La espiritualidad es un concepto poco claro y que, siempre más, toma connotaciones laicas, es decir, independientes de las religiones, salvando una forma de religiosidad, que se manifiesta en la búsqueda de un sentido, de una razón, que integre muchas otras razones y que sirva como un fundamento moral sin que esto necesariamente se impregne de misticismo.
La espiritualidad se manifiesta en una reflexión constante sobre el sentido de la vida, sobre el porqué de las cosas y el universo en general. A menudo, observo en las personas una inquietud que concierne estos aspectos y esta, transformándose en interés y parte de su modo de ser y carácter, los hace más espirituales, más propensos a una búsqueda del sentido y de una moral válida para todos los seres vivientes, como si, más allá de vivir, el ser humano tuviera que dar una respuesta sobre el significado mismo de la vida, es decir, reconocer una dirección que determine su existencia y, en este sentido, la espiritualidad es un diálogo entre la persona misma y los otros, la naturaleza y el universo.
Muchas veces, la poesía no se entiende sin considerar esta dimensión, que algunos llaman cosmología o metafísica, entendiendo aspectos y conceptos que se sobreponen al mundo “empírico”. Siendo así, la poesía, la filosofía son parte de esta dimensión. La primera se vuelca hacia las sensaciones y sentimientos, la segunda se basa en un discurso lógico y articulado formalmente. Pero esta diferencia no hace la poesía menos espiritual que la filosofía, ni tampoco el contrario.
Ambas sirven como instrumentos en esta reflexión sin fin que es la vida, en este diálogo sin respuestas definitivas que es la búsqueda de un sentido, de una razón superior, que no sea necesariamente un dios, pero si una necesidad y moral. Uno no hace mal a los demás, porque ha entendido que hacer mal es autodestructivo y uno intenta hacer el bien, porque esto implica una vida mejor para todos, incluyéndose a si mismo. La espiritualidad es una explicación al altruismo, que lo proyecta hacia una imperiosa necesidad de ser humanamente humano, bueno y sencillo.
En la espiritualidad vive también una necesidad de empaparse de belleza, de naturaleza y de vida. Este es la parte estética de la búsqueda, que se manifiesta en su expresión más pura, la contemplación. En la necesidad de percibir y absorber el mundo, fundiéndose a él, en una relación donde el yo se diluye y crece, desbordándose a si mismo. La contemplación, es decir, la parte estética de la espiritualidad, es sin lugar a dudas el puente que engloba a la poesía y el arte en este mundo reflexivo, profundo y abierto, que concierne el posible sentido de la vida.
“Sepárate de ti mismo y deja atrás lo que tienes,
tu gente, tu cultura, tu lengua y ábrete al mundo
y sé uno con la lluvia, el viento y las mareas.
Camina día y noche. Sube la montaña para ver,
desde el alto hacia el bajo, la sombra que a tu paso dejas.
Sé por sobre todas las cosas, sé uno y sé todos
y siente lo que jamás has sentido y aprende de la dureza de las piedras.
Eres un peregrino en viaje, que no tiene meta, camino, ni huella.
Eres el sentimiento más allá de la carne, la carne que siente y el alma que vuela.
Todo cambia, nada termina y la fuerza está en la espera eterna.
Serás niño, joven y viejo y tu destino es volver a ser polvo y tierra”.