Terminas los días, te sientas y analizas, piensas y te das cuenta de que mucho de lo que haces lo haces porque no lo piensas.
Nuestras vidas, con los años, serían dignas de los más fascinantes relatos, de una novela o incluso de esas películas de las que nunca sabes qué final tendrán. Una novela como la vida misma, esas vidas que imaginamos y que sólo algunos tenemos el privilegio de vivir.
Es cuando paramos, aquí, en este instante; frenamos y decidimos no dejarnos llevar por el ansia de escribir y de contar.
Contar y escribir.
Si la vida nos permite tiempo, busquemos esos instantes para escribir y dejar lo vivido a quien nos importe. Sólo quien lee el pasado está preparado para afrontar el futuro.
Me gustaría que mi hijo, mis sobrinos, aprendan de la experiencia de los errores y también del placer de los aciertos. Que conozcan mucho de lo que no se sabe y mucho más de lo que se conoce incorrectamente.
Las vidas no son de los que las cuentan, son de cada uno y sólo uno puede contar su historia vivida.
La vida, si se vive, puede llegar a ser una aventura vertiginosa, asombrosa y substancialmente encantadora.
Hay momentos en los que una fuerza anónima y mentalmente desgarradora te frena. Es ahí donde nos medimos porque nos enfrentamos a ese ser que aparenta ser superior, pero que solo es un reflejo: nosotros.
Superas todo o casi todo hasta que llegas a tu auténtico enemigo: tu yo.
Pensaba que a veces caminamos por la vida con esa sensación de que no dejamos de preocuparnos por los demás, intentando continuamente que todos los que nos rodean se sientan bien. Pero, en cambio, todos los que nos rodean sienten todo lo contrario: que nos dedicamos más a nosotros mismos que a ellos. Te hacen sentir una especie de culpabilidad egoísta.
Nuestros hijos, nuestra pareja, nuestros padres y hermanos, amigos; nuestro trabajo, el día a día de nuestra economía, todo son presiones que nos obligan a estar pendientes de todo a la vez.
Y entonces parece que nos falta la respiración. Llegamos a sentir un ahogo tan extraño como cercano.
Es ahí dónde creemos que todo puede romperse cuando realmente quienes estamos a punto de rompernos somos nosotros mismos.
Es el momento de respirar. Sentir nuestra respiración en el instante. Ser conscientes del momento y de que lo verdaderamente importante, para seguir construyendo, somos nosotros.
Busca tu momento, encuentra tu momento. No es egoísmo. Es vitalmente importante sentirnos para continuar.
Las personas son capaces de dibujar un circulo perfecto es sus vidas aunque, en muchas ocasiones, estén llenas de adversidades. En cambio otras, envueltos en comodidades y cubiertas sus necesidades, no llegan a encontrar la esencia de su vida.
¿Es tan difícil?
Realmente lo difícil es ser capaces de controlar nuestros pensamientos y emociones. Realmente lo difícil es despertar cada mañana agradeciendo tener otra oportunidad de nuevo para sonreír, para disfrutar del sol, para convertir en versos los momentos, para corregir un camino o pedir perdón, para conocer a alguien o dejarte llevar hasta la orilla de la noche por la ola de la vida.
¿Qué puede haber peor que desaprovechar la oportunidad de vivir?
A veces, un poema surge del momento más insospechado. La poesía es como la vida, te sorprende. Te sorprende caminando, te sorprende sentado en un parque, te sorprende mientras miras por la ventanilla del tren o apoyado en la barra de algún bar con la mente perdida en el infinito. Los versos te llegan cuando te llegan, simplemente tienes que estar dispuesto a recogerlos, a acariciarlos y dejarlos fluir hasta que se conviertan en ese poema que realmente quieres.
No es fácil encontrar el equilibrio vital. No es fácil, en todo ese ajetreo diario, en ese ir y venir con prisas, encontrar nuestros momentos, esos momentos de espera, de sentir verdaderamente la vida, de valorar que más allá de esos problemas que rodean a cada uno, lo verdaderamente importante está en nuestro interior, en esa sonrisa o esos ojos que miran la vida con la luz de la pureza.
Creo que en esto del equilibrio vital, lo fundamental es comenzar a ocuparnos de uno mismo, de nuestra salud física, emocional y espiritual. El hecho de estar bien con nosotros sin duda nos va a producir bienestar y eso se va a trasladar a los demás. No debemos de ignorarnos nunca. Jamás debemos pensar eso de que los únicos importantes son los demás, por encima de nosotros. Esto no es egoísmo, esto es el primer paso para estar bien con los que nos rodean, esos a los que nunca perdemos de vista y a veces nos consumen la mente.
Cuando estás saturado, presionado, envuelto en mil líos a veces absurdos, llega un momento en el que explotas y al hacerlo sueles pagarla con quién menos culpa tiene. Por eso es tan importante encontrar momentos de silencio, de reflexión con uno mismo. En esos momentos de calma tu mente también la encuentra, invitándote a bajar el tono y la presión, de tal manera que, tras unos minutos, te des cuenta que nada es tan importante que merezca enfadarse contigo o con los demás.
Vivir la vida en positivo, aunque incluso a veces sepamos de la dificultad, es la mejor vitamina que podemos tomarnos cada día. Algunos, muchos, viven en una constante negatividad, es una elección de cada uno. Si comenzamos a nublar nuestra mente, podemos caer por el precipicio de la negatividad. Si nuestra mente es negativa, hasta el mínimo problema puede ser un obstáculo que creamos imposible superar. En cambio, si ese pequeño obstáculo, u otro más grande, lo vemos con un pensamiento positivo, será el impulso necesario que nos haga saltar o ignorarlo.
Vivir en positivo requiere esfuerzo, no nos creamos que es fácil. Sin darte cuenta, en muchas ocasiones, te sales del carril positivo y vas caminando largo tiempo por el negativo. Ser capaces de darnos cuenta, atacar esos pensamientos con otros positivos, es la respuesta.
El desorden emocional nos nubla, los malos hábitos. El no marcarnos prioridades puede hacer que nuestras vidas vivan en un constante desequilibrio. Equilibrarnos es fundamental. Vivir los momentos y ser plenamente conscientes de ellos, disfrutando intensamente lo que nos de cada segundo de vida.
Deberíamos de marcar nuestras prioridades, tenerlas clarificadas, hacer una lista de nuestros objetivos más importantes, deshacernos de esos hábitos que nos evitan vivir la vida al máximo y encontrar ese equilibrio nuestro que nos haga sentir y vivir con espíritu positivo, energía y dispuestos a superar cualquier adversidad que se nos ponga por delante.
Se egoísta contigo.