Uno de los mayores placeres de la vida es viajar. De verdad. Aparte de quedarte un domingo en la cama hasta la hora de comer, claro está. El caso es que he descubierto que cada país tiene algo diferente que aporta un gran valor sentimental y cultural a todas las personas.
Hace unos años no me imaginaría diciendo esto. Me movía bastante, sí, pero por la zona. Mi zona. Sin embargo, desde que me mudé a la capital para empezar a labrarme un futuro después de mis estudios universitarios, tomé por regla general no decir que no a ningún plan. Recuerdo mi primer año en Madrid. Y es que ya van casi cuatro…
Al grano. Una de las mejores cosas que tiene vivir en Madrid es que están en el centro de España, por lo que te resulta bastante fácil y asequible moverte por toda la península. Pero, además, teniendo un aeropuerto más que a mano, se hace imposible no irte a saludar a tus vecinos europeos. Y esta vez tocó un viaje múltiple: Budapest y Viena (aunque esta última la dejaré para otra entrada).
La verdad es que este ha sido el viaje más desorientado de mi vida. Os daré un adelanto: escayolas y timos por doquier. Pero uno de los más divertidos. Siempre que la compañía sea buena, lo demás hay que categorizarlo como anécdotas (buenas y malas), pero anécdotas al fin y al cabo.
Empecemos por el alojamiento. La verdad es que nuestro hostel nos decepcionó muchísimo. ¿Desde cuándo una habitación privada no tiene baño en la propia habitación? La respuesta fue que para eso teníamos que haber reservado una suite. Desgraciadamente, una de mis acompañantes en esta aventura se había roto los tendones de la pierna –y no sé cuántas cosas más- y había acabado escayolada en Viena dos días antes. Así que conseguimos que nos dieran una llave de la habitación del staff para que “nuestra” amiga se duchara. Y por “nuestra” me refiero a las cuatro, como era de esperar.
La otra pequeña decepción que me he llevado ha sido que, por el cambio de moneda, he sentido que nos timaban por todos lados. Y eso que todo el mundo me había dicho que Budapest era baratísimo…. Ya, ya…
Como la mayoría de vosotros sabréis, Budapest en realidad son dos ciudades: Buda y Pest. Buda es la histórica capital húngara, llena de colinas, bosques y zonas señoriales. En este lado del Danubio es donde se concentran la mayoría de los grandes edificios, como el Castillo de Buda (donde Katy Perry rodó su videoclip Firework) o el Palacio Real. Buda es una parada obligatoria tanto de día como de noche para poder ver toda Pest. Las vistas son impresionantes.
En Pest es donde se concentra la mayor población y la vida urbana. No tienes más que merodear por las calles para perderte entre el encanto de la ciudad. Sin quererlo, verás todos los recovecos que tiene para visitar. Recomiendo la visita guiada por el interior del Parlamento y el paseo en barco. Además de, cómo no, de darse un baño en una de las tres termas que tienen y caminar por el puente de las cadenas o puente de Széchenyi, que fue el puente que conectó las dos ciudades. Aquí también vimos la Sinagoga judía –la segunda más grande del mundo-, el bastión de los pescadores, la Plaza de los héroes, el Mercado Central y la Ópera.
La comida es toda una aventura. Nosotras al final optamos por dejarnos llevar y aceptar las opiniones que nos daban cada uno de los camareros.
Para salir son típicos los bares en ruinas. Hay 3 muy famosos y se tratan de edificios en ruinas que han reconstruido y convertido en discotecas con diferentes salas, música y ambientes.
Esta vez me he alargado mucho, así que os tengo que dejar ya. Pero volveré el mes que viene con más historias sobre mis viajes.