Vuelvo de EE.UU con un desazón en el corazón. He visitado algunos de los mejores ejemplos de arquitectura del siglo XX y alguno de éste, pero entre tanto gozo personal y estético, me queda el sabor agridulce de haber visitado un par de edificios tremendamente desasosegantes de uno de los llamados maestros de la arquitectura actuales. Me refiero a Sir Norman. Si, al gran Foster. A todo un premio Pritzker, noble entre los nobles de este noble arte.
Recuerdo, tras mi paso por Chicago, una frase del gran Michael Jordan:
«Jugué a tope cada partido de mi vida hasta vaciarme. Siempre pensé que habría alguien que me veía jugar por primera vez y quería asegurarme de que supieran que todo lo que habían oído hablar de Michael Jordan era verdad».
Y por eso mi crítica resulta más acerada. Porque de N. Foster espero la excelencia en todas sus obras, algo que creo no he podido comprobar en algunos trabajos suyos.
Empecemos por mi recorrido transatlántico. NYC. Me acerco al Seagram. Park Avenue. Mies en todo su esplendor. Una –siempre corta- visita al icono neoyorquino recarga siempre las pilas y renueva la confianza en una profesión que dignifica el espacio urbano, mejora la ciudad en la que vivimos y propone nuevas maneras de hacer arquitectura, acordes a su tiempo y lugar. La mañana empieza bien, ya que detrás, el arquitecto británico está erigiendo un nuevo hito que sumar al cambiante skyline de la gran manzana.
Y de pronto, cuál es mi sorpresa, me encuentro una pieza, a mi juicio, innecesariamente facetada, donde detalle, material y composición transitan por caminos diferentes, que se estira de manera deliberadamente esbelta. En la misma manzana que el maestro de la modernidad, un nuevo prisma osa levantarse por encima de sus hombros. La comparación resulta imposible. Me digo que debe ser un error, «esto no lo ha hecho Él»... Junto a Mies no se puede fallar, debes poner todo tu saber para no emitir una nota discordante.
Siguiente día. Viajo a Chicago (más concretamente a Racine), a experimentar –para mí- el espacio más influyente del siglo XX. La Johnson Wax, de Frank Lloyd Wright. Y, de nuevo, Sir Norman, ha realizado un pabellón de acceso al complejo, frente al genio americano. Cuando llego, no me lo puedo creer. Una especie de ovni, una elipse de vidrio y sombrero de ala ancha en el que se abre un innecesario lucernario, ha aterrizado junto al genio americano.
Una pieza muy dudosa, espacial, formal y materialmente hablando, junto a una pieza maestra, intimista y contenida que alberga una declaración de principios arquitectónicos en grado sumo, un obra de arte total, (luz, estructura, espacio, ambiente, función, material, mobiliario…). Y frente a ella, Foster exhibe un edificio inexplicable por la inconsistencia de su forma, el tratamiento de la luz o la propia materialidad, un hormigón que imita listones de madera. Al menos, me digo, se retira en la parcela, y en las fotos que hago al magnífico edificio wrightiano, puede dejarse fuera del encuadre.
Y claro, tras estas dos obras, no puedo dejar de recordar aquel proyecto suyo frente a la Maison Carré, en Nimes, esa voluminosa Mediateca de cristal que se enfrenta al monumento clásico, de manera, como poco, arrogante. Siempre he pensado que en aquel concurso, la propuesta más inteligente y acertada fue la que propuso Jean Nouvel, quien planteó un edificio enterrado, coronado por una lámina de vidrio que reflejaba, con sumo respeto, la construcción romana sin enfrentarse a él, ocultándose, silencioso.
De todo ello nace el título de este artículo. Ya que desde hace un tiempo está muy de moda aquella famosa pregunta –hecha ya libro, video, frase viral…- que le hizo Buckmister Fuller al protagonista de esta historia: ¿Cuánto pesa su edificio, Mr. Norman?, yo le querría hacer llegar desde aquí una duda similar: ¿Cuánto pesa la Historia, Sir Norman? A mi juicio, demasiado. En estos ejemplos visitados, no ha sido capaz de soportar su carga. La estructura de su discurso ha fallado. Ha faltado habilidad para dialogar con ella. Ni a la reciente, ni a la pasada. Allí donde le he visto posicionarse ante una pieza arquitectónica de valor, lamentablemente, el resultado es muy desacertado.
Y todo lo comentado lo hago, como he dicho, con un gran dolor de corazón – arquitectónico- y desde el evidente respeto que me merece gran parte de su magnífica obra. Ya sea su perfección técnica, de sus investigaciones estructurales… porque creo que una estrella de la arquitectura actual no puede permitirse el lujo de responder de ese modo tan falto de sensibilidad ante las maravillosas oportunidades que se le han ofrecido, y a las que debería haber ofrecido siempre el mayor mimo, precisión y maestría.