Hace algunos meses pude leer en un diario español lo siguiente: "David Cameron y sus escribidores tienen muy claro para qué sirven los clásicos, por qué un ciudadano británico necesita y tiene que leer a Shakespeare". Toda una manifestación de motivos que reivindican la importancia indiscutible de los clásicos en la vida de toda persona. Del mismo modo deberíamos nosotros ensalzar a nuestro Cervantes.
Aun a riesgo de caer en el pecado de la defensa de lo nacional, he de afirmar que Cervantes es único. Con él se inicia lo que hoy consideramos la novela moderna. Y él como nadie es capaz de borrar las fronteras entre vida y literatura.
A través de la lectura nos acercamos a otros mundos posibles, avivan en nosotros emociones y sentimientos que nos llevan a conocernos mejor y a convertirnos en mejores personas. El Quijote nos permite así tener una amplia visión de lo que era la sociedad española de los Siglos de Oro y, sin embargo, encontramos en él la actualidad de una obra contemporánea. En sus páginas, Cervantes es capaz de dibujar al ser humano en todas sus facetas, con sus torpezas, sus heroicidades, sus contradicciones, en la búsqueda de su propio sentido, en los oscuros secretos de su alma. Es un tratado repleto de vitalidad y aprendizaje, que tan sólo un siglo después fueron capaces de ver y apreciar autores de la talla de Fielding y Sterne.
El ingenioso hidalgo don Quijote de La Mancha es el loco que quiere hacer de la vida el mundo justo que ha leído en sus libros, que se ve obligado a salir a los caminos para socorrer a las doncellas y a todo aquel que necesitara de su ayuda. Don Quijote "ve y organiza el mundo no como es, sino como debiera ser", que diría León Felipe. La suya es la increíble aventura, llena de fantasía y diversión, que nos transporta a lo más profundo del ser humano, al núcleo de sus anhelos y de sus miedos, que plantea interrogantes y despierta nuestro sentido crítico como sólo son capaces de hacer las obras maestras.
Don Quijote se encuentra a medio camino entre la locura y la realidad. Él mismo escoge su destino como caballero andante y crea su mundo (su nombre, sus armas, su amada, sus encuentros), con sus propias reglas, aspirando a conseguir el respeto de los otros, y todo porque "desfacer agravios y enderezar entuertos es un disparate que vale la pena".
A lo largo de la historia se ha leído e interpretado de muy diversos modos, partiendo de Avellaneda (y el resto de sus coetáneos), que lo tomó como una mera parodia, y como tal lo imitó. Desconocemos quién es en realidad este personaje, se cree que pudiera tratarse de un amigo o partidario de Lope de Vega (por las alusiones que hace en su obra), alguien con la intención de desprestigiar y calumniar a Miguel de Cervantes. Martín de Riquer atribuye la identidad de Avellaneda a Ginés de Passamonte, el galeote al que Cervantes denomina como maese Pedro en su primera parte, pero esta sólo es una hipótesis.
En realidad, Avellaneda no pretende suplantar al autor del libro, sino utilizar sus personajes aprovechando la fama que ya tenían (en su versión encontramos a un loco desmesurado y a un zafio glotón, poniendo de su cosecha cierta tendencia a extenderse al principio y al final de cada capítulo con un largo discurso moral al estilo del Guzmán de Alfarache). Era muy habitual en la época realizar continuaciones o segundas partes de las obras con cierto éxito entre el público, como sucedió con el Lazarillo de Tormes (ni del original ni de ninguna de las versiones se conoce al autor), La Celestina, La Diana, La Arcadia, el Guzmán de Alfarache (Mateo Alemán, en su segunda parte, incluye al autor de la falsa y lo convierte en ladrón y sinvergüenza) o el Orlando furioso.
Cervantes posee numerosas influencias que dejó plasmadas en su obra. Patente queda la presencia de Aristóteles y su Poética, en donde se explican las formas narrativas y dramáticas de imitar la realidad, ya sea en forma de epopeya, tragedia, comedia o parodia. Está también su manera de concebir el mundo, Dios, el tiempo y el hombre, según las tradiciones grecorromana y judeocristiana, y con la influencia de Apuleyo y de Agustín de Hipona. Y está también el Lazarillo de Tormes, personaje que ya ahonda en la subjetividad en su deseo de explicar los hechos, para concluir con un aprendizaje.
Además, Cervantes muestra gran interés por los refranes. Su obra recoge una enorme cantidad de refranes de todos los temas y orígenes, incluso llega a teorizar sobre el uso y significados de muchos de ellos, que hoy en día aún siguen vigentes. Buena parte de ellos aparecen en boca de Sancho, queriendo retratar la manera común de expresarse de una clase social. No obstante, Cervantes reivindica su valor como transmisión de la erudición popular.
Entre los entresijos y curiosidades que podemos resaltar de la obra que nos acomete, topamos con una serie de errores narrativos que no hacen más que acrecentar el interés que el lector pueda sentir por la misma. En cierta ocasión, don Quijote afirma no saber latín, y más adelante traducirá un párrafo con soltura. Unos cabreros le arrancan de una pedrada cinco muelas de arriba y dos de abajo, y a continuación se dispone a cenar como si nada. En otra hace que los personajes cenen dos veces seguidas. Un estudiante se va con la pierna quebrada tras haber peleado con don Quijote y en la página siguiente interviene en una conversación como si no se hubiese movido del sitio. Sancho empieza el viaje en burro, de repente se da cuenta de que se lo han robado, y seguidamente vuelve a aparecer montado sobre este (para más tarde desaparecer de nuevo debido a que se percata del error e intenta enmendarlo en la segunda edición, aunque no con demasiado éxito).
La vida de don Quijote es la historia de un eterno lector, que difumina la realidad con la ficción y acaba convirtiéndose (en un maravilloso efecto metaliterario) en el protagonista del libro de sus propias aventuras. En la segunda parte el libro, don Quijote alude a la obra que ya circulaba de Avellaneda, refiriéndose a ella como una biografía ficticia sobre su vida, queriendo convencer así a los lectores de la falsedad de una y la autenticidad de la otra (no será esta la única alusión a la obra apócrifa). Don Quijote quiere demostrar su identidad frente al impostor y, para evitar más imitaciones, finalmente Alonso Quijano muere, que no don Quijote.
En conclusión, es un canto a la libertad, la síntesis de sueño y realidad, de vida y literatura que hace de un ser corriente un genial hidalgo capaz de ver castillos donde hay ventas y gigantes donde solo hay molinos. Una obra grandiosa, divertida, de enorme calidad literaria y plagada de enseñanzas. Por todo esto y por mucho más, debemos leer a Cervantes y hacer de don Quijote parte de nuestra vida.
"Yo sé quién soy y sé que puedo ser".