Esta semana una buena amiga y mejor periodista me habló de un vídeo de Jorge Gil Zulueta que se puede encontrar en YouTube: Benjamin Zander sobre música y pasión. Sin duda alguna, los 20 minutos mejor invertidos navegando por la red.
Benjamin Zander, músico, director de la Filarmónica de Boston, intérprete de Mahler y Bethoveen, tiene un carisma especial para contagiar su pasión por la música, y lo hace con tal energía que traspasa a través de la pantalla del ordenador. Qué fortuna sería poder escucharlo en directo. Cualquier persona, aún con escasos conocimientos sobre la materia, puede descubrir el valor de la música. El amor por la música. La pasión por la música. Basta escuchar y abrir el corazón.
Es cierto que los valores se descubren por experiencia y que no se pueden “enseñar”, ni mucho menos imponerse… pero sí que puede “contagiarse” en el sentido de dar la posibilidad de que el otro lo descubra, de compartir la experiencia. Poner las circunstancias para que el otro experimente por sí mismo el valor y lo haga propio. Y es precisamente lo que ocurre con la música.
Te animo a ver el vídeo, a escucharlo, a reírte y a emocionarte. Este director utiliza la música para ayudar a las personas a abrir sus mentes y crear un ambiente de alegría, armónico, que saca lo mejor de cada uno. Se trata de mover a los demás con algo positivo, que enriquece a cualquier edad. Está convencido del poder transformador de la música clásica. Y yo también lo estoy.
Y para todos aquellos que afirman no sentir ninguna atracción por la música clásica, y seguramente en muchos casos sea cierto, esperad. Puedes ser de los afortunados o afortunadas que es porque no le han dado una oportunidad. Puede no gustar, pero hay que probar. Para profundizar mejor en el tema, la psicóloga y profesora Inmaculada Fernández-Quero nos aclara diferentes preguntas.
¿Se puede enseñar a amar la música?
Suena raro. La música no es un añadido que tenga que aprenderse. La música está y ha sido siempre parte de la vida, hasta en los más ocultos rincones. Pero cuando hablamos de la educación musical o de enseñar a amar la música es porque implícitamente estamos haciendo una diferenciación entre dos tipos de música. Una que niños y jóvenes oyen sin problema sin ser “educados” y otra que precisa de esa previa “educación”.
¿Qué características tiene la música que oyen espontáneamente?
Es una música con la que se identifican con facilidad, que les estimula de forma inmediata y les provoca sentimientos que reconocen. Es una música que está ligada a su subcultura y a ídolos o referentes. Es una música siempre cambiante, que les cansa pero es enseguida sustituida por otra y, una cosa importante, provoca su participación: se sienten parte de ella.
¿Y la “buena” música no les ofrece todo eso?
Es otra dimensión; la música que llamamos culta (ya el nombrecito echa para atrás a los jóvenes) es una realidad de otra dimensión. Es riqueza en la armonía, melodías llenas de belleza, equilibrio en el ritmo. Es una arquitectura magnífica a la cual se adapta el espíritu creativo. Y va evolucionando porque, cuando ese esquema arquitectónico ya no puede contener la creatividad de una generación, hay que modificar el molde.
¿Y por qué los jóvenes no la oyen, no disfrutan con ella?
Lo ven como algo extraño, ajeno, que pertenece al mundo de la cultura, de lo serio. Y en realidad tienen razón. Porque los adultos que les rodean tampoco oyen música; la música está fuera, lejos de los hogares, del día a día social, del ocio de la mayoría…
¿Entonces el problema no es la falta de sensibilidad de los jóvenes?
No. Internet te da dos millones de razones por las que educar en, con y para la música es bueno. Y a mí me recuerda a una madre justificando el uso del aceite de ricino. Lo malo es que hay muy pocas personas convencidas de que la música es maravillosa. Experimentar el gozo de escucharla es ya suficiente motivo. Pero no es ese el mensaje que los jóvenes reciben. Ni siquiera los planes de estudio le dan importancia…
Entonces ¿qué hacemos?
Todo empieza en casa: música en casa, para levantarse, para ir al cole, de fondo para dibujar. Pero música concebida como alegría, como fiesta. Celebraciones musicales en los cumpleaños, vídeos adaptados a cada etapa evolutiva, cintas grabadas con repertorios atractivos para cada edad. Que les entre por ósmosis, que la sientan parte de su vida. Y si se puede, tocar un instrumento, y si no utilizar la voz para cantar en familia, con los amigos…