Se inicia un nuevo mes y, como siempre, tengo que seguir mi ritual secreto, el de comprar el nuevo número de la revista Poesía. Una publicación mensual, que aparece al inicio de cada mes, con la excepción de agosto, que en Italia es el mes de las vacaciones por excelencia y en ese mes maldito, todo está cerrado, como si se pudieran apagar las irresistibles ganas de leer la revista.
Me divierte el hecho de ir a comprarla, porque no puedo evitar pensar en los temas que serán tratados y en los poetas que serán mencionados con la curiosidad casi perversa de descubrir algo nuevo y de leer el artículo principal, que siempre lo he considerado vital e impostergable, a la vez, como un beso aún no dado.
Pero lo que más me divierte es que, sabiendo de antemano que la revista se vende poco y solamente se encuentra en un número limitadísimo de kioscos y revisterias -una de ellas es la del hospital, donde la hacen llegar cada mes, en sólo dos ejemplares y yo compro, casi siempre, uno de ellos-, antes de llegar hasta allá, me detengo varias veces en otros kioscos, en un juego conmigo mismo para preguntar si llevan la revista y, cada vez que me detengo, tengo que explicar con detalles lo que estoy buscando para escuchar a menudo la misma respuesta: “desgraciadamente nuestros clientes no leen poesías”.
Hoy me detuve en un lugar donde paso con una cierta frecuencia y el señor que atiende, ya de edad avanzada y que siempre está afuera del local fumando y hablando con sus amigos y pasantes, entra de carrera para servirme. Después de saludarme y esperar mi encargo, le pido los periódicos y le pregunto, como si no fuese parte de un plan premeditado, si tiene la revista y este me responde, casi riendo: aquí nadie lee poesías, sólo revistas de otros tipos, que es mejor no nombrar.
Nos saludamos con una sonrisa y lo dejo, pensando que nuevamente tendré que llegar hasta el hospital y aquí inicia la segunda parte del juego: saber si encontraré uno o dos ejemplares y quién es la otra persona que compra el segundo ejemplar. Quiero descubrirlo, pero no puedo esperar allí por días, 10 horas al día, hasta que aparezca la otra persona, que conjeturo sea siempre la misma y me la imagino como una persona adulta y con anteojos, que compra otras publicaciones junto a Poesía hablando con voz pausada y quizás tosiendo.
Alguno podría decirme que, siendo un hospital, es probable que la tengan para un cliente causal y no identificable. Esto, realmente, no puedo excluirlo. El hospital, en cuestión, es el segundo más importante de la ciudad y por allí pasan, cada día, miles de personas y trabajan otras miles, entre médicos, enfermeras, personal administrativo y técnico. También pasan estudiantes, médicos en período de práctica y otras figuras profesionales y entre ellos, me imagino, el lector asiduo y por el momento, ignoto.
La revista se vende tan poco que nadie recuerda el precio y esto me hace pensar en un mercado de pocos habituales, que recorrerían kilómetros para encontrarla, como hago yo. Por otro lado, me niego a hacer una suscripción a la revista, porque me llegaría con algunos días de atraso y perdería completamente el placer del juego. Y así sigo, cada mes, esperando y persiguiendo esta publicación, que me entretiene por horas y no sólo cuando la leo.
Hoy ya la tengo entre mis manos y pienso con pena en el hecho de que pasarán dos meses interminables para que aparezca el próximo número y que, en este tiempo, tendré que encontrar otros juegos y entretenimientos. En la portado del número 317, del mes de julio, aparece una foto de la poetisa sueca Eva Ström, que conozco muy bien, ya que leía sus textos con esa intimidad reflexiva de los escandinavos y el artículo principal está dedicado a ella.
A Eva Ström (Poetisa sueca nacida el 1947)
Háblame en voz baja
de lo que nunca has hablado.
Hazme tocar tu dolor desesperado.
Que llegue el alba y nuevamente la noche
y nos encuentre juntos y también separados.
Juntos en el verso y en el canto.
juntos en la vida y en la muerte,
juntos en la palabra y el sentimiento
y en el dolor que hiere, juntos
y por el mismo dolor, alejados.
La ola para ser ola se funde con la playa
y vuelve al mar vestida de blanco.
Para tocarte otra vez la costilla
por donde el día muere sangrando.