Todo comenzó con unos apuntes de las emociones que sentí entre el ir y venir de los overoles, no sé qué tiene el azul de la tarde y el no menos confuso de la mañana. Cuando esta autora estaba en la Catedral Ortodoxa Griega de San Nicolás de Myra, no conocida por muchos, en un extremo del Jardín Madre Teresa de Calcuta: que pertenece a lo que otrora fueran espacios del Convento de San Francisco de Asís en La Habana Vieja. Porque había sido guiada hasta allí por la misma pasión que la hizo tomar un curso en línea del Dr. Gregory Nagy en la Universidad de Harvard: The Ancient Greek Heroes in 24 Hours, y fueron esos antiguos héroes griegos, la mitología y cultura clásicas las que me atrajeron a esa iglesia un domingo de marzo del 2019. Meses más tarde yo estaba en aquella catedral cuando se alistaba la tumba del historiador de La Habana: Dr. Eusebio Leal Spengler.
Hace cuarenta años la ciudad de La Habana fue declarada Patrimonio de la Humanidad. Incluida con su conjunto de fortificaciones dentro de los primeros sitios considerados por su excepcional belleza e interés patrimonial, desde Palmira hasta la India; desde el corazón de la culturas incaicas, hasta las cuevas cantábricas. Un número creciente de sitios se encuentra en las listas que todos los años codician numerosos países.
¿Cómo llegué hace dos años hasta uno de los conventos, hoy convertido en museo después de casi doscientos años de peripecias? Como sitio laico, empecé una historia personal de devoción hacia la cultura nuestra, la de la nación en que nací, crecida por la visión de un historiador, que hacía coincidir muchos de sus programas entre las sinuosas calles de la ciudad colonial. Una vez, rodeada de los altos muros y las puertas vecinales, así como los pregones que en otro tiempo compartieron la vida marinera. El bullicio de mercaderes y vendedores de ocasión, y la misa en una plaza, profana y religiosa. En la que es de esperar ver pasar la sombra de algún fraile apurado por bendecir un nacimiento o en ir educar a algún pupilo, ¡quién sabe! O por asistir a la madre embarazada cuyo marido embarcó para la conquista de la Florida.
Este es también el sitio de reunión de la intelectualidad del siglo XIX, escenario de reformas del orden educacional para las enseñanzas inferiores por José de la Luz y Caballero y el Obispo Espada, con la égida de la pasión y el racionalismo neoclásicos, ambos cómplices en la tarea de evangelizar hasta con las ciencias. De un mundo nuevo que cayó en el olvido a partir de la entrega del convento a manos gubernamentales en la colonia, quedan rastros todavía en las fuentes del Arzobispado de La Habana, donde mis nuevos amigos guardan los archivos celosamente del paso inexorable del tiempo y el clima que los acecha. La antigua ciudad se siente en ellos.
Puede ser que parezca que la autora de estas páginas está escribiendo un microrrelato, una de esas subcategorías en las que se han complacido en clasificar los relatos; puesto que los macro relatos nacionales y preferentemente de las naciones del centro, son los preferidos hasta el momento del siglo pasado en el que desde el centro se comenzó a contar la periferia; aunque de modo diferente a las historias que hacen los autores y autoras latinoamericanos desde posiciones académicas en América.
Recuerdo ahora a Nelly Richard y su reclamo de una revisión de los conceptos en boga. De lo que trato aquí es de la historia desde un convento, lejano al centro del cambio religioso de San Francisco, el povereto de Asís: hito religioso y cultural italiano, con lo que significó su expansión tan rápida en Italia y otras naciones europeas. Siglos después, su llegada, entre los primeras órdenes, a nuestro continente. Ya se cuenta en México la obra de sus misioneros, y sus templos al aire libre «las capillas abiertas», para atraer a los legítimos habitantes de esas tierras, y la determinación con la que cambian en La Habana, el barrio apartado con simbólico nombre de Campeche: la ubicación hacia el centro, en las márgenes de la bahía. Otras historias similares comento en el libro Un lugar para un soñador.
Pero, el decursar del tiempo no solo deparó reparaciones y ritos religiosos, o procesiones y enterramientos, sino el paso de pobres y de augustos personajes, después de su secularización en el siglo XIX, cuando la ley de Mendizábal, interrumpió su uso continuado como templo y convento, llegó la decadencia y la transformación, que termina con la restauración del siglo pasado, ya muy entrado en años, el siglo y el sitio, para devolverle algo más que su prístina belleza, algo tosca y escondida, puesto que lo que lo ha convertido en barroco cubano, en reputado por su ejemplaridad como lo que tipifica el conjunto engañosamente engastado en ese calificativo, se haya oculto a la mirada, y solo se ofrece desde la irregular plaza una visión muy franciscana de la humildad arquitectónica; ahora, desde el siglo veinte, con la piedra desnuda. El hito de la restauración habanera, es también el momento de la maduración del proyecto restaurador con el surgimiento de la Escuela Taller dentro de su recinto.
Múltiples visitantes en los años recientes: Santa Teresa de Calcuta, el Patriarca Ecuménico Bartolomé, artistas e intelectuales, otros visitantes ilustres y los sencillos habitantes y los turistas, comparten la visión de un sitio transformado por los siglos y los usos que cambió con las restauraciones y con la historia del Jardín Madre Teresa de Calcuta. Alrededor de esta visita hay un epígrafe del libro. Para aclarar los puntos imprecisos del pasado reciente, que condujeron a reconstruir los pasos de la escritora católica, por la ciudad, hasta encontrar algunas sorpresas, un cambio de itinerarios, y otras pistas, junto a la de la construcción de una capilla que devino sede catedralicia y es por donde comienza esta historia contada al revés, con la ilusión de un orden histórico, con la ilusión de una narración lógica y en secuencia, cuando el comienzo fue el momento que hemos callado: en el que no esperé estar y estuve.