La historia de Turquía es inherente a los golpes de Estado. Desde su creación en 1923, tras la desaparición del Imperio Otomano, el poder del Ejército y su voluntad de inmiscuirse en las derivas políticas han provocado que el país haya sufrido 4 levantamientos militares, que han provocado que el país sufra, después de cada uno de ellos, un retraso general en el avance democrático.
Por regla general, estos alzamientos se producían por mano de generales o líderes militares que, ante lo que ellos consideraban una deriva islamista o alejada de la filosofía secular impuesta por el padre del moderno Estado turco, Mustafa Kemal Atatürk, decidían intervenir para “reconducir” al país hacia esos ideales de un Estado moderno en el que, desde su inicio, las mujeres podían votar, los poderes del Estado estaban separados y la legalidad se asimilaba a los estándares europeos.
Sin embargo, desde la llegada al poder en 2002 del Partido de la Justicia y el Desarrollo (AKP) y su líder, Recep Tayyip Erdogan, el control de muchos aparatos del Estado, incluyendo el Ejército, ha pasado a manos del Ejecutivo, por lo que no muchos sospechaban que un golpe de Estado podría repetirse, como sí sucedió la noche del pasado 15 de julio.
Los tanques salen de nuevo a la calle
En este caso, el golpe de Estado comenzó hacia las 22.30 horas del 15 de julio, cuando un grupo de soldados bloqueó el puente del Bósforo, en Estambul, y veinte minutos más tarde se confirmó un intercambio de disparos en la capital, Ankara. En un principio, dados los recientes acontecimientos terroristas en el último año en todo el mundo, no se sospechó de un golpe de Estado, aunque sí que fue confirmado más tarde, hacia las 11 de la noche por el primer ministro, Binali Yıldırım, en una aparición en el canal de televisión privado NTV.
Los siguientes acontecimientos incluyeron un mensaje de los líderes golpistas que reclamaban haber controlado el país con el fin de proteger el orden democrático, el secueestro de un jefe de las Fuerzas Armadas de Turquía, la entrada de los golpistas en las oficinas del AKP y el control de la emisora de televisión estatal, TRT, ordenando al presentador de las noticias anunciar que oficialmente el Ejército estaba en posesión de Turquía como represalia por la erosión secular del Estado llevada a cabo por Erdogan.
Sin embargo, a partir de este momento empezó a demostrarse el carácter amateur de este golpe de Estado, dejando diversos frentes sin cerrar, que causaron finalmente su fracaso. En primer lugar, a pesar de que sabían la localización del presidente Erdogan, llegaron tarde al lugar, y solo lo bombardearon una vez el presidente estaba a salvo, el cual pudo enviar un mensaje a la población vía Facetime al canal turco de la CNN, aprovechando que los golpistas no había cortado las telecomunicaciones, ni habían considerado la posibilidad de que los otros 15 canales privados seguirían retransmitiendo y podían hacer llegar a la población el mensaje del presidente de que debían salir a la calle a pelear contra los golpistas y defender la democracia.
Esta salida a la calle de los partidarios del régimen, unida a la lealtad de la policía, consiguió frenar el golpe y arrestar a los soldados golpistas en lugares clave como la plaza Taksim de Estambul, incluyéndose escenas compartidas en las redes sociales en las que se podía ver soldados que parecían no saber qué ordenes seguir y que eran fácilmente reducidos por la población local.
Finalmente, a las 4 de la madrugada, Erdogan se dirigió a la nación asegurando que se encontraban al mando de la situación. Este fue el golpe de gracia para el levantamiento, que puso fin a su insurrección a las 6.40 de la mañana, cuando los soldados que habían tomado control del puente del Bósforo, iniciando el golpe de Estado, depusieron sus armas. A las 08.30, el jefe de las Fuerzas Armadas fue liberado, dando así por perdido el pulso los golpistas.
Autoría del golpe, Gülenismo y Erdoganismo
Una vez acabada la tensión propia del golpe de Estado, tocaba hacer balance de la situación y dar explicaciones del mismo. El resultado en cuanto a muertes había sido bastante elevado pese a la condición amateur que se comentaba de los golpistas, que aún así dejaron 265 muertos.
En cuanto a la autoría del golpe, mientras duró el levantamiento, la premisa era que nuevamente había sido una facción del Ejército seguidora acérrima de la filosofía secular de Mustafa Kemal Atatürk, que nuevamente quería tomar las riendas del Estado ante la deriva islamista de Erdogan. No obstante, la purga que lleva haciendo el presidente turco en el Ejército de afines al kemalismo daba a entender que no era este el caso, confirmado además por el propio Erdogan, que apuntaba a simpatizantes dentro de las Fuerzas Armadas de otro movimiento al que muchos acusan de dictar los designios del país en los último años: el gülenismo.
El gülenismo es lo que se ha dado a conocer en Turquía como un movimiento de simpatía al que fuera mano derecha de Erdogan en el gobierno, Fethullah Gülen, pero que desde hace unos años vive exiliado en Estados Unidos, y al que el presidente acusa de haber montado una estructura estatal paralela dentro del país para controlar Turquía y tomar el poder en un momento dado.
Es cierto que la figura de Gülen es importante en Turquía, y que cuenta con simpatizantes dentro del Ejército, la policía, la judicatura y los medios de comunicación. Pero, en los últimos años, el modo paranoico y totalitario de Erdogan había empujado al presidente a comenzar una purga a estos individuos para frenar la posibilidad de un golpe como el que se produjo el 15 de julio.
