El campo de batalla ha cambiado. La guerra ya no solo se gana y pierde con tropas sobre el terreno. En los últimos años, cobran más importancia los despachos desde los que se coordinan operaciones y se dirigen drones hacia objetivos militares confiados en la seguridad de sus lejanos pueblos y refugios, a salvo de las grandes potencias internacionales. Sin embargo, son estas últimas las que permanecen protegidas. En el proceso, los daños colaterales, en realidad civiles, pueden perder sus vidas. ¿El fin justifica los medios? En torno a esa cuestión gira la última película del sudafricano Gavin Hood, Espías desde el cielo.
La coronel Katherine Powell (Helen Mirren), perteneciente a la inteligencia militar británica, lidera una operación antiterrorista con el objetivo de capturar en Nairobi a Susan Helen Danford, ciudadana del Reino Unido radicalizada y miembro de Al-Shabaab, la rama somalí de Al-Qaeda. Mientras su equipo supervisa el local de reunión de la organización, descubre la preparación de un atentado suicida inminente. Powell y sus compañeros deberán decidir si ejecutan a Danford, pese al riesgo que supone para los habitantes del poblado.
Con esta premisa, Hood ha confeccionado un thriller cerebral e inteligente en el que plantea cuestiones vigentes sin imponer respuestas. El espectador recibe la información y aún después de abandonar la sala prosigue con el análisis de los dilemas expuestos y las piezas mostradas, que no conducen necesariamente a la formación de una opinión fija y definitiva sobre los males de esta nueva guerra. Pero provocan numerosas y complejas reflexiones.
Gran parte del poder de la película radica en el magistral montaje, con un control perfecto del ritmo, que alterna entre los despachos de la coronel Powell, las estancias en que se reúnen los responsables políticos británicos, las oficinas de los militares estadounidenses encargados de dirigir el avión no tripulado y lanzar la bomba y una familia keniana cuya hija puede convertirse en víctima del ataque. Cada escenario introduce sus propios interrogantes sobre la ética y moral de la nueva forma de luchar. ¿Quién se encuentra al mando de la situación? ¿Están los políticos dispuestos a tomar decisiones y asumir consecuencias? ¿Qué papel pueden jugar los medios de comunicación en la lucha antiterrorista? ¿Queda espacio para la soberanía de los países en esta batalla? ¿Existen todavía hoy diferencias entre la visión europea y estadounidense del tablero internacional? Y, sobre todo, ¿importa la población civil?
El conjunto funciona como un perfecto reloj en el que las conversaciones y los silencios se alternan, mientras se producen saltos espaciales y la tensión aumenta o disminuye para dar paso a breves y ocasionales momentos de humor.
En esta máquina genial, el trabajo de los actores contribuye de manera determinante a su éxito. Helen Mirren confirma por enésima vez su valía en un rol que exige contención y la presencia inherente a una autoridad militar. La tarea no parece suponerle un reto y la intérprete británica transmite una determinación en la que, como goteras, se dejan ver dudas y temores. El fallecido Alan Rickman no se queda atrás como un teniente general encargado de seguir el desarrollo de la operación con políticos británicos y el trabajo sutil de Aaron Paul y Phoebe Fox en los papeles de dos jóvenes soldados estadounidenses encargados de dirigir el dron añade un peso dramático y carga emocional adecuados. Tampoco desmerece la labor de Barkhad Abdi como un agente somalí, muestra de que en esta guerra virtual es el eslabón más pobre quien sigue poniendo en riesgo su vida para garantizar el éxito de la operación.
Pese a cierto paternalismo y algún exceso sentimental en el tratamiento de las escenas africanas, Espías desde el cielo constituye una fantástica revisión del thriller bélico con retazos de ¿Teléfono rojo? Volamos hacia Moscú, pero más próxima a Doce hombres sin piedad. Ambos títulos son buena compañía para el trabajo de Gavin Hood.