Aunque quizás su nombre pueda resultar desconocido para alguno, lo que de ninguna manera puede escapar del imaginario de nadie es su legado: los cuentos infantiles, historias magníficas llenas de inocencia e ingenuidad con las que todos, sin excepción, hemos crecido.
Charles Perrault (París, 1628-1703) nace en el seno de una familia acomodada (su padre es abogado y trabaja en el Parlamento) que le permite tener una buena infancia y acceder a las mejores escuelas, en donde muy temprano descubre su habilidad para el estudio de las lenguas muertas.
Aunque profesionalmente desarrolló una carrera como alto funcionario y político de la corte de París, paralelamente a dicha ocupación mantuvo una intensa actividad literaria.
En sus inicios, escribe obras como Los muros de Troya (1661) o el poema El siglo de Luis el Grande, odas, discursos, poemas que ensalzan la figura del rey y los príncipes y que le proporcionan una simpatía que le coloca en un ventajoso lugar.
Entre 1688 y 1696 publicó cuatro volúmenes de Paralelo, ambicioso ensayo con el que pretendía cotejar las literaturas antiguas y modernas, y que está considerado como una de las obras precursoras de la literatura comparada.
Dejando a un lado el tipo de escritos formales que le caracterizaba, en la década de 1690 redacta una colección de cuentos en prosa, recopilados de la tradición oral o escrita (folclore popular francés, leyendas medievales, caballerescas o cortesanas, textos del Renacimiento italiano). Los retoca y adapta al gusto de la época, sin perder el aire característico de la tradición oral y empleando recursos estilísticos como los arcaísmos, el presente histórico, el diálogo, las repeticiones. Toma así los cuentos de la tradición oral, que se narraban en las largas veladas de invierno al calor del hogar y que nada tenían que ver con la literatura infantil, y los transforma en cuentos destinados a los niños, inaugurando de esta manera un nuevo género.
Inspirado por Boccaccio, redacta en primer lugar Griselides y, a continuación, Los deseos ridículos y Piel de asno. En 1695 reúne cinco de estos cuentos (La bella durmiente del bosque, Caperucita roja, Barba azul, El gato con botas y Las hadas) en un volumen lujosamente caligrafiado que regala a la nieta de Luis XIV con el título de Historias o cuentos del tiempo pasado (también conocido como Cuentos de mamá ganso, por la ilustración de la cubierta). Dos años más tarde, en 1697, se realiza una impresión (sin el nombre del autor) en la que se incluyen Cenicienta, Riquete el del copete y Pulgarcito. El favor del público es tal desde el principio que llegan a hacerse tres reimpresiones en vida del autor, quien nunca llegó a reconocer claramente la autoría de la obra (según la mayoría de los especialistas, no hay duda alguna).
Los personajes que emplea son hadas, ogros, animales que hablan, brujas y príncipes encantados, entre otros, suavizando en muchos casos la crudeza de las versiones orales. Al final de cada relato, el autor incluye una enseñanza moral referente al contenido de cada historia; el mensaje que suelen llevar implícitos los cuentos es que el bien y la bondad acaban triunfando por encima de todo lo demás (a excepción de Caperucita roja, el único cuento en el que triunfa el mal, con lo que nos advierte de la importancia de actuar siempre con prudencia). Por lo general, los finales son felices. Con frecuencia, recurre para sus relatos a paisajes que le son conocidos, como el Castillo de Ussé, en el que inspira el cuento de La bella durmiente.
Los últimos años de su vida los dedica a la creación de obras como las Fábulas de Faerno (1696), adaptación de una colección de fábulas latinas del Renacimiento italiano, y sobre todo de las inconclusas y póstumas Memorias de mi vida, en las que se retrata a sí mismo y a sus hermanos como máximos promotores del esplendor cultural de su época.
Como sucede en otros tantos casos, pese a que sus cuentos supusieron la parte de su obra que menos apreció, gracias a estos es debida su fama. Así lo acreditan las innumerables reimpresiones y adaptaciones, además de la influencia que estos han supuesto, hasta el punto de regresar a la tradición oral para confundirse con el original.
Un claro ejemplo se observa en el caso de Caperucita roja: los especialistas afirman que la mayor parte de las versiones procedentes de la tradición europea dependen en gran medida del texto de Perrault, incluso la versión de los hermanos Grimm, aparecida entre 1812 y 1815 en Cuentos de la infancia y del hogar, deriva claramente de la versión del primero, como ha destacado el gran especialista francés Paul Delarue: "El cuento de los hermanos Grimm desciende del de Perrault, como revela una comparación atenta y explican ciertos hechos: presenta los mismos detalles, las mismas añadiduras literarias más complacientemente desarrolladas, las mismas lagunas. Los hermanos Grimm obtuvieron su versión de una informante de ascendencia francesa que mezclaba en su memoria las tradiciones francesa y alemana; y ella y su hermana les proporcionaron, para la primera edición, otros tres cuentos de Perrault y uno de Madame d'Aulnoy que fueron suprimidos en las ediciones posteriores. Si Caperucita roja fue mantenida en las siguientes ediciones, ello se debió sin duda a su diferente desenlace, que pudo hacerles creer que era una versión independiente; pero el nuevo desenlace no es más que una contaminación de la forma alemana del cuento de La cabra y los cabritillos".
Cuando nos acercamos a ellos con una lectura atenta y penetrante, descubrimos experiencias humanas profundas que constituyen la verdadera expresión de la lógica de la naturaleza del hombre, así como el gran poder formativo que ha estado acompañando a los niños desde hace siglos y que seguirá haciéndolo ajeno al paso del tiempo.