Nacido en Buenos Aires hace casi 80 años, Jorge Mario Bergoglio, el Papa Francisco, está modernizando la Iglesia a pasos agigantados desde que fuera designado sumo Pontífice en marzo de 2013. Algo más de tres años a la cabeza de la institución eclesiástica han sido suficientes para hacer de él un hombre de Historia, un personaje que copará los libros de los estudiantes como ejemplo de pacificación, respeto y avance.
La Iglesia católica ha sido, a lo largo de la Historia, una institución controvertida y polémica que ha ido perdiendo, progresivamente, cierta parte de su poder mediático y moral. Su apoyo a algunos regímenes dictatoriales, su discurso tradicional y en ocasiones retrógrado, su interpretación literal de determinados pasajes bíblicos y su implicación en diferentes escándalos la han hecho alejarse de las masas populares más progresistas. Y el Papa Francisco, con su discurso pacifista y cercano a todos los tipos de dolores humanos y causas sociales, parece estar acercando a este organismo milenario a sus orígenes, a sus bases y a gran parte de la sociedad.
Es probable que ese punto de acercamiento se fundamente en la coherencia que Bergoblio está demostrando a la hora de hablar y actuar. Durante siglos, por ejemplo, la Iglesia ha basado su discurso en el apoyo al desvalido y respeto hacia los desfavorecidos, aunque la cúpula eclesiástica no ha sido capaz de apoderarse de su propia palabra para predicar con el ejemplo. Sin embargo, una de las primeras medidas del Papa Francisco fue la renuncia del Palacio Apostólico como residencia, el cambio de los lujosos vestidos pontificios de oro y terciopelo por una sencilla sotana blanca y la sustitución del Mercedes-Benz que hacía las veces de Papa Móvil por un Renault. Por otro lado, una de las luchas más vehementes que está llevando a cabo Francisco es la transparencia del “Banco de Dios”, en ocasiones relacionado con escándalos y lavado de dinero, que tras su llegada al sumo pontificado vio cómo sus cuentas se hicieron públicas por primera vez en la Historia. Además, la descentralización del poder vaticano y su reducción de costes, junto a la implantación de algunos elementos democráticos que otorgan mayores dosis de autoridad a la asamblea de los obispos -representando todos los continentes-, han servido para modernizar la Institución y amoldarla a nuestros tiempos.
La sombra más oscura que ha asomado detrás de la Iglesia Católica en los últimos tiempos ha sido, probablemente, la pedofilia y los casos de abusos sexuales de sacerdotes; insidiosos acontecimientos ante los cuales el resto de pontífices han solido mirar hacia otro lado. Sin embargo, el papa Francisco ha decidido actuar con determinación cambiando el Código Penal del Vaticano para perseguir los delitos de pederastia, prostitución y pornografía infantil, lo que le ha servido para limpiar en buen grado una de las partes más tenebrosas de la Iglesia.
Otro de los puntos de cambio importante en los que el papa Francisco ha decidido actuar es la inclusión de los homosexuales en su discurso, parte de la sociedad más atacada desde la Curia. La máxima del respeto se ha hecho eco en las palabras del argentino, lo que ha sido visto con muy buenos ojos especialmente desde fuera de la Iglesia y desde las bases, aun suponiendo su enfrentamiento con los altos dirigentes episcopales. Asimismo, la leve inclusión de la mujer en el papel de la Iglesia -aunque de momento alejada de cualquier línea dirigente- y el énfasis en la comprensión del aborto -aun desde un punto de vista provida- han conseguido una mayor aceptación de sus homilías, muchas veces vistas con admiración y respeto.
El Papa Francisco está consiguiendo hacer suya, a través de la coherencia, la palabra de Jesús, y está mundializando un discurso que, desde la óptica católica, no deja de ser un llamado pacifista que aboga por la unión de los pueblos, la convivencia y la persecución del bien en los actos. Esa ausencia de beligerancia es, quizás, la que convierte al Papa en un hombre admirado y respetado más allá de las fronteras vaticanas y de las creencias católicas, y la que hace que, aun siendo el máximo exponente de una institución religiosa, sea admirado y considerado por mucha más gente que la comunidad católica.