El espacio ubicuo que proponemos lleva aparejada la existencia de un proyecto también político. Entendido como compromiso. Esta nueva concepción requiere ser fundamentada bajo un claro sesgo social. Debemos entender que esta revolución tiene la capacidad de transformar la sociedad, de un modo mucho más fuerte que el que una simple opción política produciría.
Si recordamos a H. Lefebvre, la producción del espacio es responsabilidad de cada uno de nosotros como sujeto, y de todos como cuerpo social que habitamos los espacios, privados y comunes. Dicha idea de producción de espacio social es clave en muchas de las actuaciones que se están produciendo por multitud de colectivos en la era informacional. La red nos comunica, nos entrelaza y nos da la posibilidad de redefinir nuestro espacio físico y virtual. Por muy virtual que se quiera hacer ver el mundo digital, en algún momento se materializa, baja a la realidad y genera un cambio real en nuestra manera de entender y producir el espacio, de manera asociativa, colectiva.
El Movimiento moderno homogeneizó, tasó y estandarizó al sujeto, pasando a formar parte de una estadística para conseguir ofrecerle una media ponderada, una especie de mínimo común múltiplo entre la economía, sus necesidades, el arte y la tecnología existentes. No se trata en este momento de dar “café para todos”, de ir al Corte Inglés a conseguir nuestros espacios, o de peregrinar a Ikea para llenarlo como los otros. El modelo hoy es el bazar frente al de la catedral, el de compartir e intercambiar y el de customizar o “tunear” nuestros espacios a nuestro gusto privado.
Debe de entenderse que es algo insostenible asignar por sorteo (una mal entendida democracia, igualdad de oportunidades…) una vivienda tipo a una familia. Es un modo erróneo de entender el derecho a la vivienda. Nada más lejos que el espíritu de la ley. La igualdad de oportunidades se transmuta en una reducción de la oferta y cosificación de la persona en sumisión al sistema económico productivo que le permite acceder a espacios absolutamente ajenos al que tiene derecho consustancial por pagar impuestos y votar democráticamente cuando se le permite.
Hoy necesitamos ya una vivienda particularizada y configurada por cada uno de sus habitantes. La idea de vivienda digna murió. Es un error asociar la idea de vivienda social a vivienda barata. Vivienda social debe ser la que responde a las características particulares de cada persona, independientemente de su status económico. Vivienda social es la que da a una sociedad plural una respuesta amplia, versátil, adaptable a las circunstancias cambiantes de cada ser humano.
Para conseguirlo sería necesario, sobre todo, modificar muchos aspectos desde dentro del sistema. El marco legal es obsoleto, sólido (ni siquiera aún líquido) y no está abierto a cambios en manera alguna. Si el espacio, el territorio, lo podemos usar de manera efímera, estableciéndonos puntualmente y moviéndonos con cierta libertad de un sitio a otro, como pregunta A.Trachana: “¿no se podrían reestudiar los conceptos de suelo urbano, urbanizable, por otros más flexibles, como los de suelo usable, ocupable, compartible…?”.
Tal como planteó X. Monteys, si la vivienda pudiera dividirse en módulos independientes físicamente, pero compactos jurídicamente, ¿no sería posible dar carta de libertad a la vivienda “difusa”, la vivienda que consta de partes ubicadas en diferentes puntos del edificio o la ciudad?
Como V. Guallart explica “La normativa de vivienda protegida hace una cosa muy canalla, te dice que en la vivienda sólo te subvencionan el espacio útil y no el espacio construido; por lo tanto, todo metro de pasillo es inoperante”, es decir, la normativa no apoya los espacios comunes en los edificios de vivienda, cosa a priori bastante paradójica. Si el espacio común, de circulación, fuera también “protegido”, seguramente sacaríamos bastante espacio de nuestras VPO para poder usarlos con nuestros vecinos.
¿Por qué no hacer viviendas con fecha de caducidad, consumibles, actualizables, y promoverlas desde las administraciones como un servicio más que un objeto de consumo, como actualmente ocurre?.¿Por qué no prever, también, por ejemplo, viviendas abiertas a usuarios de paso, para permitir el modo de habitación que el “buen okupa” planteado por Kim Ki Duk en su película Hierro 3?. Si lo pensamos, no andamos muy lejos de sistemas ya conocidos como la masonería, cooperativismo, autoconstrucción (Marinaleda)…
El espacio arquitectónico, hoy, como concepto, podemos decir que ha dejado de existir como categoría inmutable. Ahora depende directamente del espacio personal de cada individuo y de éstos en su interacción como colectivo social. Diciéndolo de manera sencilla, el espacio hoy es el de la persona con sus dispositivos digitales. El espacio hoy ya no es sólo arquitectura, se desarrolla en ella, pero ésta no lo crea. Es pluripersonal, informado, dialogado. Por lo tanto, la arquitectura es un contenedor neutro (mediado o no) dispuesto a ser “vivido”, “revivido”, por el uso que las personas hagan de él, con sus múltiples tecnologías a su disposición.
Viajamos, nos movemos, con nuestros espacios personales a cuestas y los implementamos en las arquitecturas, paralelamente a ellas. Estas se modifican gracias a ellos. La arquitectura ya no se va a definir a través de un espacio conceptual disciplinar, sino que va a ser creado mediante la implementación de las vidas de sus usuarios, que son la verdadera esencia del espacio. Gracias a las TIC, el espacio pasa al ámbito de las personas, y la arquitectura (siempre mediada), es hoy un vacío neutro, una naturaleza previa, a actualizar.
Se avanza así una idea posible: Las arquitecturas que construiremos a partir de ahora podrán ser actualizadas mediante aplicaciones informáticas tipo Programas Configuradores Multifunción (Multifunction Configuration Programs, MCP), que harán posible la interacción entre contenedor mediado, red de información ubicua y la vida particular de los usuarios reales que les darán sentido en cada momento, dotando de potencialidades proactivas a entornos afuncionales sin carácter previo.
Estamos ante una suerte de “humanismo digital” en el que personas y objetos, más sus “casas”, están informados y se relacionan proactivamente entre sí, añadiendo una dimensión adicional al ser humano, cuya relación con los objetos o las casas no es sólo funcional, simbólica o afectiva, sino también proactiva, productora de espacio. En definitiva, la arquitectura (disciplina, arquitectos, teorías…) ha dado un paso atrás, para que las personas redescubran en ella una nueva manera de vivir, de alcanzar un nuevo “espacio vivido” que hoy en día las nuevas tecnologías nos han proporcionado.