Los Juegos Olímpicos de Río de Janeiro estaban llamados a ser el revulsivo que la máxima competición deportiva necesitaba, tras las sosas ediciones anteriores –principalmente la de Londres 2012- que alejaron del público el espectáculo, las medallas y las marcas batidas.
Sería la primera ocasión de Latinoamérica en general y Brasil en particular para brillar con fuerza y demostrar que el continente puede afrontar grandes retos. Ni que decir tiene lo mucho que había en juego para el ‘gigante’ que había apostado todo en el Mundial y las Olimpiadas como el pack de presentación de los logros nacionales. El primero resultó un fracaso, incluso deportivo para la ‘canariha’.
Las dudas del evento futbolístico pronto se cebaron con la organización de los Juegos. El Comité Olímpico Internacional (COI) dio la oportunidad definitiva pero los sobrecostes, corrupción estatal, retraso en las obras y proyectos por no hablar de acabados… parecen condenar el evento. Brasil, una de las economías emergentes del globo, hace aguas en todos los frentes. El ‘ave fénix’ no levanta el vuelo.
Los medios llenaban los depósitos de tinta para cargar contra el Comité Olímpico Brasileño. Entonces, irrumpió en escena un huracán mediático llamado ‘informe McLaren’. Una investigación llevada a cabo por un equipo que ponía en evidencia el supuesto dopaje de Estado que Rusia llevaba a cabo con sus atletas y deportistas desde 2011. Sospechas había muchas, denuncias también y algunos ‘chivatazos’, por lo que las entidades deportivas pasaron a la acción. La Asociación Internacional de Federaciones de Atletismo (IAAF) hizo pinza con la Asociación Mundial Antidopaje (AMA) y decidieron suspender a todos los atletas rusos, en base a los resultados positivos en los análisis de las muestras descubiertas por McLaren.
Comenzó así la guerra deportiva contra Rusia a escasas semanas de inaugurar los Juegos. La reacción del Kremlin no se hizo esperar. El presidente Vladímir Putin es un fanático del deporte y concretamente de la cita olímpica. No se quedaría cruzado de brazos y puso toda la maquinaria en funcionamiento. Negociaciones, contranálisis y suspensiones para depurar la imagen maltrecha de sus atletas, de su Gobierno y por ende de todo el país.
El combinado ruso es uno de los que mayor presencia tiene en las Olimpiadas, como bien se muestra en los tediosos desfiles de apertura. Su carácter intrínsecamente competitivo le valió el cuarto puesto en el medallero de Londres, liderando con claridad varias pruebas. Todo un alarde que se esfumó de la noche a la mañana. Las autoridades sólo permitían la participación de 117 deportistas en Río de los 387 seleccionados inicialmente. Los atletas se quedan fuera de las competiciones sin opción a réplica, pues el Tribunal de Arbitraje Deportivo (TAS por sus siglas en inglés) es firme en las sentencias. Quién puede olvidar las lágrimas de Yelena Isinbayeva, toda una leyenda en pértiga.
Las presiones de Moscú iban ganando fieles a la causa rusa y empezaban a desmoronarse los cimientos del caso del dopaje. El COI, temeroso de la ira de Putin –un fiel aliado-, hizo como en su día Pilatos y entregó la víctima a las Federaciones Internacionales que debieran decidir el futuro de la selección con un escaso mes de margen. Esto generó el fuerte rechazo de varias organizaciones y marcó la brecha entre el Comité y la AMA.
Las tensiones se alimentaban por las declaraciones de sus dirigentes. El propio presidente de la entidad olímpica, Thomas Bach, cargaba duramente contra la todopoderosa Asociación, asegurando que tras los Juegos era necesario cambiar radicalmente el sistema de control antidopaje por ser defectuoso y haber generado el escándalo. Palabras que impactaron en la línea de flotación del frente ‘antiruso’.
El COI en su huida hacia delante, decidió tomar el toro por los cuernos y anunció que la decisión sería exclusivamente suya. Para ello nombró tres expertos que analizarían, una a una, todas las muestras y perfiles de los deportistas rusos. Un trabajo a contrarreloj que debería tener una lista definitiva antes de que la Llama Olímpica entrara en el mítico Maracaná. Es decir, el 5 de agosto. El deporte y la política juntos de nuevo aguantaban la respiración hasta conocer el fallo de la comisión. La suerte estaba echada.
Para muchos no hubo sorpresas, al final unos 270 integrantes rusos de podrían participar en el mayor espectáculo deportivo del mundo. En total, 34 disciplinas en las que demostrar aquello de “más rápido, más alto, más fuerte”.
El contagio del dopaje se extendió a las Paralimpiadas y allí el Comité en cuestión resultó implacable. Todo el equipo ruso se quedaba fuera, no había margen para la duda. Muchos ven en esta circunstancia intereses políticos en una competición deportiva.
Los Juegos de Río serán de los pocos torneos que antes de que el símbolo prendiera en el pebetero ya contaba con vencedores y vencidos. Rusia y la atleta Julia Stepanova podrían ser un buen ejemplo.