Atendiendo a las fechas en las que nos encontramos y a la libertad de «cátedra» que me ofrece WSI en este artículo mensual, voy a aprovechar para lanzar al aire unas reflexiones bastante más livianas y abiertas de las que habitualmente suelo verter en estas líneas, que no todo van a ser sesudas disquisiciones conceptuales. Aunque bueno, el lector dirá…
Y es que el minimalismo, en arquitectura, está profundamente reñido con una parte muy concreta del lenguaje. El grupo que forman las palabras compuestas. Palabras compuestas, como en aquella neolengua orwelliana, que dan nombre a algunos materiales con los que hacemos los edificios.
Concretando. Una buena obra minimalista sufre, no acepta, se destroza cuando entran o aparecen en su composición los pasa-manos, roda-pies, tapa-juntas y otros elementos que el lector puede añadir, asumidos por la cultura popular que ocultan errores o evitan encuentros entre materiales.
A quién no le han puesto ese horroroso minirodapié en el encuentro entre la encimera de cocina y la pared chapada no importa de qué material. Dicen los que lo hacen que es para protegerla de la suciedad. Mentira. Lo único que se crea es una junta más, para que la grasa repose plácidamente en la parte superior, por si en la junta natural no hubiera suficiente espacio para ella.
Y qué decir del clásico rodapié. La eterna pregunta: ¿Lo ponemos o no lo ponemos?. El castizo mocho español, ondeando su melena al viento, es un peligro para la virginidad de nuestras paredes blancas (en el mejor de los casos, ya que estamos en plan minimalista asceta). Si, ¿quién las protegerá del agua? Pues un bonito rodapié. Ay, Souto de Moura que no los pones… quién ha visto y quién ve los chorretones que a buen seguro tienen tus casas.
Pero una buena pared abstracta, aquella que toda ella es de un tono único para diferenciarla conceptualmente del plano horizontal del suelo o techo, no puede llevar dibujada una línea de otro tono a nivel del suelo. Ese reborde (mira, otra palabra compuesta…) que viola la pureza del plano miesiano, reptando unos centímetros en vertical sobre él. Sólo pensarlo da grima.
Vayamos ahora con los tapajuntas. ¿Por qué hay que tapar las juntas?. ¿Horror vacui?, ¿Miedo a no saber entregar un material sobre otro? Incapacidad… ¿Dónde está el límite entre lo anterior y el «saber hacer»?. Pues eso, que los tapajuntas crean juntas, más juntas… son un oxímoron.
Y terminemos con los pasamanos. Digámoslo claro: Una escalera minimal que se precie no lleva pasamanos. Sería un pecado mortal. Te has de poder caer libremente al vacío, sin miedo a él, porque no te has podido agarrar a nada. Por supuesto. Como demostración de la selección natural. El cliente que no se mata en una escalera de diseño nuestra ha pasado la prueba. Puede decir a los cuatro vientos que es hipermoderno. Como nosotros, a veces…
De aquí no saldrá una tesis doctoral, pero a mí me ha dado que pensar…