Lejos de la monotonía, el visitante que se entrega al lento transitar de las rutas asfaltadas y los caminos de tierra que conectan ciudades, pueblos y caseríos podrá encontrarse con los restos de un pasado que ha logrado sobrevivir al transcurso del tiempo.

Luego de la pandemia, algunos porteños y bonaerenses comenzamos a aprovechar los fines de semana para practicar un sistemático ritual: el de subir a un vehículo con el único objetivo de salir a recorrer las rutas y los caminos de la Provincia de Buenos Aires. La razón de esta especie de peregrinación se encuentra, en parte, por la creciente necesidad de muchas personas de tomar distancia del ruido, la vorágine y el paisaje gris de las grandes ciudades y también, en parte, por la crisis económica a nivel mundial y local que impide a muchos emprender viajes hacia destinos más lejanos.

Sin tener del todo claro en dónde reside la búsqueda, lo que se termina encontrando es de una gran -y, en ocasiones, inesperada- riqueza histórica y cultural. A sólo 50 o 100 km de la gran ciudad nos esperan magníficos edificios invadidos por las plantas y el moho, y proyectos industriales, económicos o políticos interrumpidos por el devenir de una historia cruel. El interior de la Provincia de Buenos Aires es un lugar en el que todo parece haber sucedido o sido capaz de suceder. Se trata de un espacio en el que el visitante de mirada atenta que esté dispuesto a escuchar, podrá encontrar una historia en cada uno de sus recovecos más viejos, olvidados y tapados por el tiempo.

Transitar los caminos y carreteras que llevan a estos pueblos es suficiente para darnos una idea de la magnitud de los encuentros que nos esperan. Desde olvidadas rutas de una tierra dura y resquebrajada similar a un cemento viejo y ajado por el devenir de los años, hasta carreteras prolijamente pavimentadas y bien mantenidas, los caminos que conectan estas localidades son sinuosos, recónditos y misteriosos. Rondan chacras, pueblos y caseríos, y no es raro que dejen aislados a los habitantes debido a alguna temporada de lluvias excepcionalmente abundantes. Los modernos mapas de navegación resultan poco útiles en estos lugares: señalan arroyos de los que solamente queda un puente como un mudo testigo de lo que supo existir; olvidan conexiones y desconexiones entre caminos y campos; y señalan monumentos y lugares que en algún momento estuvieron allí y de los que hoy sólo sobrevive su recuerdo corporizado en un edificio más o menos corroído por el paso del tiempo.

Desde castillos y fábricas abandonados plagados de misterios y de historias de fantasmas, hasta magníficas obras arquitectónicas de artistas mundialmente reconocidos en espacios en los que se desarrollan las invisibles actividades cotidianas de la gente común, recorrer el interior de la Provincia de Buenos Aires es descubrir que hace más de un siglo atrás, la República Argentina era un país radicalmente diferente del que es ahora. En ese país, era perfectamente lógico solicitarle a un célebre arquitecto que diseñe el edificio de la municipalidad y la fachada de la única escuela de un pueblo pequeño según el estilo que era auge en la Europa más glamorosa o tomar la decisión de asfaltar una calle principal por la promesa de recibir una lujosa visita real. Nada era demasiado frente a la idea de que la grandeza residía en la sumatoria de esos hermosos y prometedores detalles.

En contraste con aquellos tiempos, el visitante actual de esos lugares que atesora pacientemente la Provincia ve, en ellos, las reminiscencias de un pasado glorioso con la nostalgia que se desprende -en muchos casos- de su deterioro actual. Son proyectos inmensos en todo sentido: decidir construir una obra arquitectónica no sólo de grandes dimensiones sino que también compromete una mirada artística particular en un poblado que tiene un puñado de habitantes deja entrever una apuesta por un futuro de grandeza. Esas magníficas obras de la cultura humana no sólo fueron hechas para vencer al tiempo, sino que también buscaban contribuir a la construcción de un futuro próspero, en el que toda inversión tenía completo sentido.

Hoy en día, a los visitantes que amamos la tierra en la que nacimos, observar en detalle y con toda su grandeza esas obras inmensas nos estruja el corazón. Podemos visualizar a los artistas y al incansable trabajo humano llevado a cabo por los brazos obreros en pos de la construcción de una nación grande y plagada de cosas bellas. Observar esas magníficas obras logra, de alguna manera, trasladarnos a una especie de recuerdo de un pasado que si bien no vivimos, aun así, nos invita a sentirnos invadidos por una profunda nostalgia.