“El arte no es un espejo para reflejar la realidad, sino un martillo para darle forma”, aclamaba el célebre dramaturgo alemán que murió un 14 de agosto de hace 60 años. Bertolt Brecht ha pasado a la historia por ser el padre del teatro épico, un género en sí mismo cuya función era la de despertar al espectador y hacerle reflexionar.
Brecht fue, sin duda, hijo de un periodo conflictivo. Vio como Alemania pasaba de ser un imperio a una república democrática, para convertirse posteriormente en un sistema totalitarista y, finalmente, en una república comunista. Además, tuvo que vivir sorteando los desastres de las dos guerras mundiales y sufrió un largo exilió, por numerosos países, debido al régimen nacionalsocialista que oprimía a su país.
El distanciamiento de Brecht
No es por tanto inverosímil que su teatro se impregnara de tintes políticos. El alemán opinaba que la función principal del teatro era la de esclarecer los mecanismos de la sociedad, y fue por ello que ideó el teatro épico.
Para conseguir un espectador crítico, el dramaturgo introdujo en sus obras el concepto del distanciamiento, que impedía que germinase la empatía por los personajes. El público podía desarrollar así un pensamiento crítico acerca de lo que veía, siempre y cuando no olvidase que se encontraba en un teatro.
Para conseguir este efecto, el teatro épico se fundamentó en episodios, es decir, situaciones que se ven interrumpidas para que el espectador reflexione entre escena y escena. Este género se vio formado además por personajes, carteles y canciones que explicaban la escena, lo cual ayudaba a acentuar el distanciamiento que permite al público tomar una posición con respecto a lo que ve.
Teatro político
Brecht es uno de los referentes del teatro didáctico-político y de la escena alemana de la primera mitad del siglo XX. Pero no se entendería su obra sin el influjo de su compatriota Piscator, autor del libro Teatro político (1930), quien opinaba que el arte siempre se posiciona políticamente. El objetivo del teatro radicaba entonces en que el espectador percibiese ese conflicto político que hasta entonces se había naturalizado.
Señala Ronald Gray que “antes de que Brecht comenzase su carrera como dramaturgo, a finales de la primera guerra mundial, había una larga y duradera tradición de teatro político en Alemania, una tradición de la que, por cierto, ningún otro país puede hacer gala. Sin embargo, todo aquel teatro fue efímero”.
Los textos de Brecht, a día de hoy, siguen siendo recurrentes en las programaciones de los teatros. Es más, el dramaturgo ha sido el autor más representado en lengua alemana después de Schiller, aunque el propio Brecht advirtiese que “todo esto no es más que puro teatro, simples tablas y luna de cartón. Pero los mataderos que se encuentran detrás, esos sí que son reales”.