Por tanto, la premisa con la que trabaja el gobierno de Erdogan es la de que, viéndose acorralados ante la purga que se rumoreaba que iba a producirse dentro de las Fuerzas Armadas en próximos meses, los leales a Gülen decidieron hacer un último intento a la desesperada por derrocar al presidente. Sin embargo, como apunta el profesor Dani Rodrik en un artículo reciente, el tradicional modus operandi del movimiento Gülen no encaja con el de un golpe de Estado sangriento, sino más con movimientos y maquinaciones en la sombra.
El propio Gülen, que vive en un complejo en Pensilvania (EE.UU.) bajo el nombre de 'Centro de Rezo y Retiro la Generación Dorada', ha negado su posible implicación en el golpe, asegurando que encaja más el que haya sido un levantamiento fabricado por el propio Erdogan para ahondar la enemistad de la sociedad civil turca contra el Gülenismo, y darle vía libre para continuar su purga y hacerse aún más con el control de toda la estructura estatal, cosa que ya está pasando en los días posteriores al golpe.
No se trata aquí de exculpar a un movimiento que muchos presentan como más amable y moderno que el erdoganismo, ya que su líder ha pronunciado discursos antisemitas y antioccidentales, y además, su movimiento fue el principal motor que llevó a cabo dos casos de manipulación y autoritarismo muy graves mientras se mantuvo cercano al Ejecutivo: Ergenekon y Sledgehammer. En ambos casos, el gobierno de Erdogan fabricó pruebas que años más tarde se demostraron falsas, para inculpar y expulsar a miembros del Ejército, la prensa, la judicatura y la sociedad civil, a los que se les acusaba de ser kemalistas que estaban montando un golpe de Estado.
Estas maquinaciones, que tenían el sello del gülenismo, pero que contaban con el apoyo del presidente Erdogan, fueron sólo uno de los pasos ejercidos por el presidente para ir eliminando las malas raíces en diferentes estamentos de la sociedad y, con la excusa de estar protegiendo la sociedad frente a un levantamiento militar, colocar a sus afines en los puestos más importantes de la estructura estatal.
Sin embargo, no controló la posibilidad de que Gülen, a su vez, también estuviera introduciendo a personas afines dentro de estos organismos. Mientras eran socios de gobierno y tenían como objetivo destruir al kemalismo no parecía importante, pero después de los casos Ergenekon y Sledgehammer, el movimiento gülenista dejó de ser útil para Erdogan, lo que creó una tensión entre los gülenistas y los erdoganistas que, tras las violentas represiones de las protestas de Gezi Park en 2013 y las investigaciones por corrupción llevadas a cabo el mismo año, acabaron por dinamitar la situación de concomitancia, obligando a Gülen a exiliarse, pero manteniendo a sus contactos dentro de los principales puestos de la sociedad turca.
Repercusiones a nivel global
En definitiva, e independientemente de la autoría del golpe, las represalias por el golpe de Estado están siendo terribles, y amenazan con llevar a Turquía hacia una deriva que muchos de los que salieron a la calle el 15 de julio a defender al Estado no imaginaban ni deseaban.
Además de la consiguiente purga en el poder judicial, las Fuerzas Armadas, los medios de comunicación y el sector político de todos aquellos sobre los que haya la más mínima sombra de duda, Erdogan anunció recientemente un Estado de emergencia para los próximos tres meses, la suspensión de la Convención Europea de Derechos Humanos, y una posible reintroducción de la pena de muerte.
Esta situación no ha gustado en Occidente, que sabe que necesita a Turquía en múltiples aspectos, pero que empieza a estar harta del totalitarismo de Erdogan. En primer lugar, la Unión Europea se encuentra entre la espada y la pared. Saben que necesitan a Turquía para frenar la llegada de refugiados, pero prometieron a cambio a Erdogan el paso libre de ciudadanos turcos en el espacio Schengen si éste a su vez introducía reformas que, tras el golpe de Estado, pueden postergarse ad eternum. Negarle a Turquía la parte del acuerdo que le pertoca y esperar que un Erdogan que se siente fuerte y respaldado se amilane y aun así continúe su tarea de frenar la inmigración, parece a día de hoy ciencia ficción.
Respecto a Estados Unidos, Turquía ahora demandará aún más incesantemente la extradición de Gülen, acusado de alta traición, y de no hacerlo, EE.UU. se enfrentará a uno de sus mayores aliados en Oriente Medio en la lucha contra el Daesh, y dentro de la OTAN en su contención hacia Rusia.
En cuanto a la seguridad regional, el autoritarismo creciente de Erdogan amenaza, una vez termine la purga gülenista, con centrar su atención hacia la minoría kurda separatista, que ahora mismo es uno de los principales bastiones de Occidente en la lucha sobre el terreno contra Daesh, y que si ven amenazada su existencia, pueden tornar el que hasta ahora ha sido un conflicto dormido con eventuales repuntes, en una guerra civil que desestabilice aún más la región y la posibilidad del Estado turco de controlar sus fronteras, con la importancia de las mismas para el resto de Europa.
En conclusión, todo el mundo espera pacientemente lo que pueda suceder en los próximos meses, y Erdogan sabe que el foco de atención está sobre su cabeza. Si su ego sigue jugando un rol como el que hasta ahora ha exhibido, las posibilidades de dar lugar a una crisis internacional suben números en las casas de apuestas.