradables, incluso para algunos, repulsivos, con lo cual se ha constituido y naturalizado en el imaginario colectivo el racismo estético. Facciones como la nariz gruesa, los labios anchos, los rostros redondeados, son considerados como signo de atraso étnico y social. Pero es principalmente sobre el cabello afro donde recaen de manera enfática las criticas pues, con frecuencia, le es atribuido en el menor de los casos el carácter de “exótico”, pero la más de las veces, señalado como sucio, mal aspecto, inadecuado, callejero, vulgar, poco profesional, creando las condiciones para el rechazo y la descalificación.
Es en este contexto y bajo estos argumentos que la directiva blanca de un colegio en Pretoria, Sudáfrica, ha impuesto en sus códigos de conducta la prohibición del cabello natural de las niñas y adolescentes negras, así como cualquier otro peinado y accesorio de origen africano, cuya transgresión se convertía en objeto de expulsión. Ante ello Zulaikha Patel, de 13 años, y otras estudiantes del centro educativo se han pronunciado contra las que han denominado políticas racistas del pelo, realizando manifestaciones a las afueras del referido colegio y creando la tendencia mundial #StopRacismAtPretoriaGirlsHigh en las redes sociales, con la cual se denuncian las prácticas de aspectismo racista de la cual son víctimas las mujeres negras no solo en África, sino también en América.
Este hecho es solo una muestra de cómo la estética afro ha sido desestimada, criticada y excluida al no coincidir con los cánones eurocéntricos de belleza establecidos. Además, en este proceso los medios de comunicación cumplen un papel fundamental, pues reproducen y bombardean constantemente a las mujeres negras con imágenes de mujeres blancas y su imposición como canon de belleza único y valido; contribuyendo de este modo a mermar su autoestima, creando complejos e inseguridades.
Los medios de comunicación promueven el pensamiento endorracista y la necesidad de modificación estética dado que las mujeres negras visibilizadas, reconocidas y valoradas social y mediáticamente son aquellas que se han apegado a los patrones eurocéntricos, que han renunciado a su identidad y herencia africana mediante modificaciones corporales y otros artilugios que facilitan la tecnología y la industria cosmética.
El hecho de que el derecho de las mujeres negras a llevar el cabello natural como símbolo de identidad y autorreconocimiento sigue siendo considerado un desafío, una transgresión, un acto de rebeldía, y se ha convertido en una lucha de todos los días en los diferentes espacios de socialización; aunado al hecho de que gran proporción de las mujeres negras sienten vergüenza o se niegan a llevar el cabello natural para poder ser aceptadas, pero también por temor a ser víctimas de bullying y discriminación, es solo un ejemplo de que el racismo en nuestras sociedades contemporáneas no ha desaparecido, por el contrario, se ha fortalecido y transformado.