En los últimos años las ciencias sociales y humanísticas han ampliado sus campos de interés, orientándose -entre otros ámbitos desatendidos y desestimados- al análisis e intentos de comprensión de los fenómenos amorosos. Sin embargo, el amor, ese indescifrable sentimiento sobre el cual se han escrito poesía, prosa, novela, pintado las más hermosas pero también trágicas obras pictóricas, motivo de canciones, así como de diversas reflexiones y expresiones filosóficas, artísticas, y literarias, sigue siendo -como en el pasado- una fuente de incomprensión, inquietud y cuestionamiento; pues aún en la actualidad nadie sabe a ciencia cierta cómo, cuándo, donde, por qué y a quien amar.
En la introducción preparada por el novelista Carlos Pujol a la clásica obra Un amor de Swann, de Marcel Proust, este afirma que el personaje Swann no es más que una proyección del mismo Proust, el cual encarna las concepciones de amor del autor, el cual para este “no es un afán de plenitud, sino un síntoma de carencia, el fantasma que llena un hueco irremediable, y cuando este vacío se colma el amor deja de existir; la imposibilidad se convierte en el motor de los sentimientos amorosos («desear la posesión, siempre imposible, de otro ser»), si no se sufre no se ama, el amor feliz, ya no es amor”.
Pero partiendo de esta perspectiva proustiana, ¿es realmente siempre el amor un síntoma de carencia o puede por el contrario el amor ser un desbordar de la plenitud propia? ¿Qué pasa cuando ese vacío descrito por Proust no es colmado, cuándo ese amor no es satisfecho, cuando no se realiza? ¿Si ese hueco irremediable no es llenado, persiste entonces ese amor en quienes lo habitan, si el amor no se colma existe por siempre en los amantes carentes? ¿Es el amor realmente un vacío o es el vacío una consecuencia del amor y su irremediable condición de finitud?
Por su parte, en El ser y la nada, Jean Paul Sartre afirma que el amor es un acto de fuerza en el que pretendemos apropiarnos de la libertad del otro y un acto de resistencia en el que luchamos contra el dominio del otro. Es decir, para el existencialista el amor es una relación de poder, cuyo devenir es una inevitable y permanente confrontación, por lo cual el mantenimiento de esa relación de amor dependerá de que uno de los amantes se erija efectivamente como dominador y el otro sea dominado. ¿Pero es posible una comprensión del amor capaz de trascender esta tradicional noción de poder? ¿Puede el amor no ser deseo de poseer al otro, puede por el contrario ser el deseo de que ese otro se encuentre consigo mismo, que se posea a sí?
Ahora bien, ¿es posible la construcción real de un amor cuando los amantes se aproximan cargados de expectativas y proyectos previos e individuales? ¿Nos enamoramos de alguien o andamos en la búsqueda de alguien con quien realizar los proyectos de amor que nos tienen enamorados? ¿Radica en las expectativas y proyectos de amor previos al encuentro de los amantes la causa del conflicto amoroso? ¿Es posible construir un amor solo cuando los amantes van al encuentro del amor despojados de expectativas y proyectos previos, es decir, despojados de pre-juicios, de juicios previos sobre el ser y deber ser del amor?
¿Es el proyecto a futuro un inevitable declive, es decir, el punto de quiebre de una relación? ¿Contigo o sin ti? Desde la perspectiva tradicional, el amor se define como un acto concreto, requiere certezas, por lo cual dejar al azar las determinaciones de ese futuro en la mayoría de la población genera inquietud, ansiedad, dado que el amor occidental se afana por saber y convencerse que ese “otro” quiere, espera y necesita lo mismo que tú. Ante este escenario, ¿es posible llegar al amor vaciado de esas preconcepciones instaladas en nuestra psique como consecuencia de los procesos de socialización a través de la institución familiar, los medios de comunicación o la literatura, entre otros?
La posibilidad real de construir un amor desde la inexperiencia, desde la nada, solo desde el ser mismo, el ser amante, vaciado, desprejuiciado, desprovisto de preconcepciones, experiencias y expectativas, pasa necesariamente por la deconstrucción del amor, de la condición del amor, del nombre del amor. ¿Cuál es el nombre del amor? ¿Quién ha establecido los nombres del amor? ¿Quién ha puesto una etiqueta a los afectos? ¿Es el amor un continuum o por el contrario fragmentos de emociones que conforman los peldaños de una escalera amorosa por la cual debemos escalar?
El cuestionamiento sobre estos aspectos pone de manifiesto que el amor sigue estando condicionado y direccionado por los medios de comunicación, las revistas de variedades dirigidas principalmente a la mujer, pero sobretodo por las comedias románticas donde el amor se presenta en un escenario ideal en el que deben cumplirse una serie de pautas para saber si es o no amor. En estas, el “te amo” entre los protagonistas amantes aparece o debe ser dicho en un momento determinado. Según estás películas, no puedes amar a alguien si no has tenido algún tipo de intimidad física, si no se han enfrentado a algún tipo de conflicto o desavenencia, lo cual pueda hacer más dramático la pronunciación del "te amo" ante la realización de alguna acción extraordinaria que permita recuperar el amor perdido.
Desde esta perspectiva literaria, filosófica pero también mediática, el amor se presenta siempre como thánatos (instinto de muerte), es decir, que implica un inevitable pero además necesario sufrimiento, el amor concebido como amor solo si es doloroso. Sin embargo, ¿es posible concebir el amor como eros (instinto de vida), es decir, un amor negado al sufrimiento, en constante búsqueda del placer y la felicidad?
Al respecto no es posible enunciar respuestas absolutas, pues -a diferencia de otros ámbitos de análisis- al fenómeno amoroso solo podemos aproximarnos desde el cuestionamiento y la formulación de interrogantes, que permitan desnaturalizar las concepciones literarias, filosóficas y mediáticas tradicionalmente mantenidas a partir de las cuales podamos ser capaces de deconstruir las prácticas amorosas organizadas en torno a la carencia en términos proustianos, de las relaciones de poder desde una perspectiva sartreiana o desde el instinto de muerte y el eterno sufrimiento amoroso desde una mirada freudiana.