La muchacha de Egtved, muerta hace unos 3.400 años y cuyo cadáver ha sido encontrado en Dinamarca -en la localidad que le da el nombre- y sus restos llevados al museo nacional como un símbolo representante de los vikingos, ha permitido a un grupo de estudiosos analizar los restos de isotopos de estroncio en las uñas, los dientes y cabellos para determinar el origen de la muchacha y los resultados fueron sorprendentes.
Los isotopos, que se acumulan en el cuerpo y los atuendo de la muchacha, demuestran que ella no era originaria del lugar donde fue enterrada con todas sus pertenecías. Además, el análisis de sus cabellos, centímetro a centímetro, ha permitido establecer que ella, antes de morir, había recorrido grandes distancias y que su lugar de proveniencia más probable es la selva negra, ubicada en lo que hoy conocemos como Alemania.
Es decir, unos 800 kilómetros al sur del lugar de su tumba. La muchacha había hecho el camino de ida y vuelta algunas veces y esto lo demuestran las diferencias en los isotopos en diferentes partes del cabello, que al momento de la muerte tenía 26 centímetros de largo. El cabello crece con una media aproximada de un centímetro al mes y cada centímetro cuenta su historia y lleva huellas de los lugares visitados. Su dieta comprendía escasas proteínas de origen animal y la lana de sus vestidos y los colores usados para adornarlos tampoco eran de la zona donde encontró su precoz muerte. Por decenios, la muchacha de Egtved fue considerada como el prototipo de la mujer local y este mito ha sido erradicado.
Su tumba demuestra que no era una esclava, sino una persona “respetada” por la comunidad. Y estos datos nos llevan a conclusiones interesantes: la primera es sobre la enorme movilidad de las personas durante la edad de bronce y la segunda, la cantidad de kilómetros recorridos, ya que los cabellos demostrarían que ella se movía cientos de kilómetros al mes. La concentración de isotopos de estroncio permite establecer algunos de los lugares probables que ella visitó, pero este marcador no es definitivo en estos casos, ya que no indica el lugar con precisión, sino que permite excluir algunos y hacer probables otros.
Otro hallazgo que confirma estas conclusiones sobre la movilidad en esos tiempos es el hombre de los Alpes, encontrado muerto bajo la nieve unos decenios atrás. Según los datos obtenidos, analizando el isotopo del carbono 14, este murió atravesando los Alpes hace uno 5.000 años y no unos pocos años antes, como se pensaba originalmente. Pero la sorpresa mayor fue que su ADN, por otro lado, nos cuenta que probablemente era irlandés, ya que algunos de los marcadores en el ADN mitocondrial indican con plausibilidad esa proveniencia.
Las migraciones, los desplazamientos, el cambiar lugar, ha sido y es parte de la historia de la humanidad. Los seres humanos hemos siempre emigrado, recorrido enormes distancias y estos movimientos y cambios han favorecido nuestro desarrollo como especie, aumentando considerablemente nuestra capacidad de adaptación, que, a la vez, estimulaba una mayor propensión a la migración.
Los estados nacionales, las fronteras, los pasaportes, las barreras son un fenómeno reciente, como también el sentimiento nacional. Si en estos momentos pudiéramos analizar el ADN de cualquiera persona viva en cualquier parte del mundo, las conclusiones serían siempre las mismas, una historia de interminable de migración y amalgamación, que nos forzaría a redefinir el concepto de pueblo como una categoría sobrepuesta al origen de las personas. Y si nos preguntásemos ¿de dónde viene la humanidad, cuál es su cuna? la respuesta sería simple y confirmada por cientos de datos: África, donde todos tenemos un origen común.
El misterio de la muchacha de Egtved nos cuenta esta historia casi infinita de migraciones y cambiamientos, que en pocas palabras es la esencia misma de la humanidad con toda su belleza y todas su vicisitudes, como la vivimos también hoy como una tragedia para muchos y, en algunos pocos casos, como un logro o una liberación.