Una vez presentadas algunas ideas en artículos anteriores acerca de la nueva manera de producir y experimentar el espacio en la actualidad, me gustaría presentar un nuevo concepto de espacio arquitectónico que nace como reflejo de la experiencia real de la habitación humana en la era digital, y al que voy a denominar como Espacio Ubicuo.
El concepto de Espacio Ubicuo nace fruto de la realidad de una arquitectura tendente más a la sensación, a la experiencia, a la función resultante de la vivencia individual del espacio que al propio objeto tecnológico construido. Asemejando espacios a sensaciones y lugares. Una arquitectura actualizable, ligada a la era digital, abierta a cambios y deseos de los usuarios, y que evoluciona en el espacio-tiempo con ellos, con las potencialidades que las TIC ofrecen.
El Movimiento Moderno nos legó algunos conceptos importantes como eran el espacio universal y la planta libre. Dos ideas hoy superadas por un modo distinto de entender el hecho arquitectónico en nuestra era de la información, más cercano a una visión de una sociedad de valores menos “sólidos”. (Z.Bauman, 2006). La planta/fachada libre como solución de la ecuación espacio-estructura-forma, fue una respuesta válida, que ha ido siendo sustituida hoy por otras visiones, más acordes a nuestra era digital. La idea de espacio líquido, fluido, el espacio de los flujos asociado a la evanescencia de un mundo virtual que empezaba a definirse, abrió el camino, dejando atrás el periodo existencialista y una posmodernidad aún ligados a conceptos disciplinares en cuanto a construcción de la realidad.
Pero las claves de la arquitectura hoy están en la red. Los lugares de un espacio se definen por las relaciones establecidas en y desde ellos por sus moradores y terminales personales. El lugar, camino, área, región y nodo existenciales se referían al ser puramente humano. Hoy ése sujeto se ha “ampliado” y necesita otras referencias, en las que la tecnología aplicada entra a formar parte.
Nuestra sociedad en red, nuestros grupos, son ahora la suma de los inputs de todas las partes, no bajo un espacio genérico a priori, sino como suma de múltiples de menor escala, difusos, complejas, pero que necesitan conectarse. Aparece así este nuevo lugar caracterizado como red de espacios en código abierto, que incluso se pueden materializar físicamente, donde las leyes de funcionamiento las marcan los usuarios, mediante el diálogo, definiendo sus interdependencias.
Una de sus características fundamentales es la de que no es un espacio que se construya físicamente o, al menos, no es necesario materializarlo en el sentido clásico, mediante el proceso de proyectación y posterior ejecución material. Es así en la medida en que se aplica sobre algo ya existente, y que no tiene que materializarse a través de mecanismos clásicos de nuestra disciplina como son estilo, forma, función, estructura, cerramiento, particiones, etc. Por ello es ubicuo en la medida de que puede estar en cualquier otro, definirse sobre cualquier otro existente, liberado de una definición formal-estética determinada, lo cual es ya irrelevante para su concepción.
La escala de su construcción reside en lo invisible. Como M. Weiser propuso, las tecnologías de la computación ubicua desaparecen a nuestros ojos. Hoy en día, es posible gracias a la nanotecnología. En lo más pequeño, en lo invisible, reside lo virtual y lo material de la nueva arquitectura, de la nueva manera de sentir el espacio. Los espacios se configuran tanto mediante sensores, dispositivos y terminales que están ya implementados tanto en los soportes arquitectónicos de un espacio como en los terminales o dispositivos, incluso la ropa, que viajan con cada uno de nosotros.
Incluso ya no es necesario implantar tecnologías de manera física en el soporte arquitectónico. La ubicuidad existe previamente, la llevamos con nosotros y la información reside en la nube. Aplicados sobre ellos, la realidad de un edificio puede mutar, reconfigurarse, dependiendo de la implementación, mediante las propias acciones, deseos y necesidades de los usuarios. Por tanto, una de las virtudes de este espacio es que permite integrarse en cualquier otro, o también, al contrario, permite recrear cualquier otro por sí mismo. Asume una nueva manera de globalidad, más allá de la universalidad moderna. Así puede ser un espacio que asume las características climáticas de cada lugar y simbiotizarse con ellas – como corta y pega ambiental -. Incluso reproducir técnicamente cualquier ambiente o lugar, en sí mismo.
Un espacio, por tanto, en el que cualquier punto es o puede ser todos. En él estamos conectados mediante una serie de tecnologías mediante las cuales pasamos a formar parte de una red en la que somos terminales de información, en un espacio compartido por múltiples y complejas individualidades. Asumiendo la complejidad y el necesario diálogo entre sus actores, mediante las tecnologías que lo hacen posible. Un espacio, también, finalmente, con un fuerte componente afectivo, en su acepción más humana, ya que es también la imagen mental que cada persona se hace de su espacio habitacional y de las relaciones establecidas en y desde él.